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domingo, 21 de enero de 2018

La leyenda negra española ha desaparecido

Henry Kamen, reputado historiador británico que ha estudiado con profundidad numerosos pasajes de la historia española tiene la opinión de que en el mundo anglosajón la Leyenda Negra (entiéndase española) ha desaparecido. Pero si analizamos su obra podemos comprobar, en dos breves pinceladas, que eso no es así.

Por un lado, su gran estudio sobre la Inquisición Española (La Inquisición española: una revisión histórica. Barcelona: Crítica, 1999), desmintiendo numerosas falsas leyendas que existían sobre ellano parece que hubiera hecho falta escribirlo de no existir aún la Leyenda Negra sobre esta institución. Por otro, en su obra Imperium, Kamen cae en una de las excusas más habituales de la Leyenda Negra, a saber, que el Imperio Español no fue construido por los españoles, sino que lo recibieron de forma casual (por la plata americana). Es lo que María Elvira Roca Barea denomina Imperio Inconsciente. Uno de los muchos puntos en los que la Imperiofobia y la Leyenda Negra española se dan la mano y se retroalimentan.

Hoy vamos a intentar explicar dos cosas: la relación existente entre el odio innato a un Imperio y la formación de una leyenda negra para desacreditarlo. Comprobaremos que ni resulta exclusivo de España ni de una época histórica concreta.

El post me ha salido bastante largo, por lo que os aconsejo leerlo relajadamente cuando tengáis un buen rato para ello. Ya me conocéis, soy incapaz de resumir.


La definición que más me gusta de Leyenda Negra la realizó Julián Juderías: “relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la Prensa extranjera, de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas”.

Me gusta porque cita todos los clichés que acompañan, intrínsecamente a la expresión: la leyenda negra es eminentemente española (para otros estados es necesario ponerle el apellido, pero para España no, como si fuese una exclusividad nuestra); es un opinión contra España (no historia) existente en otros países; es infundada (no es real de ningún modo); oculta lo bueno de nuestra historia y realza únicamente lo malo; aparece en libros históricos (tanto en las escuelas como en las universidades).

María Elvira Roca Barea conecta el origen del término Leyenda Negra en relación opuesta a otro similar, Leyenda Aúrea, utilizado por Santiago de la Vorágine en su famosa obra hagiográfica del siglo XIII. No obstante, las primeras evidencias de la expresión aparecen a finales del siglo XIX: la obra de Arthur Lévy titulada Napoleon intime advertía sobre las dos leyendas del emperador francés, la dorada y la negra, ambas falsas. En España, la expresión cobró éxito a partir de 1899, en el contexto de pérdida colonial. Desde entonces el éxito de la expresión fue notable, dada su pertinente continuidad en la actualidad (un repaso por la pseudociencia histórica presente en Internet es suficiente para comprobarlo).

En la obra en la que me estoy basando para escribir este artículo (Imperiofobia y Leyenda Negra) su autora establece una relación entre los Grandes Imperios y la existencia de una mala publicidad, en muchas ocasiones basada en mentiras o medias verdades, que terminan conformando su leyenda negra particular. Citando a Roca Barea, “La leyenda negra acompaña a los imperios como una sombra inevitable”.

Aunque hoy en día vemos el Imperio Romano como una de las grandes y mejores organizaciones en la Antigüedad, por los avances que aportó al mundo Occidental, no siempre fue así. Nuestra visión está mediatizada por el desarrollo de la Historia: conocemos el caos que produjo la caída del Imperio Romano y los siglos que pasaron para que el ser humano adquiriera, nuevamente, los avances de todo tipo que gozaron los romanos. Pero para muchos contemporáneos, el Imperio Romano era tan perverso como para muchos hoy día los EEUU. Y para combatir su poder no dudaron en crear una Leyenda Negra. Estudiando sus principales características veremos que, una por una, se repiten en todas las leyendas negras de todos los imperios creados posteriormente.

