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domingo, 16 de febrero de 2025

Un día visitando Rávena

 

Esta desconocida ciudad italiana tiene uno de los conjuntos monumentales más interesantes de toda Italia. No en vano fue la última capital del Imperio Romano de occidente.

 


Un patrimonio único donde sobresalen los mosaicos de sus iglesias. Un arte proveniente de Bizancio que os dejará maravillados si es la primera vez que lo admiráis.

 

¿Os animáis a descubrir los secretos de esta ciudad?

 

Nosotros visitamos Rávena en nuestro viaje a Bolonia. El viaje en tren dura un poco más de una hora, por lo que es posible realizar la visita en un día.

 

Lo primero que debes hacer una vez pises Rávena es sacar las entradas para visitar los monumentos. Puedes obtenerlas on-line con antelación (aquí) o comprarlas in situ en dos lugares: la Basilica de San Apollinare Nuovo, via di Roma 53 o el Museo Arzobispal, en la piazza Arcivescovado 1, junto al Baptisterio Neoniano.

 

Con la entrada única vais a poder visitar los siguientes monumentos: la Basilica de San Vitale, la Basilica de San Apollinare Nuovo, el Museo Arzobispal, el Baptisterio Neoniano y el Mausoleo de Gala Placidia. Para estos dos últimos lugares debemos concretar la hora exacta de la visita con antelación debido a la alta afluencia. El horario de apertura es de 9:00 a 19:00h.

 

Nosotros fuimos directamente a la Basilica de San Apollinare Nuovo, la cual se encuentra muy próxima a la estación de tren. Este templo es característico por su nártex externo en piedra blanca que contrasta con la oscuridad de la estructura del resto del edificio. Y, por supuesto, por su particular torre circular de ladrillo.

 


Esta basílica se construyó a inicios del siglo VI por Teodorico como basílica palatina. Las ruinas de su palacio podéis verlas un poco más adelante en la misma calle.

 

Inicialmente consagrada al Salvador, tenía un culto arriano hasta que la ciudad fue conquistada por los bizantinos (540) y los templos pasaron a seguir el cristianismo católico. Aprovechando la reestructuración se cambió la consagración a San Martín de Tours, santo famoso por su lucha contra la herejía, y solo más adelante se asignó la denominación del primer obispo de Rávena San Apolinar.

 

El fin del arrianismo conllevó un cambio en la decoración interior de los templos, algo especialmente significativo en esta basílica. En la parte que cubría los arcos que dividen las tres naves existía un ciclo de mosaicos con temas relacionados con el cristianismo arriano, que a instancias del obispo Agnello fue eliminado y transformado. Sólo se salvaron las partes más altas de la decoración (con las Historias de Cristo y con los santos y profetas), mientras en la parte más baja, la mayor y más cercana al observador, se llevó a cabo una completa reestructuración de la que sólo se salvaron las vistas del puerto de Classe y del Palatium de Teodorico, aunque eliminando todos los retratos, que probablemente fueran del propio Teodorico y de su corte.

 


Por tanto, cuando entremos al interior de la iglesia para admirar sus bellos mosaicos encontraremos de dos épocas diferentes: los de Teodorico y los del obispo Agnello.

 

Las paredes de la nave central están divididas en tres zonas bien diferenciadas por su decoración. La parte más alta está decorada con una serie de recuadros alternados con el motivo alegórico de un pabellón con dos palomas. Los recuadros presentan escenas de la vida de Cristo con especial cuidado de los detalles, a pesar de que antiguamente estaban aún más elevados, por lo que su visión era bastante limitada. Algunas escenas evidencian la evolución en el arte del mosaico en la época de Teodorico. La escena de Cristo separando las ovejas de las cabras recuerda la del Buen Pastor del Mausoleo de Gala Placidia, aunque haya notables diferencias (no había pasado aún un siglo): las figuras ya no están situadas en un espacio en profundidad, sino que aparecen colocadas unas sobre otras, con muchas simplificaciones (algunos animales ni siquiera tienen patas). La rígida frontalidad y la pérdida del volumen del Cristo y de los ángeles imprime un innegable aspecto hierático. En la escena de la Última Cena Cristo y los apóstoles están representados del mismo modo que en las representaciones romanas paleocristianas, y las proporciones jerárquicas (Cristo de mayor tamaño que las demás figuras) vuelven a inscribirse en la tradición de arte tardo-romano.


