Un día como hoy, 14 de julio,
pero del año 1789, el pueblo de París tomó al asalto la fortaleza-prisión de la Bastilla. Este
acontecimiento ha pasado a ser un hito histórico que marca el final del Antiguo
Régimen y el inicio de la Revolución Francesa.
Hoy día, es la Fiesta Nacional de
Francia, celebrándose con gran pompa desde el año 1880. No obstante, la
historia tradicional que nos contaron los historiadores románticos sobre este
importante episodio poco tiene que ver con la realidad de los hechos.
¿Te apetece saber que ocurrió
realmente?
La mitificación de episodios
históricos es una herramienta muy útil para crear una historia concreta y
dirigida a unos objetivos concretos, la cual logra desviar la atención de los
profanos. Pero para los historiadores es una muestra de desinformación
importante que debemos rebatir, pues, en general, en vez de enseñar historia
tiene una función contraria.
Personalmente no entiendo la Fiesta Nacional
Francesa. El 14 de julio no me dice nada. No fue el inicio de
la Revolución Francesa.
Creo que la Revolución como tal se inició, de forma evidente,
con el episodio del “Juramento del Juego de la Pelota” (20 junio 1789), momento
en el cual el Tercer Estado, reunido como los únicos representantes de la Asamblea Nacional,
decidieron que Francia debía tener una nueva Constitución. Por supuesto, para
llegar a ese momento, muchas cosas pasaron anteriormente.
De igual forma, la toma de la
Bastilla es un episodio que no merecería recordarse como hito fundacional de
nada. Entre otras cosas porque no se trató de ningún episodio heroico ni digno
de ser recordado. Aun así, se convirtió en un mito, deformándolo de tal manera
que la gloria revolucionaria pudiera tener sus héroes y mártires.
No pensemos que el caso
francés es único. En todas las historias nacionales europeas se han seguido
similares esquemas para legitimar discursos históricos interesados. Por hablar
de nuestro país, una fecha de obligatorio recuerdo por parte de los alumnos
españoles, al igual que el 14 de julio francés, es la fecha de la Batalla de
Guadalete (entre el 19 y 26 de julio de 711). En ella el rey visigodo Rodrigo
perdió la batalla decisiva ante las tropas musulmanas, que iniciaron así la
conquista peninsular. La cosa tiene guasa, pues ni sabemos el lugar de la
batalla, ni la fecha en cuestión. Incluso muchos la ponen en duda. Pero esto
último obligaría a revisar la figura de Pelayo y la idea de Reconquista. Y eso
son palabras mayores, ¿verdad?
Volviendo al tema que nos
ocupa, la mentalidad popular tiene idealizado el episodio de la Bastilla como
una lucha desigual entre el pueblo necesitado de armas y los defensores armados
y bien pertrechados. Un relato general de la opinión popular de la toma de la
Bastilla sería algo así:
“Parte del pueblo parisino,
congregados un millar de personas al menos, decidieron tomar la Bastilla,
símbolo de la tiranía del Régimen imperante. Como dijo Michelet: “El mundo entero conocía y odiaba la Bastilla. Bastilla
y tiranía significaban lo mismo en todos los idiomas”. Unos cien parisinos
perdieron la vida en el asalto, mientras que otros tantos fueron heridos. Los
defensores de la fortaleza respondieron al ataque con fuego de fusiles y
cañones, ante el pueblo indefenso. Pero nada pudieron hacer para que los
valerosos héroes tomaran la fortaleza y liberaran a los numerosos presos que
encerraba el despótico rey francés en sus inmundas mazmorras”.
Existe una frase atribuida a
George Bernard Shaw que dice lo siguiente: “Cuando
leas una biografía ten presente que la verdad nunca es publicable”. Creo que el episodio de la toma de la
Bastilla viene como anillo al dedo a esta frase, pues su verdad es menos
heroica e interesante.
