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jueves, 14 de julio de 2016

La toma de la Bastilla fue un acto heroico del pueblo contra la tiranía despótica de la monarquía.



Un día como hoy, 14 de julio, pero del año 1789, el pueblo de París tomó al asalto la fortaleza-prisión de la Bastilla. Este acontecimiento ha pasado a ser un hito histórico que marca el final del Antiguo Régimen y el inicio de la Revolución Francesa.

Hoy día, es la Fiesta Nacional de Francia, celebrándose con gran pompa desde el año 1880. No obstante, la historia tradicional que nos contaron los historiadores románticos sobre este importante episodio poco tiene que ver con la realidad de los hechos.

¿Te apetece saber que ocurrió realmente?


La mitificación de episodios históricos es una herramienta muy útil para crear una historia concreta y dirigida a unos objetivos concretos, la cual logra desviar la atención de los profanos. Pero para los historiadores es una muestra de desinformación importante que debemos rebatir, pues, en general, en vez de enseñar historia tiene una función contraria.

Personalmente no entiendo la Fiesta Nacional Francesa. El 14 de julio no me dice nada. No fue el inicio de la Revolución Francesa. Creo que la Revolución como tal se inició, de forma evidente, con el episodio del “Juramento del Juego de la Pelota” (20 junio 1789), momento en el cual el Tercer Estado, reunido como los únicos representantes de la Asamblea Nacional, decidieron que Francia debía tener una nueva Constitución. Por supuesto, para llegar a ese momento, muchas cosas pasaron anteriormente.

De igual forma, la toma de la Bastilla es un episodio que no merecería recordarse como hito fundacional de nada. Entre otras cosas porque no se trató de ningún episodio heroico ni digno de ser recordado. Aun así, se convirtió en un mito, deformándolo de tal manera que la gloria revolucionaria pudiera tener sus héroes y mártires.

No pensemos que el caso francés es único. En todas las historias nacionales europeas se han seguido similares esquemas para legitimar discursos históricos interesados. Por hablar de nuestro país, una fecha de obligatorio recuerdo por parte de los alumnos españoles, al igual que el 14 de julio francés, es la fecha de la Batalla de Guadalete (entre el 19 y 26 de julio de 711). En ella el rey visigodo Rodrigo perdió la batalla decisiva ante las tropas musulmanas, que iniciaron así la conquista peninsular. La cosa tiene guasa, pues ni sabemos el lugar de la batalla, ni la fecha en cuestión. Incluso muchos la ponen en duda. Pero esto último obligaría a revisar la figura de Pelayo y la idea de Reconquista. Y eso son palabras mayores, ¿verdad?

Volviendo al tema que nos ocupa, la mentalidad popular tiene idealizado el episodio de la Bastilla como una lucha desigual entre el pueblo necesitado de armas y los defensores armados y bien pertrechados. Un relato general de la opinión popular de la toma de la Bastilla sería algo así:

“Parte del pueblo parisino, congregados un millar de personas al menos, decidieron tomar la Bastilla, símbolo de la tiranía del Régimen imperante. Como dijo Michelet: “El mundo entero conocía y odiaba la Bastilla. Bastilla y tiranía significaban lo mismo en todos los idiomas”. Unos cien parisinos perdieron la vida en el asalto, mientras que otros tantos fueron heridos. Los defensores de la fortaleza respondieron al ataque con fuego de fusiles y cañones, ante el pueblo indefenso. Pero nada pudieron hacer para que los valerosos héroes tomaran la fortaleza y liberaran a los numerosos presos que encerraba el despótico rey francés en sus inmundas mazmorras”.

Existe una frase atribuida a George Bernard Shaw que dice lo siguiente: “Cuando leas una biografía ten presente que la verdad nunca es publicable”. Creo que el episodio de la toma de la Bastilla viene como anillo al dedo a esta frase, pues su verdad es menos heroica e interesante.

La Bastilla, al igual que la Torre de Londres, era una fortaleza levantada en la Edad Media que se encontraba, en 1789, en pleno centro de París. Antiguamente había sido una prisión política, donde numerosas personas sufrieron las arbitrariedades de las “justicia” monárquica absolutista. Pero a finales del siglo XVIII se trataba de un anacronismo a punto de desaparecer. De hecho, en 1788 se había decidido su cierre y destrucción debido a los altos costes que suponía tenerla abierta. Por tanto, poco odio podían tener los parisinos a una prisión que estaba clausurando su actividad. El primer mito desmontado es la función de la Bastilla. Al contrario de lo que dijeron los historiadores románticos, allí no se pudrían los presos por la monarquía.

De hecho, los presos que allí se encontraban en el año 1789 no vivían nada mal. En los últimos años de funcionamiento los presos que la habitaron eran personas de alta alcurnia, cuyos delitos suponían escándalos públicos más que verdaderos peligros. Un ejemplo paradigmático es el Marqués de Sade. No obstante, también hubo prisioneros políticos, como Voltaire, detenido por sus obras. De hecho, fueron los intelectuales encerrados en la Bastilla, años antes de la Revolución, los que difundieron el mito de la prisión como símbolo de opresión real.