 

La parte central cuenta con recuadros entre las ventanas que enmarcan sólidas figuras de Santos y Profetas con túnicas sombreadas que ofrecen cierta sensación de perspectiva.

 


La parte inferior, la de mayor tamaño, es también la más conocida. En los muros de la derecha (según se mira al altar), se representa el famoso Palacio de Teodorico, reconocible por la inscripción latina PALATIVM (Palacio) en la parte baja del tímpano. Los edificios interiores representados están mostrados en perspectiva resaltada. Entre las columnas hay telas blancas decoradas con oro, que cubren las sombras de antiguas figuras humanas que permanecieron después de que una parte del mosaico fuera condenada a ser destruida: por una especie de damnatio memoriae todas las figuras humanas (casi con toda seguridad el propio Teodorico y miembros de su corte) fueron eliminadas y aún se notan amplias partes de color ligeramente distinto (debidas a una restauración llevada a cabo en otro momento) y las evidentes marcas en las columnas blancas, en las que aparecen por diversos lugares marcas de manos.

 

Las columnas situadas sobre los arcos del palacio son finas y esbeltas (en la realidad debían ser de mármol) y están rematadas con capiteles corintios. Encima de los arcos, que tienen motivos de ángeles con guirnaldas de flores hay una serie de arcos bajos protegidos con parapetos, y con techo de tejas, lo que probablemente fuera una larga terraza cubierta.

 

Más allá del Palacio se descubren algunos edificios basilicales o de planta central cuya función es representar de modo sintético la ciudad de Rávena.

 

En las paredes frontales está representado en cambio el Puerto de Classe, que en aquella época era el mayor de todo el Adriático, además de una de las principales sedes de la flota imperial romana. A la izquierda, las teselas del mosaico componen la figura de tres embarcaciones alineadas verticalmente, amarradas en el agua azul y tranquila del puerto, en una insólita prospectiva "a vista de pájaro", que destaca la amplitud. Están protegidas por ambos lados por torres de piedra. Siguiendo hacia la derecha, se observan las murallas de la ciudad, dentro de la cual se adivinan varios edificios notablemente estilizados: un anfiteatro, un pórtico, una basílica, una construcción civil de planta central cubierta con un techado cónico. Sobre la puerta de acceso a la ciudad, en el extremo derecho, se lee la expresión latina: CIVI CLASSIS (Ciudad de Classe).


 

Las procesiones contrapuestas de los Santos Mártires y las Santas Vírgenes, también en la parte inferior, se realizaron durante el dominio bizantino, algo que vemos por características propias de aquel estilo: la repetición de los gestos, el preciosismo de la indumentaria, la falta de volumen (con el consiguiente aplanamiento o bidimensionalidad de las figuras) y también la absoluta frontalidad, la fijeza de las miradas, la práctica monocromía de los fondos dorados, el uso de elementos vegetales con fines ornamentales y de relleno y, por último, la falta de un plano de apoyo para las figuras que, por esa razón, aparecen como suspendidas y flotando en el mundo.

 


Las dos series de mártires y vírgenes avanzan rítmicamente con un ritmo casi musical hacia Cristo sentado en su trono y enfrente, hacia la Virgen de Theotkos (Madre de Dios), también en majestuosidad.  

 


Aquí descubriréis la imagen más icónica de los Reyes Magos, los cuales aparecen arrodillados ante ella en una proskynesis, un ritual típico en las cortes bizantinas, generalmente reservado para los emperadores. Una curiosidad: en este mosaico aparecen, por primera vez, los nombres de los tres reyes tal como hoy en día los conocemos.

 


Al salir de la basílica anterior tenéis, en la misma calle, la posibilidad de ver lo que queda del palacio de Teodorico.