La Bastilla, al igual que la
Torre de Londres, era una fortaleza levantada en la Edad Media que se
encontraba, en 1789, en pleno centro de París. Antiguamente había sido una
prisión política, donde numerosas personas sufrieron las arbitrariedades de las
“justicia” monárquica absolutista. Pero a finales del siglo XVIII se trataba de
un anacronismo a punto de desaparecer. De hecho, en 1788 se había decidido su
cierre y destrucción debido a los altos costes que suponía tenerla abierta. Por
tanto, poco odio podían tener los parisinos a una prisión que estaba
clausurando su actividad. El primer mito desmontado es la función de la Bastilla. Al
contrario de lo que dijeron los historiadores románticos, allí no se pudrían
los presos por la monarquía.
De hecho, los presos que allí
se encontraban en el año 1789 no vivían nada mal. En los últimos años de
funcionamiento los presos que la habitaron eran personas de alta alcurnia,
cuyos delitos suponían escándalos públicos más que verdaderos peligros. Un
ejemplo paradigmático es el Marqués de Sade. No obstante, también hubo
prisioneros políticos, como Voltaire, detenido por sus obras. De hecho, fueron
los intelectuales encerrados en la Bastilla, años antes de la Revolución, los
que difundieron el mito de la prisión como símbolo de opresión real.
La mayoría de los presos,
debido a su condición noble, vivían de forma bastante acomodada dentro de la prisión. Algunos
llevaban consigo hasta a sus criados, tenían permisos de salida periódicos y
disfrutaban de buenas comidas. Se comenta que incluso el alcaide Bernard de
Launay, invitaba a su mesa a ciertos prisioneros relevantes.
En el momento del asalto tan
sólo se encontraban encerrados en este lugar siete presos. Cuatro eran
falsificadores, otro, Auguste Tavernier, un enfermo mental; había un noble
condenado por incesto y un cómplice de Robert François Damiens, autor de una
tentativa de asesinato sobre el rey Luis XV.
El escaso número de presos se
debía tanto a la escasa arbitrariedad judicial imperante entonces como al
proyecto de cierre de tal prisión. Por tanto, el segundo mito que se derriba es
el de que la Bastilla era una prisión inmunda en donde se pudrían decenas de
presos políticos. Sin duda en otro tiempo lo fue, pero no era ese el caso en
1789.
El contexto histórico
existente en el momento de la toma de la Bastilla es importante para entender
el acontecimiento en sí. El pueblo de París se encontraba muy agitado debido a
varias circunstancias. La cosecha de 1788 había sido muy pobre, lo que provocó
que el precio del pan estuviera por las nubes en julio de 1789. A ello hay que
sumar una retracción importante del comercio debido a la guerra americana, lo
que conllevó despidos y bajadas de salarios. Los vagabundos se extendieron como
una plaga alarmante y con ellos los ladrones. Las ciudades tenían miedo de
verse saqueadas por estas bandas de malhechores, las cuales se decía que eran
reclutadas por aristócratas (algo totalmente infundado pero que se creyó debido
a la situación de inestabilidad general) para intimidar al Tercer Estado.
En estas circunstancias se
comprende la revuelta obrera que estalló en abril, donde unos obreros
destruyeron una fábrica de papeles de decoración en París. O que los campesinos
se negaran a pagar más tributos señoriales o impuestos. También es lógico
pensar que los parisinos intentaran armarse para proteger su ciudad, máxime
cuando se estaban concentrando tropas en Versalles.
Se suele decir que el
detonante que agitó a las masas de forma definitiva fue la destitución del
ministro de finanzas Jacques Necker, considerado dentro del sector progresista.
Este movimiento político fue interpretado como un golpe de mano de los
elementos conservadores de la
corte. Los liberales, temerosos de que el siguiente paso
fuera la disolución de la Asamblea, con las tropas reunidas en torno a
Versalles, decidieron agitar a las masas. Entre ellos destacó Camille
Desmoulins, quién en una arenga improvisada, el día 12 de julio, se dirigió a
la plebe con los siguientes términos: “¡Ciudadanos, no hay tiempo que
perder; el cese de Necker es la señal de la Noche de San Bartolomé para los
patriotas! ¡Esta noche, batallones de suizos y alemanes tomarán el Campo de
Marte para masacrarnos; sólo queda una solución: tomar las armas!”.
