Voy a adentrarme en un tema peliagudo, el novedoso antisemitismo de Hitler. La Alemania nazi fue un estado fascista tremendamente
antisemita. Ello le llevó, en el culmen de paroxismo, a practicar la Solución
Final. El Holocausto judío ha sido una de las grandes tragedias de la historia
de la Humanidad y, por no complicar mucho a la población, todas las culpas se
echaron en el nazismo y, en particular, en Hitler. Fue Hitler y sus partidarios
los que provocaron el Holocausto. El resto no tuvo nada que ver. ¿O sí tuvieron
algo que ver? ¿De repente Hitler se sacó de la manga el odio al judío y todos
le siguieron? Parece poco probable, ¿verdad?
Hoy vamos a descubrir que en la historia son tan
importantes, a la hora de analizar un suceso, tanto las causas inmediatas como
las de largo recorrido.
Decía Joseph Goebbels, líder de la propaganda nazi,
que existían 11 principios para hacerla triunfar. Uno de ellos era el Principio
de la Transfusión: Por regla
general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya
sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales;
se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
El antisemitismo nazi logró tener predicamento en
Alemania debido a que se trataba de un sentimiento arraigado en la población
desde hacía siglos y que, convenientemente, había sido mantenido vivo por
diversos actores, entre ellos, el Protestantismo y la Ilustración. Vamos por
partes.
Alemania
basó su nacionalismo en la religión protestante.
Lutero fue el líder de este movimiento rebelde con Roma. Los escritos de Lutero
se consideraron sagrados y en ellos podemos leer serias críticas hacia los
judíos. Por ejemplo, en su Sobre los
judíos y sus mentiras (1543) podemos leer: ¿Qué debemos hacer nosotros, los cristianos, con los judíos, esa gente
rechazada y condenada? Dado que viven con nosotros, no debemos soportar su
comportamiento, ya que conocemos sus mentiras, sus calumnias y sus blasfemias…
Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y
cubrir con basura todo aquello a lo que no prendamos fuego para que ningún
hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza.
Por tanto, en la génesis del protestantismo luterano
encontramos las primeras bases del antisemitismo nazi. Y esta conclusión no es
original, sino que ya la sostuvieron otros historiadores como Paul Johnson o
Robert Michael.
El siguiente lugar en el cual debemos pararnos ahora
es en Holanda. La rebelión holandesa contra el Imperio Español del siglo XVI
debemos contextualizarla dentro de la existencia de fuertes corrientes
protestantes en Europa. Concretamente, en
la futura Holanda tuvo gran seguimiento el calvinismo.
Muchas personas ignoran que las medidas discriminatorias nazis contra los judíos tienen fuertes
paralelismos con las adoptadas por los holandeses contra los católicos. No
estoy indicando que los holandeses sean culpables remotos del nazismo, ni mucho
menos. Lo que indico es que el
nacionalismo intransigente con el prójimo ha tenido un largo recorrido
histórico y surge, como hizo la peste, de forma periódica a lo largo de los
siglos.
Cuando las Provincias
Unidas lograron independizarse del Imperio Español se decretó la prohibición del catolicismo, al que
consideraban próximo a los españoles. Los oriundos católicos de aquellas
tierras pasaron de ser holandeses a traidores. Una medida lógica políticamente
(sin el apoyo del calvinismo, su identificación con el nacionalismo holandés y
su erección como religión oficial hubiera sido difícil la sublevación), pero
complicada a efectos prácticos en una población en la cual los católicos eran
mayoría. Según leemos en la obra Anuario
de Historia de la Iglesia 20 (2011), de Enrique Alonso de Velasco Esteban:
“Los que se mantuvieron católicos pasaron
a ser ciudadanos de segunda clase. Aunque en general no se les forzaba a pasar
al calvinismo, no les estaba permitido ejercer ninguna función pública, ni
celebrar su culto públicamente ni tener jerarquía eclesiástica ni contacto con
sacerdotes”.
La medida
podemos equipararla con muchas que tomaron los nazis para aislar a los judíos dentro de su sociedad. Por ejemplo,
los nazis dividieron la sociedad en dos categorías:
·
El Volksgenossen (compañeros de la
nación), que pertenecía aVolksgemeinschaft
·
El Gemeinschaftsfremde (residentes), que
consideraban no pertenecer al cuerpo histórico y cultural de Alemania.En esta
segunda categoría se incluía a todas las personas de origen judío, gitanos,
"lavativi", "asociales hereditarios", y todas las personas
con discapacidades físicas o mentales.