Los principales autores de la Leyenda Negra del Imperio Romano fueron tanto los griegos, incorporados al Imperio Romano como provincia, como los enemigos limítrofes externos con Roma. Siempre ocurre lo mismo a lo largo de la historia. Si contra España se posicionaron los humanistas italianos, contra Roma lo hicieron los intelectuales alejandrinos y griegos. Si contra España despotricaron los enemigos ingleses, contra Roma lo hizo el gran Mitrídates, rey del Ponto. Sus argumentos y culpas son semejantes en todas las épocas históricas. Vamos a resumir los principales puntos que unen, a través del tiempo, a todos los imperios:

1.     El Imperio Inconsciente. Roma no hizo nada particular para levantar su Imperio. Fue un acto casual y obligado por las circunstancias. Nada extraordinario tenían los romanos, que se vieron favorecidos por diversas casualidades. Su imperio surgió debido a una serie de guerras defensivas que les proporcionaron mayor poder territorial. Cualquiera podía haberlo realizado en sus circunstancias.

Este argumento, utilizado profusamente por los griegos, pretendía minimizar la grandeza de la creación romana, olvidando que muchos pueblos se defendieron de ataques externos y que ninguno creó un imperio como el romano. Pretender justificar un imperio como un acto de suerte resulta malicioso y denigrante para los hacedores de tal organización, pues denota que cualquiera lo hubiera realizado.

En el caso español su Imperio ha tenido los mismos argumentos para desprestigiarlo: desde abducir la suerte de la herencia recibida a resumir su poderío por el extra de la plata americana.

Crear un Imperio sólido en América que duró varios siglos y dejó un legado imposible de resumir en estas breves líneas ha sido minimizado y minusvalorado por la historia oficial. Precisamente, por la historiografía holandesa, inglesa y francesa cuyas naciones, casualmente, fueron incapaces de crear nada parecido en América y debieron salir con el rabo entre las piernas (los EEUU no los creó Inglaterra sino los nuevos estados independientes). Como bien indica Roca Barea “[Los prejuicios antimperiales] Nacen del complejo de inferioridad que resulta de ocupar una posición secundaria al servicio de otro o con respecto a otro, incluso cuando esto beneficia o no perjudica”.

2.     El Imperio Rapiña. Roma, según Mitrídates, guerreaba por todos los confines del mundo debido al exclusivo deseo de riqueza y poder.

Abducir al desmedido afán por las riquezas extranjeras es un cliché repetido en todas las leyendas negras imperiales que surgen desde el enemigo (nótese la diferencia respecto a los intelectuales alejandrinos). Supone olvidar todo tipo de razones que llevan a dos estados a la guerra y poner el foco en una sola causa y en un solo actor. 

Por ejemplo, en la confrontación entre Roma y Cartago la razón última se debió al choque de dos imperios en expansión. Ambos deseaban las mismas riquezas y territorios. Culpar a uno o a otro no sería justo, pues ninguno era ni totalmente inocente ni culpable.

Otro cliché clásico de ataque a los imperios es aquel que dice que poseen un género de maldad tan inaudito que carece de precedentes. Para el jefe caledonio Cálgaco la capacidad de destrucción y latrocinio de Roma era un caso único en el mundo. Lo mismo se dirá de los españoles en América o de los EEUU actualmente (un ejemplo, el novelista Henry de Montherlant dice, en boca de uno de sus personajes de su libro EL caos y la noche, lo siguiente sobre los EEUU: Una nación que logra bajar la inteligencia, la moral, la calidad humana en casi toda la superficie del planeta es algo nunca antes visto en la historia).

Todas las leyendas negras tienen sus acontecimientos monstruo que las justifican. Si para Roma la destrucción de Corinto era el ejemplo de su barbarie (aunque se tratara de una excepción en su política exterior respecto a Grecia), para los imperiales españoles lo fue el Saco de Roma. Es indiferente que este saqueo se tratara de una excepción, no fuera ordenado por Carlos V y que entre los saqueadores se encontraran tanto españoles como protestantes, italianos, alemanes o franceses. Este suceso será recordado por siempre como ejemplo de la barbarie española, a pesar de ser españoles sólo 6.000 de los 34.000 soldados que tomaron parte. A pesar de las ganas que teníanlos soldados protestantes de infligir daño a la Roma católica. A pesar que el saqueo se produjo tras un asedio en el que murió el duque de Borbón (principal mando de las tropas) y finalizó al llegar para dirigir las tropas el Príncipe de Orange. A pesar de las disculpas formales y públicas de Carlos V por aquel lamentable suceso. Nada de eso puede decirse, pues estropea la imagen del español bárbaro y rapiñador.