Los liberales aprovecharon la
situación deplorable de la plebe para conseguir sus fines. Los típicos
problemas de hambruna habían degenerado en los típicos asaltos a almacenes y
tiendas, pues la plebe pensaba que los altos precios se debían al acaparamiento
de pan por los especuladores. Desde el 10 de julio en París se vivía este
ambiente de revuelta, potenciado aún más por los rumores de saqueos en los
campos por bandidos organizados. El hecho era que a París habían llegado
numerosos vagabundos del campo que aumentaban considerablemente la inseguridad.
No es extraño que en ese
caldo de cultivo fructificaran las ideas de desobediencia civil. El “Gran
Miedo” se había apoderado de la plebe parisina. El 12 de julio hubo un primer
enfrentamiento entre el regimiento de caballería Real-Alemán en la Plaza de
Luis XV y la multitud enardecida, con un muerto por cada bando.
El 13 de julio la multitud
quiere armarse y se dirigen al Hôtel de Ville (Palacio Municipal) para
pedir armas. Jacques de Flesselles, convertido en máxima autoridad municipal,
decide organizar una milicia (Guardia Nacional), con el objetivo de mantener el
orden. Pero el caos es irreconducible y las milicias populares autónomas se
extienden por toda la
ciudad. Serán éstas las que asalten el Hôtel des Invalides la
mañana del 14 de julio. Allí consiguieron varias armas, pero no eran
suficientes. Por tanto, decidieron ir a la Bastilla a por más. En concreto a
por los quince cañones que allí había. Las tropas acampadas en el Campo de
Marte se negaron a atacar a la población francesa por lo que esta revolución
popular pudo continuar sin problemas.
La multitud se congregó en
torno a la fortaleza y exigió la entrega de armas y pólvora. El gobernador de
la Bastilla, el marqués Bernard-René Jordan de Launay, no tenía ninguna
intención de armar a la población allí congregada, pero tampoco deseaba tener
problemas con ellos.
A las 11:30 h, una delegación
encabezada por el abogado Thuriot se reúne con Launay. Le exigen la entrega de
los cañones bajo la excusa de que atemorizan a la población. Launay,
demostrando sus intenciones opuestas a cualquier enfrentamiento, se niega a
entregar los cañones pero los retiró de las troneras, que fueron cerradas.
También se negó a armar a la nueva
Guardia Nacional creada, aunque no moverían
un dedo contra ella.
La conversación entre Launay
y la delegación de Thuriot fue muy cordial e incluso bebieron vino a la mesa. Launay permitió
que la delegación recorriera la fortaleza e hiciera una revista a sus tropas.
En aquel momento la Bastilla era defendida por 82 inválidos (soldados veteranos
no aptos para el servicio) y 32 granaderos suizos enviados una semana antes
como refuerzo.
La delegación se dio por
satisfecha ante las explicaciones recibidas y se marchó para informar al poder
municipal. Pero la población allí reunida no opinaba lo mismo y decidió asaltar
la fortaleza. En
torno a las 13:30 h, un grupo de manifestantes entró en el patio delantero
exigiendo la entrega de las armas. Un antiguo soldado logró cortar las cadenas
del puente levadizo y entrar en el patio interior. Ahora la exigencia era
rendir la fortaleza.
Launay, ante este ataque
inesperado, ordenó disparar y defender la Bastilla. En ese
momento se produjo un punto de no retorno. La muchedumbre se envalentonó
todavía más con los primeros muertos y se corrió el rumor de que Launay les
había tendido una emboscada.
A las 15:30 h la población se
vio reforzada por 61 soldados de la Guardia Francesa que habían desertado. Estaban al
mando del sargento Pierre-Augustin Hulin y colocaron un par de cañones contra
la puerta de la
fortaleza. El enfrentamiento se endureció.