 

En nuestro camino hacia el Museo Arzobispal hicimos una breve parada en el cercano templo de San Francisco, donde lo más curioso es el aljibe situado bajo el altar. Cuando yo lo visité los bomberos estaban trabajando para sacar el agua que se había filtrado tras unos días de lluvias.

 

Y, justo al lado podéis acercaros al jardín donde está el Quadrarco di Braccioforte, un antiguo oratorio en cuyo interior se encuentran dos sarcófagos del siglo V. Durante mucho tiempo a Rávena se la conoció como “la ciudad de los muertos”, pues tenía más sarcófagos que habitantes.

 


Anexo al espacio anterior, en un recoleto templo neoclásico, podemos admirar la tumba de Dante, el famoso poeta italiano que escribió la Divina Comedia. Un lugar de descanso sencillo que apenas hace honor a su grandeza. En las cercanías se encuentra un museo por si queréis profundizar en la vida y obra de este poeta, con objetos y libros. Por todos los lados encontraréis el retrato de Dante, originalmente interpretado.

 

En la piazza Arcivescovado vamos a encontrar varios lugares que visitar. Sin duda, el más importante es el Baptisterio Neoniano. Este es uno de los dos baptisterios que podemos visitar en la ciudad (el otro es el arriano) y, en mi opinión, es el más interesante.

 


Situado junto a la actual Catedral de Rávena (que tenéis que visitar), es uno de los monumentos más antiguos de la ciudad. Tal es la belleza de su decoración de mosaicos que Carl Gustav Jung, uno de los padres de Psicoanálisis, quedó particularmente impresionado por ella para describir su visita como una maravillosa "Alucinación".

 

Probablemente se construyó alrededor de principios del siglo V, detrás de la iniciativa del episcopado de Orso, junto con la elevación de Ravena como la capital del Imperio Romano Occidental. Unas décadas después de su construcción, en la época del Obispo Neone (450 475 d.C.) fue objeto de importantes obras de restauración que contribuyeron a la renovación de la cúpula, pero sobre todo a la realización de la decoración interior que hoy podemos admirar.

 

Entre todos los baptisterios realizados entre los siglos IV y V en el antiguo mundo occidental y oriental (Antioch, Constantinopla, Efeso, Trier, Milán, Aquileia y Roma), este edificio se caracteriza por ser el mejor conservado desde el punto de vista arquitectónico y decorativo. Nos ha llegado casi intacto, si excluimos una reducción de 3 metros por debajo del nivel de la carretera debido al fenómeno de hundimiento que afecta a diversos edificios de la ciudad.

 

El baptisterio, con forma octogonal y realizado en mampostería, tiene lados rectos perforados en la parte superior por una ventana con un arco redondo y puertas subterráneas.

 

El interior, dividido en dos órdenes de arcos superpuestos, muestra una rica decoración tripartita: mármol en la parte inferior, estucos en la zona media y mosaicos en la parte superior de evidente influencia helenística-romana. Como veréis más tarde en el Mausoleo de Galla Placidia, aquí también la decoración parece extraordinariamente rica y luminosa, como para recordar el paso de la sombra a la luz, gracias al rito del bautismo.

 


Para comprender el programa iconográfico de la cúpula debemos leerla desde el exterior hacia el centro, como si ascendiéramos. La banda exterior está marcada en ocho partes, en las que se alternan motivos naturales como plantas y flores, tronos vacíos que se refieren a la expectativa del día del Juicio Final y altares en los que se coloca un Evangelio.

 

En el medio, sobre un fondo azul, emergen las figuras de los 12 apóstoles, vestidos de túnicas y palio, divididos en dos lados, y encabezados por San Pedro y San Pablo. En las manos veladas como signo de deferencia llevan las coronas de laurel, símbolo del triunfo.

 

En el centro de la cúpula un gran medallón encierra la escena de Cristo, representada inmersa en la vida en las aguas transparentes del río Jordán en compañía de San Juan Bautista: hasta la fecha es el testimonio más antiguo de una escena del bautismo del Salvador hecha en mosaico en un edificio monumental. A destacar la transparencia del agua lograda con el trabajo en mosaico, un efecto impresionante.