En lo que a América se refiere, podemos indicar cientos de ejemplos que contradicen la imagen de un imperio español rapiñador en exceso.

El grueso de la población imagina la conquista de América como una sucesión de hechos sangrientos (nada que ver con la conquista norteña por EEUU, ¿verdad?). En esta imagen tuvo mucho que ver con la propaganda interesada que se hizo desde la futura Holanda de la obra de Bartolomé de las Casas. Lo que era un texto de autocrítica con numerosas exageraciones se ha consolidado como la manera de realizar una conquista sangrienta gracias a los dibujos que realizó De Bry basándose en aquel texto. Pero esta imagen era la de un enemigo imperial deseoso de desprestigiar a su enemigo. Una cara de la moneda. Una media verdad que no puede (como lo es aún hoy día) explicar por completo la conquista española de América.

Cuando analizamos en detalle la conquista española de América yo no veo una barbarie diferente a la que ejerció Roma en la parte occidental de la Península Ibérica. Es más romántico evocar a Viriato o a Numancia que ensuciarse en el barro de la realidad. En que Roma pactó con indígenas, que asimiló el territorio y lo modernizó, creando no una colonia sino una parte más de Roma. Pues los imperios no colonizan, sino que reproducen su modelo una y otra vez integrando a los pueblos que encuentra. De ahí procede su éxito.

En América, si nos fijamos en las ciudades, los caminos y los hospitales (muchos aún funcionando) construidos por los españoles veremos la reproducción, más moderna y mejorada, de la romanización en Hispania. ¿Por qué no tenemos la consideración de que fueron conquistas similares? Pues porque en Hispania no existía una élite intelectual nacionalista que explotara el antimperialismo (y a los griegos poco les importaban los indígenas celtas). En América tampoco existía, pero ese trabajo fue realizado por los enemigos europeos protestantes, Holanda e Inglaterra. Y su versión de los hechos, la leyenda negra, es la que se impuso finalmente. ¿Qué datos maneja el grueso de población? Veamos algunos puntos y maticémoslos.

Exterminio de la población indígena. Sabemos que en la América española los indígenas sufrieron un retroceso notable (cuantificarlo es imposible). La principal causa fueron las nuevas enfermedades que trajeron los españoles y no la crueldad de la conquista. Se olvida que los conquistadores intentaron combatir las epidemias y salvar a los indígenas. También suele olvidarse el hecho de que el número de indígenas disminuyó por el simple aumento del número de mestizos. Aquí la explosión fue brutal pues se comenzaba desde el 0%. Por ejemplo, en el censo de 1646 en México, tenemos casi tantos mestizos como blancos (1.367.680 indios, 378.070 blancos, 365.450 mestizos y mulatos y 27.420 negros).Y, por último, se olvida que el imperio español comenzó a tomar medidas legales para proteger a los indígenas desde el año 1512 (Leyes de Burgos). Leyes, por cierto, que equiparaban legalmente al indígena con el hombre blanco conquistador. Algo realmente único en la historia de imperios anteriores y posteriores.

El mito del buen salvaje. Existe un lavado de cerebro importante sobre la población indígena precolombina. En primer lugar se suelen equiparar a todos los indígenas, como si tuvieran el mismo nivel de desarrollo. Esta idea proviene de la historiografía anglosajona, en la que en su expansión hacia el oeste todos los indios eran la misma carne de cañón. Pero en la América española existían grandes imperios como el azteca y tribus ancladas en la Edad de Piedra. Con todas ellas se logró pactar o asimilar (por la fuerza con los grandes imperios) creando algo tan complejo como una sociedad mestiza autónoma integrada en el imperio español. Se potencia la labor de rapiña de los españoles olvidando, por ejemplo, la crueldad del imperio azteca, cuyo totalitarismo y gusto por el asesinato en masa sólo aguanta la comparación con el nazismo.