La Ley para la
Restauración de Servicio Profesional Civil (1 abril de 1933) que prohibía a
los judíos acceder a puestos de empleo del gobierno provocó que maestros,
funcionarios, doctores o ingenieros debieran abandonar sus puestos de manera
inmediata. Esta primera medida sería aumentada tras el control absoluto nazi de
Alemania a partir de agosto de 1934.
Mientras en las provincias del norte el número de
católicos fue lógicamente menguando con el paso de los años, en las provincias
del sur más tardíamente anexionadas (Limburgo y Brabante) la mayoría de
católicos nunca disminuyó.
Sin duda, esta conclusión debió tenerse en cuenta a
la hora de implementar otra serie de medidas que aislaron a los judíos de la
sociedad alemana de manera más eficaz, como fueron las Leyes de Núremberg, la creación de guettos o, finalmente, la
decisión de llevar a cabo la Solución Final. Pero dejemos esto, por sus
connotaciones racistas, para un poco más adelante.
Según leemos en la obra Imperiofobia y Leyenda
Negra, de Mª Elvira Roca Barea: “En el
primer placaat anticatólico aprobado por los Estados Generales en 1581 se
ilegaliza el culto católico público y privado, se prohíbe el uso de ropas
talares a los religiosos, se mandan cerrar las escuelas católicas y se prohíbe
la impresión de obras católicas. Las infracciones se castigaron con multas
hasta 1584 y después con confiscación de bienes. Se siguió aprobando
legislación anticatólica hasta bien entrado el siglo XVIII. Las autoridades
provinciales y locales publicaban regularmente placaaten anticatólicos y se
llegó a prohibir que los hijos de familias católicas fuesen a estudiar al
extranjero a fin de que no pudiesen mejorar su formación. No se exterminó a los
católicos, pero se buscó de manera consciente y deliberada empobrecerlos
cultural y económicamente”.
En los lugares con más católicos, las autoridades
calvinistas hicieron la vista gorda ante las infracciones a cambio de recibir
dinero. Estas tasas ilegales se
denominaban recognities y,
posteriormente, composities. Gracias
a estos sobornos los católicos podían, por ejemplo, bautizar a sus hijos con un
sacerdote católico. Pero tales tasas no hicieron otra cosa que empobrecer, aún
más, a los católicos, cuyas limitaciones les impedían prosperar en la sociedad
en iguales condiciones que los holandeses calvinistas. Además de ello, fue
motivo de gran corrupción política en Holanda.
En temas de sobornos
en la Alemania nazi resulta realmente ilustrativo el caso de Oskar
Schindler, llevado a las pantallas de cine en la famosa película La lista de Schindler. Este empresario
alemán sobornó a altos cargos nazis para poder mantener (y así salvar de una
muerte segura) a numerosos judíos como trabajadores de su fábrica. No fue el
único que aportó su grano de arena para salvar a muchos judíos de una muerte
inminente. Raoul Wallenberg, diplomático sueco, proporcionó numerosos
pasaportes protegidos falsos a miles de judíos y sobornó a los oficiales para
que les dejaran en paz. El cónsul suizo Carl Lutz o el español Ángel Sanz-Briz,
entre muchos otros, realizaron actos similares.
En 1731, tras años de crisis alimenticias causadas
por epidemias en el ganado vacuno, varios diques se hundieron debido a la
aparición de un molusco llamado “broma”. Interpretadas las calamidades sucesivas como un castigo divino por el pecado de la
sodomía, los católicos fueron los chivos
expiatorios que utilizaron los calvinistas. Las persecuciones hacia los
católicos provocaron centenares de muertos.
Estas actitudes, más propias de una mentalidad
medieval, tuvieron también su reflejo en la Alemania nazi, e incluso antes. En
el contexto social existía la idea de
que los judíos perjudicaban a la nación alemana. Esa idea difusa (que
provocó el progromo de Scheunenviertel durante la hiperinflación de 1922-23)
fue convenientemente potenciada por el nazismo, que la llevó hasta extremos
insospechados para justificar sus leyes antisemitas. Culpables desde la derrota
en la I Guerra Mundial hasta de las dificultades económicas del país, los
judíos fueron sistemáticamente perseguidos como culpables de los males que sufrían
los alemanes. La noche de los cristales rotos puede ser un buen ejemplo de lo
que decimos.
Tuvieron que llegar los franceses, con Napoleón a la
cabeza, para que a principios del siglo XIX los católicos holandeses
recuperaran algunos de sus derechos civiles. Esta equiparación con el resto de
la sociedad siguió su curso, lentamente, tras recuperar el país los holandeses
y entronizar a Guillermo I.