 

Y una curiosidad para los más observadores. ¿Quién es ese tercer personaje que aparece en el Bautismo de Cristo, junto al Salvador y San Juan? Se trata de la personificación del río Jordán, que emerge de las aguas sosteniendo una lata de marisma verde y en la otra mano una especie de toalla con la cual Cristo se secará.

 

En el centro del edificio, una piscina octogonal de mármol griego, reconstruida en 1500, aún conserva algunos fragmentos originales del siglo V.

 

Como os dije antes, tras el baptisterio es buena opción visitar la Catedral de Rávena. No tiene los deslumbrantes mosaicos de las basílicas principales, pero resulta interesante por visitar alguna imagen importante, como la Madonna del Sudore. Una pequeña tabla del siglo XIV de la que manó sangre cuando un soldado la rajó con un cuchillo.

 


En la parte posterior de la Catedral se encuentra el Museo Arzobispal, al cual se accede a través de la librería, ocupa dos plantas. En el mismo vamos a poder admirar numerosas obras de arte religiosas correspondientes a diversas épocas históricas. Dentro de todas las obras que podemos destacar voy a nombrar la cruz de plata del arzobispo Agnello (siglo VI d.C.), una losa de mármol con el calendario de Pascua (siglo VI d.C.), y una estatua acéfala de la edad bizantina (siglo VI d.C.), que quizás representa a Justiniano.

 

También podremos admirar una pequeña galería de arte con obras fechadas entre 1500 y 1800 (la llamada Sala delle Pianete), una colección de vádeos sagrados que datan de los siglos XI y XII y la Sala della Torre Salustra, antaño terminal del acueducto de Trajano y, hoy en día, lugar que contiene la Cátedra de Marfil del arzobispo Maximiano. Esta obra de arte consta de un esqueleto de hebalae, el asiento está cubierto con hasta 27 paneles en marfil (originalmente había 39), finamente tallado con decoraciones de plantas y escenas inspiradas en el Antiguo y Nuevo Testamento, probablemente hecho por al menos cuatro artistas diferentes.


 

Lo más significativo de este museo es la Capilla de San Andrés, situada en la primera planta. Se trata del único ejemplo de una primera capilla arzobispada cristiana que nos ha llegado intacta, así como el único edificio de culto ortodoxo construido durante el arrianismo de Teodorico. Los mosaicos de la capilla se atribuyen en la época del Obispo Pedro II (494-519), en medio de la época teodorica, en el momento de la coexistencia en Ravena de dos denominaciones religiosas: la arriana y la ortodoxa (católica). Todo el programa decorativo de la capilla se extiende a la glorificación de Cristo Salvador y a la afirmación de la consubstancialidad entre Padre e Hijo, en contraposición a la herejía arriana.

 

El compartimento del oratorio real está precedido por un vestíbulo rectangular cubierto por una bóveda de barrica, decorado con una pérgola (mosaico y temperaca) y poblado por numerosas especies de aves, algunas de las cuales son exóticas, otras pertenecientes a la fauna de los valles y bosques de pinos cercanos: palomas, agujeros, patos, loros, pequeños pavones, etc. Las mismas se caracterizan por combinar animales fantásticos y reales, destacando su dimensión naturalista. La inscripción Aut lux hic born East autta hic libera regnatt (O la luz nació aquí o, hecha prisionera, aquí reina libre) probablemente alude a la luz neoplatónica y ortodoxa al mismo tiempo (en contraste con el arrianismo), evocado magistralmente por la brillantez de los azulejos de mosaico.


 

En la puerta de entrada del vestíbulo se encuentra una representación de Cristo como guerrero, perfectamente frontal, atrapado en el acto de pisotear sobre el león y la serpiente (el Mal, representado por el arrianismo), y vestido con clámide púrpura y armadura; el Salvador sostiene una larga cruz en su hombro derecho, mientras que con la izquierda sostiene la Palabra, donde dice: Ego sum vía, veritas et vita. Es, por tanto, en general, una alusión a Ecclesia militans, probablemente en referencia a la herejía arriana, que negó la máxima de que Padre e Hijo eran lo mismo.

