España siempre fue una nación de
inventores. Pero si preguntamos a alguien sobre algún inventor famoso no vamos
a encontrar muchos compatriotas en la lista.
Y ello se debe a que, en muchas ocasiones,
los inventos de los españoles sólo fueron un eslabón más en la cadena que llevó
al invento final que conocemos hoy en día. No obstante, conocer la importancia
de sus descubrimientos y recordar su importancia en la historia nunca viene mal
¿Os interesa conocer a algunos de estos increíbles personajes?
Todos conocemos la historia mitológica de
Ícaro. El hijo del famoso arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de
Creta, estaba atrapado junto a su padre en la isla gobernad por el rey Minos.
Deseando escapar, Dédalo construyó unas alas de cera y escapó junto a su hijo
de la isla. Pero mientras el padre llegó a Sicilia, su hijo Ícaro, desoyendo
los consejos de su progenitor, voló tan alto que el sol derritió la cera de sus
alas y murió en la caída.
Ahora bien, aunque el deseo de volar
siempre estuvo presente en el ser humano, ¿quién fue el primero que lo logró
con éxito? Tenemos que esperar al siglo IX y dirigirnos a lo que entonces se
denominaba Al Ándalus.
De la malagueña ciudad de Ronda provenía
un inventor prolijo llamado Abu l-Qāsim
Abbās ibn Firnās (latinizado como Armen Firman). Este andalusí de origen bereber
realizó numerosas aportaciones a la ciencia, como su clepsidra (reloj de agua)
llamada Al-Maqata-Maqata o su esfera
armilar para representar el cosmos. Pero por lo que se le admira en el mundo es
por ser la primera persona que,
utilizando la ciencia, intentó volar.
Su primer intento lo realizó en el año
852, lanzándose desde una torre de Córdoba con una lona que amortiguara su
caída. El experimento, a pesar de unas leves heridas, se puede considerar un
éxito y muchos lo consideran el primer individuo que utilizó lo que hoy
conocemos como un paracaídas.
Sus ganas de volar no cesaron con el
tiempo y en el año 857, cuando contaba con 65 años, realizó otro experimento
más peligroso. Construyó un planeador con una estructura de madera y dos alas a
las que recubrió de plumas. Subió a lo alto de la colina de la Ruzafa y se
lanzó al vacío con su artilugio. En esta ocasión el vuelo, ante la atenta
mirada de muchos curiosos, duró unos cuantos segundos, tiempo suficiente como
para sobrevolar parte de la ciudad. No obstante, el aterrizaje fue muy malo,
fracturándose ambas piernas y dañándose la espalda.
Maqueta de Ibn Firnas en el Museo del aire de Madrid |
Su mente analítica descubrió el error que
había cometido (le faltaba añadir una cola a su invento), pero su avanzada edad
para la época le impidieron comprobar nuevamente su teoría. No obstante, este
admirable científico realizó una proeza increíble que ha quedado oculta en
nuestro país debido a nuestra cultura cristiana y a la aparición, siglos
después, de la genial mente de Leonardo da Vinci, quién creó un prototipo muy
similar.
La invención
de la máquina de vapor fue el punto de apoyo necesario para realizar la
Revolución Industrial. En los libros de historia, muy influenciados por la
historiografía inglesa, aparecerá como precursor de tal ingenio Thomas Savery,
quién en el año 1698 realizó la primera patente de un motor capaz de elevar
agua por medio del fuego. Luego, su amigo Thomas Newcomen, construiría una
máquina de vapor a partir de aquella máquina. No obstante, el mérito se lo
llevaría el escocés James Watt, quién diseñó la máquina de vapor que tendría
una verdadera utilidad práctica en multitud de sectores.
Pero algo antes de que aquellos británicos
comenzaran su carrera de descubrimientos fue un español, en el año 1606, quién
patentó por primera vez una máquina de vapor. Se llamaba Jerónimo de Ayanz y Beaumont y fue un inventor navarro que sirvió
en la corte de Felipe III. La máquina de vapor de este inventor fue utilizada
con éxito para el desagüe de las minas de plata de Guadalcanal, lo que nos
indica que no fue sólo un objeto teórico, sino también práctico.
A este increíble personaje lo conocí por
otro invento importante: el del traje de buzo. Aunque la teoría del
invento se atribuye a Leonardo da Vinci, fue Jerónimo de Ayanz y Beaumont quién
realizó un traje de buzo con el que realizó una primera inmersión en el río
Pisuerga (Valladolid, España). El propio Felipe III acudió al acontecimiento
con toda su corte y vio la prueba en su galera real. El inventor español se
sumergió a tres metros de profundidad y estuvo allí una hora para probar la
eficacia de su invención. En Valladolid se realizó en un puente la siguiente
inscripción para recordar tan meritorio suceso.
Homenaje en el río Pisuerga, a su paso por Valladolid, a Jerónimo de Ayanz |
Y del traje de buzo pasamos al submarino. Este invento no es tan
desconocido para el gran público, pues en todas las escuelas se enseñaba que su
inventor era Isaac Peral. No
obstante, debemos realizar una precisión importante: nuestro compatriota no fue
el inventor del primer vehículo sumergible, sino del primer submarino militar
útil.