La situación de indefensión que tuvieron los
católicos holandeses durante tres siglos, perseguidos en sus creencias y
relegados a trabajos miserables sin oportunidades para obtener una buena
educación, hizo que se agruparan en numerosas instituciones confesionales de
ayuda mutua para hacer valer sus derechos. A partir de mediados del siglo XIX
vamos a ver en Holanda lo que se denomina columnización de la sociedad. La
sociedad se fue segregando en dos columnas independientes, una calvinista y
otra católica. A pesar de vivir en las mismas ciudades o barrios, los grupos no
tenían contactos entre sí pues existían dos colegios, dos clubes de futbol, dos
periódicos, dos programas radiofónicos…
Aunque tal segregación comenzó a diluirse tras la II
Guerra Mundial, sus efectos son patentes aún en Holanda. Un ejemplo lo tenemos
en las famosas poblaciones de Volendam y Marken, dos pueblos turísticos cerca
de Ámsterdam separados, físicamente, por la distinta confesión de sus
habitantes.
Sin duda, la existencia de guettos en las diferentes
ciudades controladas por los nazis puede ser lo más parecido a este tipo de
bipolarización social en la que no se deseaba la mezcla de los distintos
grupos. Si en Holanda la religión era la vara de medir, en la Alemania nazi
fueron los criterios raciales. La diferencia estriba en la influencia que tuvo
la Ilustración en el pensamiento humano durante todo el siglo XIX.
El
antisemitismo, sin querer alargarme mucho, siguió presente más adelante gracias
a la Ilustración. Movimiento racional profundamente
antirreligioso, muchos de sus miembros fomentaron tanto el racismo racial como
el antisemitismo. Veamos algunos pensamientos del gran Voltaire sobre los
judíos. En su Diccionario filosófico
podemos leer sobre los judíos que “es la
nación más singular que el mundo ha visto, aunque en una visión política es la
más despreciable de todas […]. De un breve resumen de su historia resulta que
los hebreos siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos… Si
preguntas cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta es breve: no tienen
ninguna. Los judíos nunca fueron filósofos, ni geómetras ni astrónomos”. En
otra parte de este mismo texto podemos leer: “Observamos a los judíos con la misma mirada con la que miramos a los
negros, o sea, como una raza humana inferior”.
Puede que Voltaire, como opinan algunos, fuese un
antirreligioso en general, pues criticó con igual dureza a cristianos y judíos,
pero sus palabras alimentan el monstruo de la intolerancia (por más que algunos
se empeñen en defender su tolerancia a las religiones a pesar de tan furibundas
críticas).
La
Ilustración, de la cual somos hijos, tuvo un lado oscuro.
Es una sombra que pocas veces sale a la luz y que se ha ocultado
convenientemente. Seguro que muchas personas conocen el proceso de la iglesia a
Galileo. Todos podrán contar el relato “oficioso” a pesar de haberse demostrado
falso. La Iglesia no condenó a Galileo por sus estudios, sino por pretender dar
lecciones dogmáticas que sólo la Iglesia estaba autorizada a dar; no fue
castigado, sino recluido en un retiro de lujo; fue obligado a retractarse, pero
jamás dijo aquello de “y sin embargo se mueve”.
Galileo fue utilizado para ejemplificar la
intolerancia de la Iglesia hacia la ciencia y por ello debía ser deformado y
adaptado al mensaje que quería darse. En cambio, las muertes de la razón fueron
silenciadas. ¿Acaso alguien conoce la suerte de Lavoisier, el fundador de la
química? La Revolución no necesitaba ni
científicos ni químicos, por lo que fue guillotinado por una excusa pueril
(haber trabajado cobrando contribuciones). Pero volvamos al tema que nos ocupa.
Una
consecuencia de las ideas ilustradas fue el racismo científico.
Podemos definirlo como el conjunto de hipótesis, aparentemente científicas, que
justificaban la creencia de una diferencia racial en las diferentes poblaciones
humanas.
Durante la ilustración existió un fuerte debate
entre el monogenismo y el poligenismo, es decir, entre los defensores de que
todos proveníamos de una misma fuente (Adán y Eva, por ejemplo) o que
proveníamos de distintas fuentes. Lógicamente, la lucha entre razón y religión
llevó a una victoria moral del poligenismo. Voltaire, nuevamente, es un ejemplo
de ello: “La raza negra es una especie de
hombres diferentes a la nuestra como la raza spaniel lo es con respecto a el galgo
inglés. La membrana mocosa, o red, la cual la Naturaleza ha extendido entre los
músculos y la piel es blanca en nosotros y negra o color cobre en ellos”.