 

Entrando en la propia capilla, en cambio, te enfrentas a un programa iconográfico diferente, en su mayoría enfocado en el concepto de Ecclesia triunfal: el monograma de Cristo está representado en la parte superior de la bóveda cruzada, y está apoyado por cuatro abogados-ángeles alados; entre ellos, se reconocen los símbolos de los cuatro evangelistas, cada uno con un códice. La bóveda cruzada está sustentada por cuatro arcos, en cuyo intradós aparecen las imágenes cortadas de los mártires y apóstoles, en cuyo centro destaca el del joven Cristo; este santo también enfatiza la ortodoxia católica de la sacellus, ya que los arrianos no veneran a los santos.

 


De camino a nuestra última visita cultural vamos a tener la ocasión de parar en un lugar con excelentes mosaicos cuya entrada es a través de una pequeña capilla. Me estoy refiriendo a la llamada Domus dei Tappeti di Pietra.

 

Como su elocuente nombre indica, estamos ante una casa romana cubierta totalmente con una alfombra de mosaicos. La entrada se realiza a través de la Iglesia de Santa Eufemia, pues se sitúa justo debajo. Admirar con detalle sus trece salas es algo impresionante, pues en tan poco espacio descubriremos una amplia historia arqueológica. En este lugar se reúnen los restos de una casa medieval, una necrópolis, un pequeño palacio bizantino, una calle pavimentada, un edificio de finales del Imperio romano, unas termas romanas, una domus del siglo II y estructuras anteriores, de la época de la república.

 


Una curiosidad: los vacíos que vemos en algunos mosaicos se originaron, accidentalmente, al extraer el agua del estrato con bombas. Algo que es particularmente notorio, por ejemplo, en el famoso mosaico de la danza de los genios de las estaciones.

 

Aunque esta visita no entra dentro de la entrada general yo creo que merece mucho la pena si os gustan los mosaicos, pues podréis admirar desde geométricos hasta figurativos de diferentes tipos. Y todo ello en su lugar original, lo que supone un extra.

 

Al salir podéis acercaros al famoso grafiti de Kobra, quien realizó un actualizado retrato de Dante de gran preciosidad. Se encuentra en Via Giuseppe Pasolini, 22, junto al Palazzo Verdi, hoy sede universitaria.

 


No muy lejos de aquí se encuentra nuestra última visita incluida en la entrada general. Bueno, nuestras dos últimas. Y, de paso, unas de las mejores, para cerrar boca con un postre dulce.

 

Pero, antes de entrar en ellas, vamos a visitar una recoleta iglesia que se encuentra justo enfrente de la entrada a nuestras últimas visitas. Me refiero a la Iglesia de Santa María Mayor. Una de sus capillas está dedicada a la Virgen de los tumores. No está demás rezarla para obtener su protección.

 


La Basílica de San Vitale es uno de los monumentos más importantes del arte cristiano temprano en Italia y, por qué no decirlo, en el mundo. Testigo de la grandeza del Imperio bizantino, el edificio destaca por el refinamiento y la preciosidad de sus decoraciones y los materiales utilizados, pero también por la originalidad de las soluciones espaciales adoptadas que encuentran comparaciones válidas con la Iglesia de los Santos Sergio y Baco en Constantinopla.

 


Fue encargada bajo el dominio de los godos en la época del arzobispo Ecclesio (525-526 d.C.). Y gracias a la considerable suma de 26.000 dineros de oro puestos a disposición por el banquero Giuliano Argentario, la basílica fue terminada casi veinte años después durante el reinado del emperador Justiniano.

 

Fue consagrada por el Obispo Maximiano en el 547 d.C. y dedicada a San Vitale, un mártir de los primeros siglos del cristianismo. Cuenta la leyenda que el lugar de construcción no había sido elegido al azar. Parece que aquí había un salmo (V sec.) en el que se habían mantenido los restos de Vitale.

 

Además, era una zona privilegiada, inmediatamente fuera del circuito amurallado romano, rica en nobles domus, pero también complejos sugestivos como el de la Basílica de Santa Croce y el contiguo Mausoleo de Galla Placidia.