Explotación indígena. Para desmentir este mito tan manido voy a poner dos simples ejemplos. Por un lado la importancia en la educación. Roca Barea afirma lo siguiente: “Se fundaron en América más de veinte centros de educación superior. Hasta la independencia salieron de ellos aproximadamente 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas. Ni portugueses ni holandeses abrieron una sola universidad en sus imperios. Hay que sumar la totalidad de las universidades creadas por Bélgica, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia en la expansión colonial de los siglos XIX y XX para acercarse a la cifra de las universidades hispanoamericanas durante la época imperial”. Recordar al hilo que en otros imperios los coloniales que deseaban estudiar debían marchar a la metrópoli. Y el viaje no estaba al alcance de casi nadie.

Por otro la situación de las minas es paradigmática. No vamos a negar que existió una temprana explotación. También los romanos iniciaron la explotación minera con presos y esclavos. Pero esa situación no perduró en el tiempo indefinidamente. Cuando Humboldt realizó su visión del imperio americano (viaje en 1804) no tuvo más que reconocer que el minero novohispano era más libre y estaba mejor pagado que cualquiera que hubiera conocido. Ni trabajaban ni niños ni mujeres (en la Inglaterra de 1824 aún había).

La diferencia entre el imperio anglosajón o francés respecto al español fue que los primeros los articularon como colonias (similares a los portugueses u holandeses) mientras que el español formó parte del imperio desde su anexión, en igualdad de importancia respecto a otras partes del Imperio hispano. Esa igualdad teórica, mantenida mediante pactos, fue lo que rompería el centralismo borbónico y lo que terminaría llevando a las independencias americanas.

Por tanto, debemos olvidar la idea, tantas veces inoculada de: conquista española medieval, atraso económico actual versus conquista anglosajona moderna, riqueza económica. Ni los actuales países americanos son pobres por haber pertenecido al imperio español ni los EEUU son ricos por haber nacido de la semilla inglesa. En verdad, la evolución desde el siglo XIX es lo que ha influido en su situación actual. Mientras en el norte se formaban los Estados Unidos, en el sur se potenciaba la división. De haber existido una unión similar ahora tendríamos otro escenario distinto pues en la época de la Independencia las mejores ciudades y los mejores salarios estaban en el sur.

3.     El Imperio Traicionero. Roma es experta es astucias y traiciones. Nadie engaña más que Roma. No puedes fiarte de ellos jamás, pues nunca cumplen sus promesas de paz.

Seguro que muchos lectores conocen anécdotas sobre las traiciones ejercidas por los romanos. La traición al padre de Viriato en Hispania es un gran ejemplo o la misma actitud de los romanos con los asesinos del héroe lusitano al llevarles su cabeza y exigir el pago prometido. Lo que no suele conocerse tanto son los pactos que Roma realizó y cumplió. Todos conocen lo sanguinaria que fue la conquista romana de Hispania, pero pocos bajan al detalle que Roma pactó con muchos pueblos indígenas para llevarla a cabo.

En el caso español, la conquista de América resulta incomprensible sin la ayuda de los indígenas americanos.  Hernán Cortés logró vencer a los Mexicas debido a que multitud de pueblos oprimidos en aquel sanguinario imperio vieron la oportunidad de servir a otro imperio menos lesivo para ellos. Su aportación numérica fue fundamental para la conquista y, en muchas ocasiones, se olvida que su apoyo fue fruto de pactos y negociaciones que acabaron en buen puerto. Los historiadores consideran imposible, por ejemplo, la conquista del imperio azteca sin la colaboración masiva de los tlaxcaltecas y los totonacas. La conquista fue más diplomática que guerrera, aunque esa no es la impresión que suele tenerse.

4.     El Imperio Innoble. Los romanos son personas de la peor calaña, simples ladrones que empezaron arrebatando sus casas a sus vecinos y luego pasaron a robar a reinos e imperios. Unos personajes sin nobles antepasados que no merecen el poder adquirido.

Esta suerte de ofensivos adjetivos los han tenido, de diversos modos, todos los imperios. En el caso español era costumbre definir a los españoles como personas con “sangre mala y baja”.Los humanistas Italianos pronto enarbolaron la bandera antisemitista contra el Imperio Español, acusando a los españoles de tener mezclada su sangre con la de pueblos semitas, como los árabes y, notablemente, los judíos. Algo parecido a lo que les ocurre hoy día a los EEUU. En este caso, debido a la repulsa que crea la palabra raza actualmente, se acusa a los EEUU de tener una política exterior dominada por los intereses judíos (servir a la causa del sionismo).