La mayoría de los presos, debido a su condición noble, vivían de forma bastante acomodada dentro de la prisión. Algunos llevaban consigo hasta a sus criados, tenían permisos de salida periódicos y disfrutaban de buenas comidas. Se comenta que incluso el alcaide Bernard de Launay, invitaba a su mesa a ciertos prisioneros relevantes.

En el momento del asalto tan sólo se encontraban encerrados en este lugar siete presos. Cuatro eran falsificadores, otro, Auguste Tavernier, un enfermo mental; había un noble condenado por incesto y un cómplice de Robert François Damiens, autor de una tentativa de asesinato sobre el rey Luis XV.

El escaso número de presos se debía tanto a la escasa arbitrariedad judicial imperante entonces como al proyecto de cierre de tal prisión. Por tanto, el segundo mito que se derriba es el de que la Bastilla era una prisión inmunda en donde se pudrían decenas de presos políticos. Sin duda en otro tiempo lo fue, pero no era ese el caso en 1789.

El contexto histórico existente en el momento de la toma de la Bastilla es importante para entender el acontecimiento en sí. El pueblo de París se encontraba muy agitado debido a varias circunstancias. La cosecha de 1788 había sido muy pobre, lo que provocó que el precio del pan estuviera por las nubes en julio de 1789. A ello hay que sumar una retracción importante del comercio debido a la guerra americana, lo que conllevó despidos y bajadas de salarios. Los vagabundos se extendieron como una plaga alarmante y con ellos los ladrones. Las ciudades tenían miedo de verse saqueadas por estas bandas de malhechores, las cuales se decía que eran reclutadas por aristócratas (algo totalmente infundado pero que se creyó debido a la situación de inestabilidad general) para intimidar al Tercer Estado.
En estas circunstancias se comprende la revuelta obrera que estalló en abril, donde unos obreros destruyeron una fábrica de papeles de decoración en París. O que los campesinos se negaran a pagar más tributos señoriales o impuestos. También es lógico pensar que los parisinos intentaran armarse para proteger su ciudad, máxime cuando se estaban concentrando tropas en Versalles.

Se suele decir que el detonante que agitó a las masas de forma definitiva fue la destitución del ministro de finanzas Jacques Necker, considerado dentro del sector progresista. Este movimiento político fue interpretado como un golpe de mano de los elementos conservadores de la corte. Los liberales, temerosos de que el siguiente paso fuera la disolución de la Asamblea, con las tropas reunidas en torno a Versalles, decidieron agitar a las masas. Entre ellos destacó Camille Desmoulins, quién en una arenga improvisada, el día 12 de julio, se dirigió a la plebe con los siguientes términos: “¡Ciudadanos, no hay tiempo que perder; el cese de Necker es la señal de la Noche de San Bartolomé para los patriotas! ¡Esta noche, batallones de suizos y alemanes tomarán el Campo de Marte para masacrarnos; sólo queda una solución: tomar las armas!”.

Los liberales aprovecharon la situación deplorable de la plebe para conseguir sus fines. Los típicos problemas de hambruna habían degenerado en los típicos asaltos a almacenes y tiendas, pues la plebe pensaba que los altos precios se debían al acaparamiento de pan por los especuladores. Desde el 10 de julio en París se vivía este ambiente de revuelta, potenciado aún más por los rumores de saqueos en los campos por bandidos organizados. El hecho era que a París habían llegado numerosos vagabundos del campo que aumentaban considerablemente la inseguridad.

No es extraño que en ese caldo de cultivo fructificaran las ideas de desobediencia civil. El “Gran Miedo” se había apoderado de la plebe parisina. El 12 de julio hubo un primer enfrentamiento entre el regimiento de caballería Real-Alemán en la Plaza de Luis XV y la multitud enardecida, con un muerto por cada bando.

El 13 de julio la multitud quiere armarse y se dirigen al Hôtel de Ville (Palacio Municipal) para pedir armas. Jacques de Flesselles, convertido en máxima autoridad municipal, decide organizar una milicia (Guardia Nacional), con el objetivo de mantener el orden. Pero el caos es irreconducible y las milicias populares autónomas se extienden por toda la ciudad. Serán éstas las que asalten el Hôtel des Invalides la mañana del 14 de julio. Allí consiguieron varias armas, pero no eran suficientes. Por tanto, decidieron ir a la Bastilla a por más. En concreto a por los quince cañones que allí había. Las tropas acampadas en el Campo de Marte se negaron a atacar a la población francesa por lo que esta revolución popular pudo continuar sin problemas.

La multitud se congregó en torno a la fortaleza y exigió la entrega de armas y pólvora. El gobernador de la Bastilla, el marqués Bernard-René Jordan de Launay, no tenía ninguna intención de armar a la población allí congregada, pero tampoco deseaba tener problemas con ellos.

A las 11:30 h, una delegación encabezada por el abogado Thuriot se reúne con Launay. Le exigen la entrega de los cañones bajo la excusa de que atemorizan a la población. Launay, demostrando sus intenciones opuestas a cualquier enfrentamiento, se niega a entregar los cañones pero los retiró de las troneras, que fueron cerradas. También se negó a armar a la nueva Guardia Nacional creada, aunque no moverían un dedo contra ella.