 

La basílica cuenta con un sistema planimétrico central y soluciones estructurales que la distinguen claramente de las típicas iglesias basílicas.

 

El edificio se encuentra sobre dos cuerpos de ladrillo prismáticos, uno más alto y otro inferior, con un plan octogonal. Alrededor del tambor de la cúpula central, dirige un ambulatorio de dos pisos (corredor) con un sector arriba reservado para mujeres (matroneous). Orientado al este, el ábside poligonal está flanqueado por dos sacristías rectangulares mientras que en la parte delantera opuesta del porche de entrada (nártex), curiosamente sesgado en el ábside, muestra dos exedientes al final que permiten el acceso a las dos torres y sectores superiores.

 

Dicen que entrar en la basílica no es una visita más, sino una experiencia para todos los sentidos. No en vano, Gustav Klimt comenzó su periodo artístico denominado oro tras admirar los mosaicos de San Vitale.

 

Es difícil abarcar todo el espacio con los ojos. La luz se filtra a través de las ventanas creando con las decoraciones de mosaicos y las extrañas y sugeridas superficies de mármol y piedra un ambiente verdaderamente mágico y cautivador. Todo nos remite a una basílica imperial, representativa de todo el poder político y religioso de la época.

 

La decoración del mosaico se concentra en la zona del presbiterio y en el coro, al que se accede a través de un arco triunfal alto, en cuyo interior hay mosaicos del Redentor (a la parte superior), los doce Apóstoles y Santos Gervasio y Protasio (alegados hijos de San Vitale).

 


Alrededor de la mesa, a lo largo de las paredes, frente a viejas escenas que evocan simbólicamente el cuerpo de pan de Cristo y el tema del sacrificio: por un lado, la hospitalidad dada por Abraham a los tres ángeles que le anuncian a él y a su esposa Sara la llegada de un hijo y, abajo, el sacrificio de ese mismo hijo, Isaac.

 

Incluso la Emperatriz Teodora (envuelta en un damasco adornado con gemas y madre de perla) y el emperador Justiniano, con sus respectivas ofrendas (oblace Augusti y Augustae), participan en el banquete santo: las eufórulas de los dos gobernantes (que, por cierto, nunca visitaron a Ravena), llevando en sus manos respectivamente una copa de oro y una patera, están en el centro de su séquito, entre dignatarios de la corte y siervas. La ofrenda terrenal da, pues, contrapeso al eucarístico.

 


La cumbre escatológica, referente al final de los tiempos, está representada por el Agnus Dei que se encuentra en la parte superior de la bóveda de cruz (en el cenit del punto donde el huésped es elevado), como una corona mística del sacrificio.

 

La Teofanía (aparición de lo divino) situada en el ábside representa el culto dogmático de todo el programa iconográfico, donde un Cristo-Emperador, según el uso oriental, vestido en púrpura y oro (colores imperiales bizantinos) y enmarcado por una nube, se sienta en el globo celeste y lleva en su mano el pergamino de la ley y la corona del martirio. Para cerrar la escena, junto a los dos arcángeles Miguel y Gabriel, se puede ver a Ecclesio, que ofrece el modelo del templo, que él mismo quería. Y a San Vitale, quien con las manos cubiertas en señal de respeto recibe la corona de martirio.

 

Y, ¿quién era San Vitale? Fue un oficial del ejército romano de Nerón, que llegó a Ravena como escolta del juez Paolino. Aquí tuvo el curioso de presenciar la persecución de Ursicino, un médico cristiano condenado a muerte. La compasión que le traió este encuentro le valió el castigo de Paulino, quien lo tuvo enterrado vivo en un pozo, culpable de haberse unido al cristianismo.

 

Alrededor del lugar del martirio se dice que se había construido un sacelum que celebraba su sacrificio.

 

El suelo de mosaico del pozo, encontrado en 1911 y restaurado en 1982, ahora está montado verticalmente en una de las paredes interiores de la basílica, inmediatamente a la derecha de la entrada original. Entre sus decoraciones destacan las características cruces osbalistas, un jarrón entre elegantes motivos vegetales y dos pavos reales, símbolo de vida y resurrección. Para indicar el lugar del martirio, tres escalas descienden a una pequeña piscina hasta que toca la cuenca del agua que acoge y conserva las auspiciosas monedas de los viajeros.