Los primeros que se sumergieron, con una
especie de campana, fueron un par de griegos en época del emperador Carlos V en
el río Tajo, hacia el siglo XVI. No obstante, se suele considerar como el
primer sumergible de la historia al ideado por el holandés Cornelius Jacobszoon
Drebbel en 1620. Y eso, a pesar, de que se propulsaba con remos.
Los sumergibles, hasta entonces, no tenían
gran utilidad salvo la de la observación subacuática. Ahora bien, las posibilidades
militares eran evidentes y varios científicos se pusieron manos a la obra para
crear un arma submarina. Cosme García fue el primer español en patentar un
submarino en España en 1860 (Ictíneo II),
pero sería el submarino de Peral, en 1888, el que se llevara toda la fama al
contener un tubo lanza torpedos en la proa. Fue probado con éxito dos años
después, aunque posteriormente la Armada no continuó su proyecto e Isaac Peral
cayó en el olvido. Hoy en día, en su Cartagena natal, se le recuerda con un
museo monográfico de su invención.
Submarino de Isaac Peral. Cartagena, Murcia. |
Uno de los aparatos que surcan hoy día
nuestros cielos es el helicóptero. Invención atribuida al eslovaco Jan Bahyl,
la fama la obtuvo Igor Sikorsky al inventar un aparato totalmente controlable
en vuelo y que se fabricó en cadena a partir de 1942. No obstante, pocas
personas conocen que fue gracias a la invención
del autogiro por el español Juan de
la Cierva, que se pudo llegar al helicóptero. Por tanto, fue este invento
algo desconocido lo que supuso el paso definitivo para crear los helicópteros
que conocemos hoy en día.
El invento del autogiro surgió ante la necesidad
de eliminar la falta de sustentación por el peligro de la pérdida de velocidad que
tenían los aeroplanos en el momento del aterrizaje. El sistema que ideó de la
Cierva era un sistema sustentador giratorio con unas alas que se movían de
manera independiente al aparato. Es decir, el aparato volaba con un motor que
accionaba una hélice al frente y las alas superiores autogiraban con el avance
horizontal. Tras unos primeros prototipos fallidos, en 1923 se realizó el
primer vuelo del autogiro con éxito en Getafe. Aunque este aparato se
terminaría abandonando, su importancia radica en ser un paso fundamental a la
hora de poder idear los modernos helicópteros gracias a sus aspas articuladas.
Autogiro C-19 de la Cierva. Museo del aire, Madrid. |
Ya hemos visto inventos de españoles para
surcar los cielos o sumergirse en las profundidades del agua. Ahora trataremos
algo todavía más sorprendente, la posibilidad de realizar un paseo espacial.
Hoy día, al ver un astronauta con su traje espacial, pensamos en que tanto los
Estados Unidos como los soviéticos de la extinta URSS fueron los pioneros de
este logro. Pero resulta que existió un español llamado Emilio Herrera Linares que fue el inventor de la escafandra
estratonáutica, el precursor de los
modernos trajes espaciales.
La escafandra estratonáutica era un traje
diseñado para realizar vuelos estratosféricos, esa capa de la atmósfera entre
la troposfera (por donde surcan los aviones) y la mesosfera (más allá de la
capa de ozono). El prototipo se considera el primer traje presurizado funcional
de la historia y poseía pliegues metálicos para las articulaciones y un casco
con tres tipos de vidrios.
Creado en 1935, se pretendía probar con un
globo aerostático al año siguiente. Pero el inicio de la Guerra Civil Española
supuso cancelar tales pruebas.
Herrera Linares partió al exilio y allí
fue contactado por los estadounidenses, que deseaban que prosiguiera sus
investigaciones en su país para desarrollar un traje espacial. La NASA se
basaría en los estudios llevados a cabo por nuestro compatriota para
desarrollar los modernos trajes espaciales de los astronautas de las misiones
Apollo, algo que fue reconocido por Neil Amstrong, entregando una de las rocas
lunares que trajo a uno de sus colaboradores Manuel Casajust Rodríguez,
empleado en la NASA.
Comparativa traje de Herrera Linares y un modelo actual. Museo Lunar, Fresnedilla, Madrid. |
Por último, una anécdota curiosa que nos
informa del personaje en cuestión. Cuando se estaba organizando el alunizaje
desde los EEUU, la NASA le puso un cheque en blanco al español para que
trabajara con ellos, pero este sólo puso una condición: que la bandera española
ondeara junto a la estadounidense en la Luna, algo a lo que se negaron. Herrera
no se unió al proyecto y cuentan que dijo lo siguiente: “Los americanos son como niños, creen que con el dinero lo pueden
comprar todo”. Genio y figura hasta la sepultura.
Hasta aquí nuestra pequeña reseña de hoy.
Indicar que no son los únicos inventores españoles olvidados o desconocidos por
el gran público, pero descubrir al resto os lo dejo a vosotros.
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