Hipócrates, en el siglo V a.C. escribió un tratado
médico titulado Aires, aguas y otros
lugares. En aquel momento ignoraba que acababa de iniciar la andadura del
llamado determinismo climático o ambiental. Este determinismo climático aboga
por defender la hipótesis que todas las sociedades y pensamientos humanos están
influidos por el clima, cuya principal característica es la causalidad (todo
sigue unas reglas y nada surge al azar en la Naturaleza).
Las posturas más radicales del determinismo climático
fueron defendidas hasta mediados del siglo XX, siendo el geógrafo y antropólogo
Ellsworth Huntington uno de las figuras más importantes de este movimiento.
Según sus teorías, el auge y caída de las principales civilizaciones podían
explicarse en base a los efectos del clima. Y para demostrarlo desarrolló una teoría
explicativa de la decadencia del Imperio romano a partir del decrecimiento de
la fertilidad de la tierra.
Hoy día ya hemos superado estas ideas tan radicales.
Todo historiador sabe la imposibilidad de atribuir a un solo factor los cambios
que puedan darse en un sistema. Siempre hay más de uno y, además de la
responsabilidad original, son quizá más determinantes las relaciones que se
establecen entre esos múltiples factores. Pero, ¿Cuándo fue el clima uno de
esos factores influyentes?
Aprovechando la lectura del interesante libro de
Roberto Brasero La influencia silenciosa
os voy a enumerar sus principales conclusiones respecto a algunos hitos
climáticos que influyeron, junto a muchos otros, en nuestra historia pasada.
¿Os interesa el tema?
El comienzo de
la civilización, en ciudades-estado, ocurrió en Mesopotamia, gracias a los
sumerios, hacia el año 3.000 a.C. Anteriormente, desde el 6.000 a.C. el Neolítico
se había impuesto en aquella zona, expandiéndose la ganadería y la agricultura
poco a poco. Las razones del cambio, de empezar a vivir en ciudades, debieron
ser múltiples. Y una de ella fue climática.
En efecto, hace
unos 5.200 años BP el clima en la Tierra cambió. De una etapa óptima para
la vida (el Sáhara era un vergel, por ejemplo) se pasó a un rápido enfriamiento
general: la aridez aumentó y las lluvias
fueron menos abundantes; es decir, las zonas fértiles se reducen a las
próximas a los ríos, mientras en el resto se produce la desertificación. Y los
hombres, recluidos en menor espacio, debieron ingeniárselas para producir mayor
cantidad de alimentos. La solución fue utilizar el regadío y organizarse
jerárquicamente. Y esta solución la vemos tanto en Mesopotamia (ríos Tigris y
Éufrates) como en Egipto (río Nilo), la India (río Indo) o China (río Yangtsé).
Desde el siglo III a.C. y hasta el siglo IV d.C., el
clima de toda Europa atravesó una nueva fase cálida que ha sido bautizada por
los climatólogos como el Periodo Cálido
Romano, con un pico entre los años 230 a.C. y 140 d.C. Lluvias abundantes y
suaves temperaturas determinaron que el Mediterráneo occidental se convirtiera
en el granero de Roma (África e Hispania principalmente). Y con unas buenas
reservas de cereales se pueden alimentar a nutridos ejércitos. Sin duda, el
buen clima general favoreció mucho la
expansión romana.
Pero todo lo bueno se acaba y hacia el siglo III d.C. comenzaría una época de
enfriamiento que repercutiría en el norte de Europa. Numerosos pueblos
bárbaros, empujados por el riguroso clima invernal, comenzarían a desplazarse
hacia el sur, cruzando la frontera del Danubio. Primero asimilados por un decadente
Imperio romano, terminarían por hacerlo caer en el año 476.
El aumento del frío se mantuvo estable en la primera
parte del Medievo, algo que influyó poderosamente en la vida de la Alta Edad
Media y la consideración feudal y autárquica de la sociedad. También en que
aquellos antepasados sufrieran largas
sequías o desbordamientos de ríos, como el ocurrido en el año 675 en el río
Guadalquivir. En los documentos visigodos tenemos la constancia de diversas
sequías que terminaron provocando hambrunas importantes (620 y 675). Cuando
llegaron los musulmanes a la Península los habitantes del reino visigodo
llevaban años sufriendo hambrunas por las sequías. Ellos, provenientes de un
clima más benigno y mejor alimentados, tuvieron más fácil conquistar una población
malnutrida y diezmada por la sequía.