 


La figura del mártir, que entonces dará el nombre a la basílica, aparece en el maravilloso mosaico del ábside, a la izquierda del cliente Ecclesio, que en sus manos cubiertas en el respeto recibe la corona de martirio. Como él, su esposa Valeria y sus dos hijos Gervasio y Protasio morirán más tarde, ya que más tarde muere.

 

Una curiosidad: No te pierdas el suelo en la zona del presbiterio frente al altar, pues podrás admirar la representación de un laberinto circular, enteramente de mármol. Encontrar su salida ya es un acto de renacimiento.

 


Justo al lado de este templo se encuentra el Mausoleo de Gala Placidia, un modesto edificio de planta de cruz latina, construido en ladrillo con aire espartano que no avisa sobre el encanto interior que atesora. Se suele indicar que el edificio pretende evocar la vida del buen cristiano, simple en la apariencia exterior y rico en el alma.


 

Una curiosidad: el edificio debía estar conectado a la iglesia de la Santa Cruz por un pórtico (destruido posteriormente) y debía haber sido mucho más alto de lo que lo percibimos hoy. Debido al fenómeno del hundimiento (el subsuelo de Rávena tiene mucha agua), el mausoleo hoy aparece enterrado por unos 1,5 metros.

 

Este edificio fue mandado construir por la Emperatriz Galla Placidia, hija de Teodosio, hermana del Emperador Honorio y regente de su joven hijo Valentiniano III, como lugar donde enterrarse (aunque finalmente lo hizo en Roma en la tumba familiar). Por tanto, nunca se utilizó para tal fin.

 

Entrar en el mausoleo de Galla Placidia es como cruzar el umbral de la otra vida, la antecámara del Paraíso; ese Paraíso que en la época medieval el abad Suger (1081-1151), un erudito de la filosofía neoplatónica, esperaba evocar en sus catedrales góticas la luz divina debe ser reflejada en la preciosidad terrenal de los materiales, en su tierra, en sus catedrales. La lectura simbólica es que cuando uno asciende la materia se deshace y nos transformamos en luz. Una luz espiritual.


 

Dada la estructura del edificio, la cruciforme, y el destino original, no es difícil reconocer en el programa iconográfico: el triunfo de la Cruz sobre la muerte. El triunfo, en suma, de la vida eterna.


 

La decoración se divide en muchas escenas, para ser leída en un sentido ascensional. En los penachos de la cúpula se representan los cuatro símbolos de los evangelistas: el león (San Marcos), el becerro (San Lucas), el hombre (san Mateo), el águila (San Juan); en los lunetos en apoyo de la cúpula aparecen los Apóstoles dispuestos en parejas.

 

Coronando la cúpula se encuentra la Cruz Latina dorada, rodeada de decenas de estrellas y mirando hacia el Este, porque desde el este Cristo vendrá a levantarse de nuevo a los muertos. La Cruz regresa dos veces más en el mausoleo: en la lunilla que anula la puerta, con el Buen Pastor entre las ovejas y, en correspondencia, en la lunilla con San Lorenzo que se dirige al martirio, llevando la Cruz, símbolo de la victoria escatológica de la Fe y la Palabra (los cuatro Evangelios contenidos en el armario) sobre las cosas del mundo;

 

Otro elemento recurrente es el tema del agua como fuente de vida: entre cada par de apóstoles se representan palomas con cántaros de los que brota agua; de manera similar, en los dos lunetos al este y al oeste se pueden admirar pares de ciervos elegantes que beben de un estanque.


 

Y, encima de la entrada, el mosaico más valioso: el Cristo el Buen Pastor entre sus ovejas.

 

Tal es el efecto que embarga a quienes visitan este lugar que existen ejemplos de inspiración artística. Señero es el caso del músico de jazz estadounidense Cole Porter que, en una luna de miel en Ravena, quedó tan impresionado por la magnificencia de estas decoraciones, que le sirvió de inspiración para componer su famosa canción "Noche y Día".

