Todos aquellos que habéis leído mi último
libro sobre romanos, titulado Civis
Romanus Sum, habréis comprobado que
no aparece por ningún lado la famosa anécdota de la mosca de Virgilio.
Tratándose de noticias que equiparan anacrónicamente el pasado romano con el
presente, el fastuoso funeral de la mascota del autor de la Eneida era muy
equiparable a diversas excentricidades cometidas por ricos actuales (un ejemplo
aquí).
Pero resulta que en mi libro me baso
exclusivamente en fuentes romanas antiguas, dejando que sean ellas las que os
hablen directamente. ¿Queréis saber la razón de este bulo perpetuado en el
tiempo?
Seguro que aquellos interesados en la
historia antigua de los romanos habrán escuchado este relato más de una vez.
Para el resto que estén leyendo esta historia por primera vez os resumo
brevemente el episodio de la mosca de
Virgilio.
Contextualicemos un poco el asunto.
Estamos en el final de la República Romana. La alianza entre Marco Antonio,
César Octaviano y Marco Emilio Lépido, conocida como el Segundo Triunvirato, ha
surgido tras el vacío de poder por el asesinato de Julio César. Y como son
tiempos turbulentos y hay numerosas tropas licenciadas que vuelven a Roma tras
vencer a los asesinos de César, los nuevos gobernadores de la Ciudad Eterna deciden
entregar tierras a estos soldados para calmarlos. Y como suele ser habitual
cuando toca repartir, la idea era arrebatarles esas tierras a los ricos que más
tenían.
En el decreto que se iba a promulgar
existía una excepción: se excluirían los terrenos en los que hubiera tumbas al
considerarlos sagrados. Ya sabemos que los romanos no deseaban nunca
enemistarse con los dioses y con los muertos.
El poeta romano Publio Virgilio Marón,
enterado por sus contactos que una de sus propiedades estaba incluida, decidió
salvar sus tierras con un ingenioso artificio.
Se inventó una mascota particular, una
mosca, y salió a la calle apenado diciendo que había perdido a un ser muy
querido para él. Y con el objetivo de demostrar el amor que había profesado a
su mascota organizó un fastuoso funeral que desbordó todo lo conocido hasta
entonces para un insecto: contrató músicos y plañideras que lloraron
desconsoladamente; invitó a grandes personalidades, como a su amigo Cayo
Mecenas; y en el velatorio no escatimó en comida ni en vino, sirviéndose los
mejores caldos. La mosca fue enterrada con todos los honores en un espléndido
mausoleo erigido para la ocasión y hasta conocemos el epitafio que inscribió en
la tumba:
MVSCA. Sit tibi vrna levis et molliter ossa quiescant
(Mosca.
Que te sea leve esta urna y descansen en ella tus huesos)
Hasta las cifras de tal funeral se aportan
en ocasiones, dando la cifra de 800.000 sestercios, lo que aplicado a la
actualidad supondrían más de 100.000€.
La cifra, aunque abultada, sirvió para que
sus tierras no pudieran ser expropiadas por el Estado y se suele indicar que terminó siendo una
buena inversión.
Este
relato de la mosca de Virgilio aparece en multitud de páginas de Internet.
Y no me refiero a páginas sin ninguna credibilidad, sino en auténticos
referentes del sector, como por ejemplo historiasdelahistoria.com (aquí).
Y
es más, también aparecen en numerosos libros que presumen de ser divulgadores
del saber y conocimiento histórico profesional.
Por ejemplo, el portal citado anteriormente remite a la obra El Libro
de los hechos insólitos de Gregorio Duval (Alianza Editorial, 1994).
La última vez que vi reflejada esta
historia en un libro fue en el titulado Eso
no estaba en mi libro de Historia de Roma, de Javier Ramos (Almuzara, 2017).
Pero no será el último, pues este relato se seguirá multiplicando infinitamente
en el tiempo entre todos esos escritores que divulgan la historia sin ser
historiadores. Resulta que los dos autores de los libros nombrados
anteriormente no son historiadores, sino periodistas.
Existe
una diferencia fundamental entre los periodistas y los historiadores
que hace que ninguno pueda realizar la labor del otro. Mientras un historiador
siempre debe apoyar sus conclusiones en alguna fuente, los periodistas
“informan” sin nombrar sus fuentes. De ahí que a la hora de realizar una
noticia o un libro sobre historia tengan el mismo nivel de pulcritud respecto a
método científico: ninguno.
Cuando comencé a escribir mi libro Civis
Romanus Sum tuve que preparar cada
capítulo con atención, documentándome escrupulosamente en las fuentes antiguas
disponibles. Y tuve la intención de
incluir el episodio de la mosca de Virgilio, pues era interesante. Pero al
final lo deseché por no encontrar ninguna fuente antigua que me confirmara tal
historia. Es más, sospechaba que la misma era una total mentira, pues poca
veracidad podía tener un episodio en el que Virgilio se burlaba de Octaviano,
el futuro emperador Augusto, para quien escribió su obra más famosa, la Eneida.
La
confirmación de mis sospechas las tuve cuando empecé a leer el libro Fake news de la antigua Roma, de Néstor
F. Marqués (Espasa, 2019). En su prefacio
aborda este relato y lo cataloga de auténtica Fake new (término anglosajón que podemos traducir por noticia
falsa).