A las 17:00 h, momento en el
cual ya habían caído un centenar asaltantes, Launay decide cesar la resistencia. Entregó
una carta de rendición a los asaltantes donde aseguraba rendir la plaza a
cambio de la promesa de no realizar ninguna ejecución. Aunque las condiciones
no fueron aceptadas, Launay rindió la Bastilla de todas formas.
Los soldados de la Guardia Francesa
trasladaron a los prisioneros hasta el Ayuntamiento, pero durante el camino la
muchedumbre, excitada y presa del sentimiento vengativo por los compañeros
caídos, decidió tomarse la justicia por su mano. Launay fue apuñalado y su
cabeza colgada de una pica. Tres inválidos y dos granaderos suizos también
fueron asesinados en el trayecto.
Toma de la Bastilla, pintada en 1789 por Jean-Pierre Houël |
La toma de la Bastilla no fue
un asalto a una fortaleza inexpugnable. La Bastilla había sido asaltada en ocasiones
anteriores y al estar rodeada de edificaciones no era fácil de resistir ningún
asedio. No era inexpugnable, pero tampoco fue tomada de forma heroica. Fue
tomada porque Launay no quiso que se derramara más sangre y rindió la fortaleza. Sin la
aportación de la
Guardia Francesa, tanto de los contingentes sublevados que
participaron en la toma como de los acampados en el Campo de Marte que se
negaron a intervenir, el final hubiera sido muy distinto.
La toma de la Bastilla fue un
acto propio de la turba impersonal agitada y cegada por la violencia. Decidieron
atacar la Bastilla sin motivo alguno ni ofensa previa, tan sólo por no permitir
la neutralidad de Launay. El ataque, desmedido, terminó con una violencia
injustificada contra unos defensores rendidos que tan sólo se encontraron en el
lugar equivocado en el momento preciso. Su defensa de la fortaleza no fue
extrema, sino el mínimo exigible a unos soldados reales. En ningún momento
estaba en el ánimo de los defensores causar mal alguno y en ningún caso
utilizaron todo su arsenal. Los cañones no fueron utilizados contra el pueblo
ni se llevó a cabo la amenaza de volar el barrio con la pólvora acumulada en la fortaleza. El último
mito derribado es el de la toma de la Bastilla como símbolo del despotismo
real. Ni los presos liberados eran un número significativo ni defendían ningún
ideal revolucionario. Además, la intransigencia despótica fue en este caso
propiedad de la muchedumbre, cuya “justicia” fue mucho más arbitraria y temible
que la “justicia real” que odiaban con tanta saña.
Por tanto, aunque convertido
en símbolo, la toma de la Bastilla no tuvo tanta heroicidad como nos han
contado. Y, por supuesto, no supuso ningún punto de inflexión en la Revolución Francesa.
Aunque algunos autores sostienen que fue lo que hizo entrar
en razón al rey y alejar las tropas acantonadas en torno a Versalles, en mi
opinión la Asamblea creada por el Tercer Estado ya no podía ser detenida por el
rey de ningún modo. Con Bastilla o sin ella los acontecimientos hubieran seguido
el mismo curso irremediable. El pueblo de París hubiera iniciado su revolución
contra el rey de igual modo. De hecho, la Bastilla fue uno de los muchos
capítulos más proclives al olvido que al recuerdo.
Hoy día ya no existe la
fortaleza, destruida tras los sucesos de 1789, y tan sólo se alza en la plaza la
Columna de Julio, que conmemora las jornadas revolucionarias de 1830.
Fuentes:
Palmer, R.R. y Colton, J.: Historia universal. Akal. 1990.
Toma de la Bastilla. http://es.wikipedia.org/wiki/Toma_de_la_Bastilla
Mito y realidad de la toma de
la Bastilla. http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=615
La farsa del día de la Bastilla.
http://wwwmileschristi.blogspot.com.es/2013/07/la-farsa-del-dia-de-la-bastilla.html
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