Un famoso ejemplo sobre los prejuicios vertidos sobre la naturaleza española lo tenemos en la opinión del papa Paulo IV, difundida por Andrea Navagero: “no hablaba de Su Majestad y de la nación española que no los llamase herejes, cismáticos y malditos de Dios, semilla de judíos y marranos, hez del mundo; deplorando la desdicha de Italia por verse obligada a servir a gente tan abyecta y vil”.

Siempre el enemigo es el bárbaro de mala sangre que se enfrenta a mi superior civilización.

Pero los italianos, al fin y al cabo, vivían cómodamente dentro del imperio español. No les gustaba ese dominio, pero lo apreciaban cuando el turco musulmán avanzaba por el mediterráneo y atacaba sus costas. Por ello atacaron la baja nobleza de sangre y nada más. Nos llamaron godos como sinónimo de bárbaros, en contraste con su supuesta superioridad moral humanista. Y ahí se quedaron.

Otro caso diferente fue el de los luteranos, los holandeses o los ingleses. Enemigos del imperio español por distintas razones, unos por motivos religiosos otros por políticos, urdieron una auténtica propaganda negativa contra lo español equiparando a los mismos con el mismísimo lucifer. Los españoles eran el enemigo a exterminar y siempre es buena idea equiparar al enemigo con lo peor que podamos imaginar. Para los luteranos y protestantes fuimos unos demonios surgidos del mismísimo Averno. El enemigo será ahora cruel, pues de ese modo se le combate mejor. Estas ideas no existieron en Italia. Los italianos se quejarán de nuestra soberbia, pero jamás de ser crueles. Es lo que tiene el haber convivido todos juntos tantas décadas.

La demonización de lo español por los protestantes alemanes fue llevada al paroxismo por la propaganda orangista de la futura Holanda. No en vano fue Orange quién lanzó el bulo infundado de que Felipe II asesinó a su hijo Carlos. Una mentira que tendría gran predicamento posteriormente y que está asimilada en la mentalidad colectiva. La impiedad contra tu señor natural es fundamental para vender una rebelión. Por ello los Orangistas decidieron seguir el mandato del Dios verdadero y rebelarse contra el Imperio, convertida en una sucursal terrestre del Imperio. El himno de Holanda lo deja bien claro, así como que aún se asuste a los niños holandeses con que viene el Duque de Alba.

Los ingleses, a partir de Enrique VIII, cogerán el testigo y ampliarán la leyenda negra con aportaciones de su cosecha, como la consideración de cobardes e incompetentes. ¿No se han fijado que en todas las batallas contra los ingleses se da la circunstancia de unirse, en precario equilibrio, la incompetencia española junto a la astucia y el poderío inglés? El caso de la Armada Invencible, en este caso, resulta paradigmático. Y el nivel de ignorancia general al respecto de lo que verdaderamente pasó prueba lo bien que re-escribieron la historia (para más información sobre lo que pasó con la Armada Invencible os remito al libro Mis Mentiras Favoritas).

La persistencia de falsas ideas sobre los español dentro de la mente colectiva global la podemos comprobar en la frase de GertrudeStein (1874-1946), escritora estadounidense, sobre españoles y rusos (dos imperios incomprendidos, dicho sea de paso): “Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro”.

5.     El Imperio Ilegítimo. Roma atenta contra los poderes legítimamente establecidos con total impiedad. Su poder, ilegítimo y extranjero, atenta contra el poder legítimo y local de los diferentes pueblos con los que se encuentra.

Esta excusa, esgrimida contra todos los imperios, no deja de mostrarnos, en verdad, la razón del éxito de los diferentes imperios. En palabras de Roca Barea, los Imperios nuevos “rompen estructuras de poder locales, viejas y cuasi sacralizadas, con redes clientelares muy consolidadas y, por tanto, poco flexibles. Las oportunidades de prosperar en estas sociedades férreamente locales son escasas y están cada vez más ligadas al nacimiento, a la pertenencia a los clanes que controlan los resortes del poder. Aparece el imperio y rompe las viejas estructuras locales ya muy artríticas. Por lo pronto, ofrece oportunidades de promoción social que antes no existían, otros caminos hacia la cumbre o al menos hacia las colinas. Los imperios son principalmente meritocracias”.

