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domingo, 5 de noviembre de 2017

El calendario actual proviene de los romanos (I)



Uno de los capítulos del libro Mis mentiras favoritas. Historia antigua trata sobre la herencia de la cultura grecolatina en nuestra sociedad. Concretamente, de algo tan común como ciertas expresiones y gestos que aún seguimos utilizando.

Como complemento del mismo vamos a ver hoy el tema del calendario actual, el cual proviene del calendario romano, es cierto, aunque con ciertas diferencias y matices importantes.

¿Os interesa saber la evolución de nuestro calendario desde la época romana?


En la antigua Roma existía un problema importante a la hora de medir el tiempo. Diferentes tradiciones se mezclaban sin orden claro. Mientras los etruscos seguían un calendario estrictamente lunar, los habitantes de Alba Longa tenían un calendario de 10 meses con duraciones dispares en cada uno de ellos (entre 18 y 36 días).

Según cuentan los documentos, fue Numa Pompilio, segundo rey de Roma, quién instauró un calendario con doce meses, el cual comenzaba en marzo. Se trataba de un calendario solilunar (muchos creen erróneamente que era lunar), pues además de contar los ciclos lunares, los cuales son más sencillos de seguir que los del sol, ajustaban el hecho de no coincidir siempre con treinta días intercalando días sueltos todos los años.

Febrero, que en aquél entonces era el último mes del año, era quién más modificaciones sufría. Los pontífices eran los encargados de regular el calendario, además de fijar los días fastos (día bueno para celebrar actos religiosos o públicos) y nefastos (días considerados de mala suerte donde cesaban las actividades públicas).

El calendario ilustrado de El Djem, Museo de El Djem, Túnez.


Y el criterio político, más que astrológico, a la hora de colocar los días y las festividades (un día nefasto podía paralizar una votación decisiva o adelantarla según intereses particulares) llevó a un problema grave en el cómputo del tiempo. Hasta el extremo de que la siega no coincidía con el verano ni la vendimia con el otoño.

En el año 46 a.C. Julio César se propuso arreglar tal desaguisado. Y lo hizo tomando como modelo el calendario solar egipcio, cuya antigüedad era ya milenaria. De esta forma impuso un calendario solar, denominado juliano, bastante similar al que tenemos actualmente, con 365 días al año, añadiendo un día extra cada cuatro años.

Y el nombre de bisiesto proviene de añadir otro día 24 de febrero, nombrándolo como la repetición del día 24 anterior. Es decir, el 24 de febrero se nombraba como sexto calendas martii y el siguiente día bissexto calendas. (Para saber más sobre como los romanos nombraban los días del mes os remito al capítulo del libro, por ser un tema que se sale del artículo).

No obstante, aunque este ajuste fue muy importante, no era definitivo. A cada año le sobraba un cuarto de día, lo que tras 128 años sumaba un día extra. Esta situación se hizo insostenible en el siglo XVI, cuando se impuso el Calendario Gregoriano, llamado así por ser creado por el Papa Gregorio XIII en 1582. Habían pasado 1600 desde que Julio César impusiera su calendario y ello dio lugar a un desfase entre el calendario civil y el astronómico de 10 días. A la hora de compensar el desajuste del calendario juliano se decretó que no serí­an bisiestos los años terminados en dos ceros cuyas primeras cifras no fueran múltiplos de 4.

El resto de meses y días se mantuvo, salvo por el hecho que se tuvo que hacer una pequeña trampa y “comerse” diez días. Del jueves 4 de octubre de 1582 se pasó al viernes 15 de octubre de 1582 (ya habían sido contados en el anterior calendario).

Aunque este calendario, del que hoy día somos deudores, es la manera más perfecta de contar el tiempo, no fue sencilla su implantación. En Inglaterra, por ejemplo, no se instauró hasta 1752, razón por la cual no murieron el mismo día Cervantes y Shakespeare (un error muy común). Bulgaria no lo adoptó hasta 1916 y Grecia hasta 1923.

Aunque en otros lugares del mundo se siguen utilizando calendarios diferentes, el gregoriano es en la medición del tiempo como el inglés en los idiomas, una base internacional definida que nos permite a todos entendernos por igual.

Como ejemplos de calendarios curiosos aún en uso nombraré, simplemente el musulmán y el chino.

El primero, al igual que el gregoriano o el hebrero, basa su computación del tiempo en base a festividades religiosas, lo que comprobamos en la denominación de algunos de sus meses, como por ejemplo el doceavo, Dhulhidjah, que significa Peregrinación. Se trata de un calendario lunar, lo que significa que necesita hacer correcciones periódicas para adaptarse al ritmo solar de las estaciones. Los años tienen 354 días y se dividen en 12 meses con multitud de bisiestos formando ciclos de 30 años. Su punto de partida es la Hégira, la emigración de Mahoma de la Meca a Medina, fecha que corresponde con el 16 de julio del año 622 d.C.

El calendario chino es aún más curioso. Utilizado eminentemente para las celebraciones, no cuenta los años en sucesión, a partir de un origen, sino en ciclos repetitivos de 60 años. Los ciclos comenzaron con el mítico Emperador Amarillo, hacia mediados del III milenio a.C. pero ello es irrelevante. Nuestro año 2017 es el año chino número 34 del ciclo 78. Los meses del año (12 con duración entre 29 30 días por ser lunisolar, con un mes extra cada 2/3 años) comienzan el primer día en el que existe Luna Nueva y sólo cada 19 años coinciden con nuestro calendario. Entre las sorpresas que esto depara para los occidentales está el hecho de que el inicio del año chino puede variar de un año para otro. Lo normal es que comience la segunda luna nueva después del solsticio de invierno (entre el 21 de enero y el 21 de febrero), pero no siempre es así.

Como vemos, la forma de medir el tiempo siempre fue una preocupación importante para el ser humano, más en las sociedades agrarias antiguas. Y en cada zona del mundo se llegaron a soluciones particulares coincidentes en la observación de los astros (sol y/o luna).

Volviendo a la afirmación que da título a este artículo, nuestro calendario proviene más de una mezcla entre el Renacimiento y el mundo antiguo. Lo que tiene una raigambre totalmente grecolatina es su denominación. Los nombres se han mantenido inalterables desde la antigüedad, lo que ha provocado ciertas situaciones confusas. El próximo mes repasaremos los meses del año, etimológicamente hablando, y veremos algunas curiosidades sobre ellos.

Os espero por aquí

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