La conversación entre Launay y la delegación de Thuriot fue muy cordial e incluso bebieron vino a la mesa. Launay permitió que la delegación recorriera la fortaleza e hiciera una revista a sus tropas. En aquel momento la Bastilla era defendida por 82 inválidos (soldados veteranos no aptos para el servicio) y 32 granaderos suizos enviados una semana antes como refuerzo.

La delegación se dio por satisfecha ante las explicaciones recibidas y se marchó para informar al poder municipal. Pero la población allí reunida no opinaba lo mismo y decidió asaltar la fortaleza. En torno a las 13:30 h, un grupo de manifestantes entró en el patio delantero exigiendo la entrega de las armas. Un antiguo soldado logró cortar las cadenas del puente levadizo y entrar en el patio interior. Ahora la exigencia era rendir la fortaleza.

Launay, ante este ataque inesperado, ordenó disparar y defender la Bastilla. En ese momento se produjo un punto de no retorno. La muchedumbre se envalentonó todavía más con los primeros muertos y se corrió el rumor de que Launay les había tendido una emboscada.

A las 15:30 h la población se vio reforzada por 61 soldados de la Guardia Francesa que habían desertado. Estaban al mando del sargento Pierre-Augustin Hulin y colocaron un par de cañones contra la puerta de la fortaleza. El enfrentamiento se endureció.

A las 17:00 h, momento en el cual ya habían caído un centenar asaltantes, Launay decide cesar la resistencia. Entregó una carta de rendición a los asaltantes donde aseguraba rendir la plaza a cambio de la promesa de no realizar ninguna ejecución. Aunque las condiciones no fueron aceptadas, Launay rindió la Bastilla de todas formas.

Los soldados de la Guardia Francesa trasladaron a los prisioneros hasta el Ayuntamiento, pero durante el camino la muchedumbre, excitada y presa del sentimiento vengativo por los compañeros caídos, decidió tomarse la justicia por su mano. Launay fue apuñalado y su cabeza colgada de una pica. Tres inválidos y dos granaderos suizos también fueron asesinados en el trayecto.

Toma de la Bastilla, pintada en 1789 por Jean-Pierre Houël


La toma de la Bastilla no fue un asalto a una fortaleza inexpugnable. La Bastilla había sido asaltada en ocasiones anteriores y al estar rodeada de edificaciones no era fácil de resistir ningún asedio. No era inexpugnable, pero tampoco fue tomada de forma heroica. Fue tomada porque Launay no quiso que se derramara más sangre y rindió la fortaleza. Sin la aportación de la Guardia Francesa, tanto de los contingentes sublevados que participaron en la toma como de los acampados en el Campo de Marte que se negaron a intervenir, el final hubiera sido muy distinto.

La toma de la Bastilla fue un acto propio de la turba impersonal agitada y cegada por la violencia. Decidieron atacar la Bastilla sin motivo alguno ni ofensa previa, tan sólo por no permitir la neutralidad de Launay. El ataque, desmedido, terminó con una violencia injustificada contra unos defensores rendidos que tan sólo se encontraron en el lugar equivocado en el momento preciso. Su defensa de la fortaleza no fue extrema, sino el mínimo exigible a unos soldados reales. En ningún momento estaba en el ánimo de los defensores causar mal alguno y en ningún caso utilizaron todo su arsenal. Los cañones no fueron utilizados contra el pueblo ni se llevó a cabo la amenaza de volar el barrio con la pólvora acumulada en la fortaleza. El último mito derribado es el de la toma de la Bastilla como símbolo del despotismo real. Ni los presos liberados eran un número significativo ni defendían ningún ideal revolucionario. Además, la intransigencia despótica fue en este caso propiedad de la muchedumbre, cuya “justicia” fue mucho más arbitraria y temible que la “justicia real” que odiaban con tanta saña.

Por tanto, aunque convertido en símbolo, la toma de la Bastilla no tuvo tanta heroicidad como nos han contado. Y, por supuesto, no supuso ningún punto de inflexión en la Revolución Francesa. Aunque algunos autores sostienen que fue lo que hizo entrar en razón al rey y alejar las tropas acantonadas en torno a Versalles, en mi opinión la Asamblea creada por el Tercer Estado ya no podía ser detenida por el rey de ningún modo. Con Bastilla o sin ella los acontecimientos hubieran seguido el mismo curso irremediable. El pueblo de París hubiera iniciado su revolución contra el rey de igual modo. De hecho, la Bastilla fue uno de los muchos capítulos más proclives al olvido que al recuerdo.

Hoy día ya no existe la fortaleza, destruida tras los sucesos de 1789, y tan sólo se alza en la plaza la Columna de Julio, que conmemora las jornadas revolucionarias de 1830.


Fuentes:

Ingmar Gutberlet, Bernd: Las 50 grandes mentiras de la historia. Tempus. 2007.

Palmer, R.R. y Colton, J.: Historia universal. Akal. 1990.


Mito y realidad de la toma de la Bastilla. http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=615


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