Tal como hizo este arqueólogo y divulgador
(y no se debieron preocupar los periodistas divulgadores) lo primero que
realizó a la hora de investigar sobre este relato fue acudir a las fuentes
documentales existentes. Y descubrió, para su sorpresa, que ninguna fuente
clásica hablaba sobre la mosca de Virgilio.
Néstor
fue más allá y decidió investigar la fuente de la que había salido la historia
de la mosca de Virgilio. Os dejo sus palabras al
respecto:
“Finalmente
di con un nombre: R. Ripley, un caricaturista estadounidense que durante la
primera mitad del siglo XX se hizo famoso por recopilar datos curiosos y
difíciles de creer. La serie Believe it or not (‘Aunque usted no lo crea’) se
popularizó en forma de cómic, libro, emisión de radio y televisión, y en todos
estos formatos Ripley contó esa historieta. Una escueta grabación en vídeo de
1931 es el documento más antiguo en el que se menciona la narración de la mosca
de Virgilio (aunque seguramente se publicaría con anterioridad en forma de
viñeta de periódico). El
rastro del relato se pierde con Ripley pues, en su forma escrita, remite al
lector como referencia a las Vidas de los doce Césares de Suetonio, obra en la
que no aparecen por ninguna parte el funeral ni la mosca”.
Como vemos, todo este relato y su
posterior difusión parte de una persona que decidió inventarse una historia a
partir de ¿la nada?. En verdad, la cosa no es tan simple y los relatos, aunque
legendarios, siempre tienen parte de verdad.
En el caso de la mosca de Virgilio, tal
como nos muestra Néstor F. Marqués, el
relato ficticio se basa en una serie de tradiciones acumuladas sobre la
biografía mítica de este famoso personaje antiguo.
En efecto, Virgilio pasa por ser uno de
los poetas más famosos de la antigüedad debido a la fama que tuvo la Eneida
como mito fundacional de Roma. Una prueba de ello lo tenemos en el magnífico
mosaico conservado en el Museo del Bardo (Túnez), lo que nos demuestra que no
sólo se representaban dioses, gladiadores o cuadrigas exitosos.
Mosaico de Virgilio y las Musas (210 d.c.). Procede de Susa (Hadrumetum). Museo del Bardo, Tunez |
Tras su muerte aparecieron numerosos
textos que se asociaron a su persona de manera muy ligera. Uno de ellos es un
breve poema en donde el protagonista es un mosquito. Este insecto salvó la vida
a un pastor picándole para despertarle y evitar la picadura mortal de una
serpiente. El pastor lo mató y luego se le apareció en sueños para criticar su
actitud. El pastor, arrepentido, decidió levantar un túmulo y labrar una
inscripción en su honor (Pseudo Virgilio, Apéndice virgiliano, «Culex» 413-414).
Ya tenemos la asociación mosquito-epitafio
en tumba-Virgilio. Ahora, el cambio de insecto entre mosquito y mosca, lo
tenemos en las leyendas medievales que surgieron en torno a la figura del poeta
romano. En Nápoles, lugar donde descansan sus restos mortales, surgieron
numerosas leyendas alrededor de su persona. Una muy interesante fue recogida
por Juan de Salisbury en su obra Policrático
(1159). En ella narra que Virgilio le dio a escogerá a Marcelo, el sobrino de
Augusto, entre dos opciones: tener un pájaro que cazara a todos los pájaros o a
una mosca que acabara con todas las moscas. Marcelo eligió a la mosca,
anteponiendo el bienestar común (una plaga de moscas afectaba por entonces a
Nápoles) al suyo propio. Y Virgilio, que en el medievo se consideraba un
auténtico mago, colocó la figura de una mosca en una de las entradas de la
ciudad evitando que ninguno de estos insectos pudiera entrar en ella.
Con este relato cerramos el círculo y nos
encontramos que la falsa historia de la mosca de Virgilio no se creó por
generación espontánea, sino que influyeron numerosas leyendas acumuladas en la
tradición oral generación tras generación y solidificadas en la mentalidad
colectiva.
Me despido con dos grandes frases que
seguro os van a hacer reflexionar. La primera es del autor del libro Fake News de la antigua Roma:
“De
esta manera [debido al engaño de Ripley] se ha expandido esta gran invención que, por suerte para nosotros, nos
ha enseñado dos cosas importantes: la primera es que los bulos históricos pueden estar en cualquier parte y debemos
combatirlos, y la segunda, que, mientras
lo hacemos, podemos descubrir historias fascinantes escondidas tras ellos”.
La segunda del periodista Santiago Tarín
(porque también hay muy buenos periodistas que se preocupan por contrastar las
fuentes, aunque las mantengan ocultas), la cual aparece en su obra Viaje por las mentiras de la Historia
Universal:
“De
todas maneras, hoy, por muy críticos que seamos, hemos de estudiarlos a ellos
[a los falsificadores de la historia] más
que a sus obras, con cierta benevolencia o comprensión, pues debieron de ser
hombres fantásticos, no malhechores. Existen en la actualidad otra clase de
impostores y tartufos más peligrosos; porque no se falsifican datos o hechos,
sino que se interpretan los auténticos a su modo y para sus fines”.
Y en este sentido me gustaría recomendaros
la lectura de un post sobre el que os alerto de esto último refiriéndome a un
tratamiento de óptica (aquí).
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