El imperio de GengisKhan tuvo tanto éxito por iniciar el estratega mongol un cambio radical en las promociones sociales: en vez de favorecer la pertenencia a una tribu se impuso la meritocracia en el campo de batalla.

El Imperio Español tuvo tantos años presencia en Italia por favorecer una promoción social en el país que anteriormente estaba vedada por costumbres antiguas nobiliares demasiado rígidas. Y tuvo éxito porque la administración de esos territorios conllevó mayor riqueza para ellos. Sicilia o Nápoles tuvieron un crecimiento demográfico (que denota prosperidad) mucho mayor que zonas italianas fuera de la órbita española (como Florencia o Siena).

Es más, tenemos muchos documentos que muestran que la administración española en Italia era justa, equitativa e imparcial. Justo lo que necesitaban las clases medias y más dependientes de la sociedad. En cambio, la imagen transmitida por los nobles y poderosos es negativa, pues atentaba contra sus privilegios ancestrales. Privilegios tales como maltratar a sus vasallos hasta la muerte sin consecuencia alguna. Por tanto, aplicar la justicia sin prestar atención a la nobleza o no del acusado es la principal objeción de la administración imperial en Italia.

La acusación de impiedad a un imperio siempre proviene de las élites políticas que no desean perder su cuota de poder y se enfrentan a él para conservarlo. El caso de los Países Bajos es ejemplificador y ha sido repetido hasta la saciedad.

La primera rebelión de los Países Bajos no suele conocerse por el gran público: “El casus belli del primer levantamiento fue la decisión de la monarquía de cambiar los tres obispados existentes por diecisiete. Señala Maltby que el rey «no estaba planeando más que un sistema de gobierno que simplificara la Administración y contuviera el poder perturbador de los nobles ambiciosos»”. En definitiva, limitar el excesivo (y arbitrario) poder local en la zona y equipararlo al resto del Imperio.

La propaganda urdida por la leyenda negra confeccionó para Holanda una historia alternativa a lo que realmente ocurrió. Escucharemos las típicas excusas que se han utilizado, y se utilizan, para justificar los movimientos nacionalistas: el enemigo nos roba con sus impuestos abusivos; el enemigo es cruel con sus súbditos; el enemigo no tiene legitimidad en nuestro territorio; el enemigo no escucha a su pueblo… (si comparamos las excusas orangistas y las vertidas por Cataluña antes del Referendum del 1 de Octubre de 2017 comprobaremos un siniestro parecido).

No se trató de una larga guerra de independencia sino de una sucesión de diferentes rebeliones que tenían en común la resistencia del poder local a perder su gran cuota de poder feudal. Por supuesto, no todos los poderes locales (la baja nobleza que veía muy bien la meritocracia) vieron con malos ojos la integración en el Imperio, lo que condujo a una guerra civil de casi un siglo. Por tanto, la manida imagen de tercios españoles luchando contra los futuros holandeses debemos matizarla. En verdad se trató de futuros holandeses y belgas luchando entre sí. Unos tenían de su parte mercenarios protestantes y los otros las tropas imperiales. La historia, vista de esta manera cambia bastante, ¿verdad?

6.     El imperio Extranjero. Roma explotaba a los pueblos dominados para que lucharan por ellos. Ya se quejaba el jefe caledonio Cálgaco de que luchaba contra muchos pueblos y casi ningún romano.

Pero esta afirmación es sólo una media verdad, tal vez más difícil de rebatir que una mentira. Los romanos, al igual que cualquier otro imperio posterior, utilizaron numerosos cuerpos auxiliares en sus batallas. Por ejemplo, en el 189 a.C. llegaron a Hispania unos 10.000 solados, siendo sólo romanos 2.000. La esencia de un imperio es su multiculturalidad: diferentes grupos, reinos o estados se unen al imperio esperando obtener beneficios propios o para asegurarse simplemente su seguridad. A cambio aportan hombres e impuestos para sostener ese imperio.

Lógicamente, ante tales extensiones y con tantos frentes es imposible para un imperio sostener sus fronteras sólo con oriundos del enclave inicial del imperio. Máxime, cuando en su labor de “gendarme” debe derramar su sangre por conflictos que pueden interesar exclusivamente a sus protegidos. Pero resulta incuestionable que la mayor parte de los hombres de ese imperio son los que lo terminan defendiendo.