 

Con estas visitas seguro que habréis quedado totalmente saturados de arte bizantino. Ahora bien, Rávena oculta alguna que otra visita cultural interesante, por si os quedáis más días o tenéis tiempo aún.

 

A pocos pasos de nuestra última visita se encuentra el Museo Nacional de Rávena, un lugar lleno de piezas arqueológicas donde descubrir la historia de esta ciudad. Recorriendo las antiguas salas de este monasterio podremos admirar estelas romanas, esculturas, el ciclo de frescos de la antigua iglesia de Santa Chiara, bronces y mobiliario, como una farmacia antigua, así como una importante colección de iconos.

 


El otro gran museo de la ciudad es el MAR - Museo d’Arte della Città di Ravenna. Está ubicado en un monasterio reformado, muy cercano a nuestra primera visita del día. Además de poder observar una colección de mosaicos del S. XX (un buen complemento a los antiguos), tendremos el gusto de admirar un recorrido desde el arte pictórico antiguo hasta el contemporáneo. Sólo por ver el descendimiento de Giorgio Vasari, el dibujo de la mujer desnuda de Klimt o la obra de Banksy Flower thrower merece la pena entrar.

 



Por último, no quería despedirme sin nombrar el famoso Mausoleo de Teodorico. Aquí no vamos a encontrar la rica decoración que vimos en el de Galla Placidia. El interior de este lugar está totalmente libre de decoración.

 


Su importancia radica en la estructura arquitectónica, la cual combina la tradición romana y las nuevas influencias orientales en una composición única que pretendía simbolizar la pretendida fusión entre la tradición romana y la proveniente de los nuevos conquistadores.

 

El Mausoleo tiene un perímetro decagonal que se desarrolla en dos niveles coronados por una gran cúpula monolítica. El aparato de pared, hecho de opus quadratum y obtenido en la piedra de la Aurisina, revela la técnica seca, es decir, que las filas de bloques cuadrados simplemente se superponen y se sujetan por grapas de hierro de cola de paloma. El piso inferior se divide en una serie de nichos en los nueve lados, mientras que en el décimo que mira al oeste se encuentra la puerta de entrada. El perfil externo del compartimento superior se retrocede, creando así una pasarela descubierta de 1.30 m a lo largo de todo el perímetro exterior. Casi en el ataque con la cúpula, el perfil se vuelve circular por medio de un robusto paquete que inmediatamente grava por encima del dintel de la puerta de entrada. Justo encima de la viga corre un marco con la decoración de "tender", un motivo ya rastreable en la orfebrería ostrogoda.

 

El extraordinario techo es inigualable en el antiguo y moderno patrimonio arquitectónico. Es un solo bloque de más de 290 toneladas giradas en forma de una cúpula bajada, coronada por doce curvas, en las que están inscritos los nombres de ocho Apóstoles y los cuatro Evangelistas; estas curvas han sido sin duda funcionales para todas las operaciones de extracción, transporte, elevación y posicionamiento del monolito. En la cúpula hay una gran hendidura que pudo haberse originado durante el difícil trabajo de instalación.

 

Según una leyenda popular, la cúpula habría sido destrozada por el látigo divino que, cayendo sobre Teodorico sentado dentro, lo habría matado como castigo por sus crímenes. La gran cúpula monolítica, que recuerda la bóveda celestial, sirve como una protección material y simbólica para la tumba del gran rey.

 

Es probable que la celda inferior estuviera destinada a un lugar de culto o tumba para los miembros de la familia Teodorico. La parte superior tiene un plano central y en el centro alberga un tanque de pórfido en el que, según la tradición, se colocó el cuerpo de Teodorico. Nunca se encontró rastro de una escalera de acceso a la planta superior, lo que refuerza un destino exclusivamente funerario. En el Mausoleo no se encontraron ni los restos de la familia, ni el de Teodorico.

 

Y muy próximo al mausoleo encontraremos un castillo semiderruido, la Roca de Rávena, situada junto a un tranquilo parque donde descansar.


 

Hasta la próxima.

 


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