De
existir diferentes razas a clasificarlas y etiquetarlas hay un pequeño paso.
Este racismo científico se apoyó en diversas ciencias humanas, como la
antropología, para llevar a cabo sus conclusiones.
Carl von Linné (1707-1778) y el francés George-Louis
Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), catalogaron las razas humanas y las
clasificaron según su mayor o menor categoría. Sin embargo, no insistieron
mucho en la superioridad o inferioridad de unas y otras, algo que se da por
supuesto pero que todavía no se explota de manera consciente.
Ese paso lo veremos con Peter Camper (1722-1789),
quién establecerá una taxonomía de razas humanas según la forma craneal de los
seres humanos. Tomando como modelo las esculturas de los atletas griegos
(consideradas perfectas), veremos cómo las razas blancas estarán en la cúspide
y las razas negras en la base, poco más arriba que los chimpancés.
No obstante, será Franz Joseph Gall quién pasaría a
la historia por definir una nueva ciencia denominada Frenología, según la cual las
cualidades intelectuales y morales de un ser humano se manifiestan y se
justifican en la forma de su cráneo. Un forma que se obtiene por herencia y
en donde la evolución personal no tiene cabida. En ese momento el racismo
adquiere una sustentación científicamente racional incuestionable. Una teoría,
por otro lado, que se adhiere perfectamente a la idea de la predestinación, que
comentaremos más adelante.
Los nazis, siguiendo estas ideas racistas,
intentaron verificar el origen ario por la medida del cráneo, en concreto, por
el ángulo que va de la punta de la nariz al centro de las orejas.
No fue de la única fuente racional de la que bebió
el nazismo. Resultan premonitorias las palabras de Friedrich Grattenauer en
1083: “Que los judíos sean una raza
particular no puede ser negado por los historiadores y los antropólogos, según
la aseveración antigua pero generalmente válida de que Dios los castigó
abrumándolos con un olor excepcionalmente desagradable, como con varias
enfermedades hereditarias y otras detestables imperfecciones. Esto no puede ser
probado enteramente, pero por otra parte no puede ser negado, aunque se tengan
en cuenta todas las consideraciones teleológicas”.
No obstante, quién verdaderamente dio sustento a la
ideología racista nazi fue el conde de
Gobineau. Este diplomático y filósofo aficionado a la literatura
consideraba que existían tres razas: blanca, negra y amarilla; de las tres sólo
la blanca era capaz de generar cultura, algo innato y cuya capacidad se agotaba
debido a la mezcla con el resto de razas inferiores. La raza aria, proveniente
de la India y que dio lugar a los teutones, eran los poseedores de virtudes
tales como el amor o la nobleza. El resto de razas carecían de estas
características y, por tanto, eran inferiores.
A ello debemos sumar su unión con el darwinismo social,
con el que no me voy a detener al ser de sobra conocido. Juntas todas las
teorías llegamos a la siniestra conclusión: las razas inferiores lo son en
función de su herencia y ésta no es otra cosa que expresión de la justicia
divina. Es decir, son inferiores porque se lo merecen.
Los
nazis promovieron una sociedad fuertemente racista
en la que ser ario significaba estar en la cúspide social. Una suerte de
atalaya que al resto de razas les estaba vedado, por nacimiento, ni tan
siquiera cercarse. Los nazis, tan alemanes como cuadriculados, clasificaron
convenientemente los distintos grados de razas inferiores. A los judíos se les
colocó en un lugar inasimilable, al contrario que, por ejemplo, los pueblos
mediterráneos como el español. Inferior al ario pero capaz de servirle como
esclavo.
Las Leyes de Núremberg, que discriminaban a los
judíos racialmente, clasificaron la “`pureza” judía según los antecedentes
familiares que tuvieran las personas analizadas. El objetivo era no mezclar la
raza aria con la judía, evitando así su perversión. Gitanos, negros y eslavos
también fueron considerados como pueblos potencialmente dañinos racialmente y
considerados como Untermensch o infra/subhumanos.
Este
racismo científico estaba íntimamente ligado con el colonialismo europeo
que tuvo su auge a finales del siglo XIX, pues justificaba moralmente tales
empresas. Al contrario que el imperialismo, cuya esencia está en respetar al
diferente y mezclarse con él para formar un sistema de convivencia duradero, el
colonialismo no provoca ni mestizaje ni estabilidad en los lugares en los que
invade. Su dicotomía metrópoli acaparadora de recursos y colonia empobrecida
siempre termina de igual manera, con la lucha de independencia por parte de la
segunda.