Así pasó cuando Aníbal quiso conquistar Roma y así pasó en el imperio Español, en donde los tercios eran los principales sostenedores de los territorios y Castilla la región que más se despobló enviando hombres a los distintos campos de batalla (y a pesar de que en los ejércitos ni castellanos ni tercios formaban los grupos más numerosos).

7.     El fin del Imperio.

Todos los imperios están acompañados por vaticinios y augurios que anuncian su pronta destrucción. Roca Barea explica el motivo de ello: “Oráculos y profecías se usan con fines diversos. Dan respuesta a situaciones de angustia personal o colectiva y a la necesidad humana de creer que existe un orden en el universo. Son liberadores y al mismo tiempo catalizadores de energías hacia un lugar determinado: De ahí la posibilidad de que este recurso se utilice… como instrumento político, tanto de propaganda ideológica como de resistencia de quien se considera oprimido”.

Las formas de crear las profecías apocalípticas siempre son las mismas: el imperio opresor debe pagar con sangre su impiedad, la opresión de los débiles, su soberbia y su rapiña. Para ello llegará el día en el que caerá por manos de un elegido o profeta o, en el peor de los casos, mediante un apocalipsis mundial del que sólo se salvarán los justos. Os suena mucho, ¿verdad? Muchas rebeliones tuvieron (y tendrán) en estas profecías sus orígenes.

Puesto que ningún imperio ha durado infinitamente en el tiempo se cumple lo que se suele denominar la profecía auto-cumplida. Veamos un ejemplo que nos recuerda Roca Barea.

AlíIbnAbi-Talib, primo y cuñado del profeta y una de las más venerables figuras entre los chiítas, profetizó que antes de la venida del Mahdi, el redentor definitivo, un hombre alto y negro gobernaría en Occidente. Este hombre estaría marcado con un signo distintivo que lo vincularía con HuseínIbnAlí, el tercer imán del islam. Según las profecías, «Barack Obama» suena en árabe y persa como «el bendito de Huseín», más o menos. A los pocos días de la victoria de Obama, la revista Forbes daba a conocer que una web progubernamental iraní había publicado un hadiz (dichos y tradiciones religiosas) chiíta del siglo XVII, un texto llamado Bihar al-Anwar (Mar de luz), que había desatado una oleada de rumores sobre la profecía relacionada con el recientemente elegido presidente de Estados Unidos. Millones de chiítas creen que la llegada de un hombre negro a la presidencia de Estados Unidos anuncia la venida del Mahdi, el redentor definitivo, y la victoria absoluta del islam.

EEUU sigue existiendo tras el paso de Obama y seguirá existiendo durante muchos años. ¿Sacará del error a los chiítas su falsa profecía? Ni mucho menos. En su engaño colectivo pensarán que se equivocaron al identificar a Obama como el hombre de la profecía y seguirán esperando su venida profética.

Vistos los clichés sobre los imperios debemos responder a un par de importantes preguntas.

¿Por qué se repiten estos falsos clichés en el tiempo?

Roca Barea responde a esta pregunta de una manera magistral: “no suele haber causas objetivas en el nacimiento de las leyendas negras imperiales. Estas buscan sus motivos o los generan, y es imposible que no encuentren algo a lo que agarrarse. Los prejuicios antiimperiales no se originan como consecuencia de unos motivos, sino que son anteriores al rosario de tópicos en torno a los cuales se articulan. Nacen del complejo de inferioridad que resulta de ocupar una posición secundaria al servicio de otro o con respecto a otro, incluso cuando esto beneficia o no perjudica. Nada nos hace sentir más incómodos que tener que estar agradecidos. El resquemor de vecinos y aliados puede ser mucho más intenso que el de un enemigo. Por esto las distintas imperiofobias se parecen tanto unas a otras, porque nacen del mismo pozo de frustración”.

Por tanto, son las mismas sensaciones humanas ante una misma situación las que terminan generando los mismos comportamientos grupales.

¿Quiénes son los principales motores de las leyendas negras?