Según decía Caballero Jurado en su ensayo El racismo. Génesis y desarrollo de una
ideología de la Modernidad: “El
racismo encontró su caldo de cultivo ideológico en los países donde había
crecido el protestantismo y el liberalismo”.
En el liberalismo, como vimos, por la idea de
distintas razas con diferentes características. En el protestantismo ligado a
su idea de predestinación.
Si algo diferencia a protestantes de católicos es la predestinación defendida por los
primeros y el libre albedrío defendido por los segundos. Se trata de la eterna
pregunta de si Dios ya concibió un plan para cada uno de nosotros o si cada uno
de nosotros tenemos la libertad para tomar nuestros propios caminos.
Para los calvinistas protestantes Dios ya había
trazado el plan de quienes se salvarían y quiénes no. El interés de las
personas por descubrir algún signo de gracia divina y auto-convencerse de ser
uno de los elegidos es lo que les influye para respetar las reglas de su
confesión. Ahora bien, la misma presencia de un plan que no puedes controlar
también provoca, en una versión extrema, que las malas acciones no sean
asumidas por las personas que las llevan a cabo. Esta consecuencia moral del Es voluntad de Dios (o voluntad de Alá, por poner otro ejemplo)
puede llevar a grandes errores morales de consecuencias trágicas para el resto
de la sociedad en personas desequilibradas. Los atentados terroristas islámicos
son un solo ejemplo de ello.
La
idea de predestinación, junto al racismo científico, también justificó los atropellos que los europeos
realizaron durante su etapa colonialista. Y en este momento es
obligado hablar de Sudáfrica y el sistema de segregación racial (Apartheid) que impusieron los colonos blancos
en aquellas tierras. Colonos llamados Afrikáner
cuya ascendencia era holandesa. Lo único que hacían aquellos colonos blancos
era sustituir al católico por el negro y erigir su mismo sistema de
columnización social en la que ellos obtenían todos los privilegios y los
negros se veían sin posibilidades de salir de la miseria o ascender a una clase
media.
Se trataba de la misma y repetida idea nacionalista
racista de siempre, acorde con la evolución histórica de aquel país, aunque en
esta ocasión fracasó debido tanto a la superioridad de población negra en la
zona (casi un 70%), el aislamiento internacional, la existencia de un
movimiento de resistencia liderado por Nelson Mandela, la falta de financiación
externa tras la perestroika soviética o el fin de la ayuda de los EEUU tras
negociar el final de la guerra en su frontera contra Namibia.
Las personas del siglo XX habían visto en sus
propias carnes las consecuencias de los nacionalismos extremistas y excluyentes
(II Guerra Mundial) y aunque la evolución moral de la sociedad estaba en contra
de este tipo de actitudes, el apartheid sudafricano estuvo funcionando entre
1948 y 1994.
Hoy día, la crisis económica tan larga que estamos
sufriendo está llevando a muchos países a abrazar, nuevamente, ideas y partidos
políticos que beben de las fuentes del nacionalismo extremista excluyente. La
repulsa ante los refugiados sirios, la conflictividad en Cataluña y la división
entre buenos y malos catalanes o los conceptos de raza en el País Vasco son
sólo algunos ejemplos de lo que estamos viviendo en España. Y nosotros no
estamos en la peor de las situaciones.
Temo por Europa y por los tiempos que se avecinan.
Por ello creo acertado finalizar con las palabras, de nuevo, de Caballero
Jurado:
“Contrariamente
a lo predicado por sus defensores durante mucho tiempo, hoy la base científica
del racismo ha sido puesta en entredicho. Recientemente, por ejemplo, el equipo
dirigido por los profesores Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozi y Alberto Piazza
ha publicado la gigantesca obra The History and Geography of Human Genes, donde
niegan toda base científica al racismo.
Usando
modernas técnicas desarrolladas por la Genética de poblaciones, llegan a la
apabullante conclusión de que no hay fundamento científico alguno para clasificar
a los seres humanos en razas, ya que la diversidad genética, bioquímica y
sanguínea entre individuos de una misma "raza" es incluso mayor que
la que existe entre "razas" consideradas distintas. Los factores
biológicos en los que se basa el concepto científico de raza serían sólo
externos, mientras que los datos aportados por las nuevas técnicas —análisis de
los árboles filogenéticos, de los polimorfismos nucleares y del ADN
mitocondrial— dibujan un panorama completamente distinto donde la noción de
raza es irrelevante”.
Bibliografía:
Imperiofobia y Leyenda Negra. María Elvira Roca
Barea.
Historia del Antisemitismo. Gerald Messadie.
Breve Historia del Holocausto. Ramon Espanyol Vall
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