En primer lugar, como es lógico, los enemigos imperiales. Contra Roma vimos a Mitrídates o a Cálgaco (entre muchos otros que podríamos citar); Contra el Imperio Español Inglaterra y, en mucha mayor medida los protestantes, fueron los principales enemigos que lancearon al imperio con falsas leyendas; Contra el Imperio Ruso del siglo XVIII fueron los franceses los principales instigadores; Contra los EEUU actuales la bandera la tomó el mundo islámico tras haberla blandido la Rusia comunista.

Pero existen otros enemigos antimperiales, igual o más peligrosos, que no se encuentran necesariamente en el bando contrario. Son los intelectuales de cada época, los cuales disfrutan de la seguridad del Imperio de turno pero, tal vez, por una mal entendida deuda moral, critican a los Imperios que les protegen. Se trata tanto de críticas internas (autocrítica a veces mal entendida) como externas; y en el caso español tenemos diversos y paradigmáticos ejemplos.

Los humanistas italianos del siglo XVI achacaban a los españoles el ser inmorales y tener costumbres licenciosas. Hasta tal punto llegaba la crítica que pareciera que todas las putas eran españolas o que sólo los soldados españoles fueran lascivos. Nada les importaba a esos humanistas que fueran esas mismas tropas las que los defendieran del turco (cuya lascivia debía ser mucho menor en los saqueos) o que las putas respondieran a una demanda existente en el país (demanda interesada en todas las nacionalidades, por cierto). Nada que no sufrieran, siglos después, los americanos que ayudaron a la defensa de Inglaterra, a los cuales los ingleses les dedicaron semejante coplilla: “They are overpaid, oversexed and overhere” (Están sobrepagados, sobresexuados y sobran).

Respecto a la autocrítica interna resulta paradigmático el ejemplo de Bartolomé de Las Casas y su famosa Brevísima Relación. En ella el dominico acusó a los españoles de asesinar niños y azuzar contra inofensivos indígenas a perros hambrientos. Esta lamentable acusación, como reconoció posteriormente Bartolomé, ni la vio en persona ni puede localizar cuándo y dónde ocurrió. Fue algo que una vez escuchó.Vamos, algo que pudo o no haber ocurrido y que, en ningún caso, formaba parte de prácticas habituales.

La anécdota hubiera sido graciosa de no haber inspirado tales palabras los famosos grabados de Thierry De Bry (seguro que conocéis muchos de ellos). Este pseudohistoriador fue un impulsor de la leyenda negra de la conquista española y, de paso, un generador de la leyenda áurea protestante, en la que la conquista inmaculada de ingleses y holandeses contrastaba poderosamente con las atrocidades de la conquista española del mismo continente. Vamos, un generador de falsedades, pues ni una fue pulcra ni la otra escabrosa en su totalidad.

Lo peor de estas opiniones intelectuales (las de los enemigos también proceden de sus intelectuales, claro está) sobre leyendas negras reside en el hecho de la existencia de una respetabilidad intelectual del prejuicio. Son personas cultas cuya opinión se tiene en cuenta por ser quienes son, dejando en muchas ocasiones la labor autocrítica que todos debemos tener respecto a los demás (y sus opiniones) por una cómoda fe ciega a sus opiniones.

Esto es algo muy curioso que afecta al ser humano y que la psicología ha estudiado pormenorizadamente.  Una opinión escuchada dentro de un grupo de personas con los mismos ideales u opiniones tiene altas probabilidades de ser seguida; en cambio, si la opinión la realiza alguien externo a ese grupo es muy posible que sea desechada como falsa. Esta norma social explica, por ejemplo, que las personas lean siempre el mismo periódico, pues refuerza su ideología con pensamientos que le son propios. Por tanto, en España, si alguien quiere influir en la izquierda debería escribir en el País. La misma opinión vertida en El Mundo tendrá un rechazo mucho mayor por parte de los lectores.

¿Perdurará la leyenda negra en el tiempo?

Por supuesto que sí. España, como entidad política no desapareció al terminarse su Imperio. Y el triunfo del Protestantismo (como oposición al catolicismo defendido por el Imperio Español) hace que esta leyenda se perpetúe por los siglos de los siglos. Si a ello sumamos que gran parte del antiguo Imperio español (Latinoamérica) aún no ha encontrado su lugar histórico tenemos la tormenta perfecta que seguirá pintando, siglo tras siglo, al español como un demonio impío.


La fuente principal para este artículo ha sido:


María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Siruela, 2016.

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