No obstante, todo cambió a partir del año 800 (1000 en
España), volviendo a incrementarse las temperaturas hasta valores superiores a
los que vivimos hoy día. El llamado Periodo
Cálido Medieval duraría hasta el año 1200 en el norte de Europa (1300 en
España) y se definió por unos siglos en los que existieron climas benignos, sin
grandes contrastes entre temperaturas de un año para otro y con lluvias
abundantes, lo que deparó buenas cosechas. Inviernos más suaves, con lluvias
benignas (riegan las cosechas y no son torrenciales), primaveras sin heladas
bruscas que arruinen cosechas y veranos largos y cálidos sin extremismos
(permiten a los cereales crecer correctamente), posibilitaron el aumento de la
población al existir excedentes alimenticios. En concreto, Europa triplicó su
población en esta época, pasando de 35 millones de personas en el siglo XI a 80
millones a mediados del siglo XIV.
Y no sólo eso. La menor densidad de hielo en el mar
del norte permitió a los vikingos llegar hasta Groenlandia, una tierra en la
que, al contrario que hoy día, los colonos pudieron asentarse y crear colonias
debido a la existencia de pastos en vez de hielo. Y asentados allí no les fue
complicado llegar hasta América del Norte, lugar en el que obtenían madera.
Permanecieron en Groenlandia hasta el siglo XIV, momento en el que el clima
volvió a cambiar y ya no les era tan confortable la vida en aquellas tierras.
En 1492 tenemos este testimonio escrito en una carta: “Viajar a Groenlandia no es una empresa que se realice con frecuencia,
pues el hielo invade las aguas del mar. Se estima que ningún barco ha llegado a
sus costas en los últimos ocho años”.
En efecto, en el siglo
XIV comenzó la llamada Pequeña Edad
del Hielo. Un enfriamiento importante de la temperatura global que, aunque
alejada de las glaciaciones cuaternarias, tuvo importantes condicionamientos en
la vida de nuestros antepasados. Durante los próximos cinco siglos los años de
tiempo bueno y estable pasaron de ser la norma a ser excepcionales. Como
explica Roberto Brasero en su libro, se trató de un periodo con “los inviernos largos y fríos —más que los de
ahora—, que propiciaban años de heladas intensas y tardías y frecuentes
nevadas. También existían veranos cálidos o incluso ardientes, y esta
variabilidad térmica extrema, a veces de un año a otro, es precisamente uno de
los rasgos que definen el periodo. Por último, las manifestaciones más severas
del clima, como las tormentas y los temporales o las riadas y las sequías,
también se hicieron más frecuentes en estos años. En conjunto, el clima a
partir del siglo XIV comenzó a volverse más hostil”. Variabilidad junto a
unas condiciones más frías (con nevadas, heladas y temporales) fue la norma
general. Entre 1550 y 1700 fueron los momentos más duros de este clima frío.
Las principales consecuencias de este cambio climático
están impresas en las fuentes históricas. El año 1315 fue denominado como el del gran diluvio y las crónicas de la época cuentan que en el norte
de Europa “durante casi todo mayo, junio,
julio y agosto no paró de llover”. Ello provocaría que el año 1316 fuera el
peor de todo el Medievo respecto al cultivo de cereales. Y ello en la Edad
Media significaba hambruna y muerte. La Peste Negra encontraría una sociedad
infra-alimentada ideal para causar sus enormes estragos a partir de 1348. En
España, el 1 de febrero de 1433 comenzó a nevar en Zamora y no dejó hasta el 12
de marzo, mientras que el Ebro, a su paso por Tortosa, se heló en 1442 y 1447.
El
viaje de Colón hacia América tuvo un recorrido muy similar al que realizan
todos los años los huracanes. Formados como una
pequeña borrasca frente a la costa occidental africana, se va transformando
según avanza hacia el oeste empujada por los mismos vientos que soplaron las
velas de las carabelas de Colón (vientos que transportan arena del Sahara
cargada de fósforo hasta el Amazonas). Su paso por aguas cálidas transforma la
borrasca en un ciclón tropical, cuya siguiente etapa es la tormenta tropical y,
finalmente, el huracán. ¿Por qué Cólón no sufrió ninguna tormenta tropical o
huracán en sus viajes si precisamente navegó en los meses en los que más
fenómenos de este tipo hay?
En efecto, desde el 1 de junio hasta el 30 de
noviembre el Caribe sufre la época de huracanes, siendo agosto, septiembre y
octubre los meses con mayor número de ellos. Pero Colón, en 1492, no conocía
nada de estos fenómenos atmosféricos tan peligrosos. Eligió esas fechas porque
soplaban hacia el oeste los vientos alisios, fundamentales para realizar el
trayecto. Y dado que el anticiclón de las Azores (origen de esos vientos)
estaba bastante extendido, pudieron llegar hasta el Caribe sin mayores
dificultades. La vuelta no podían hacerla por el mismo camino, con el viento de
cara, y por ello aprovecharon la corriente del Golfo y los vientos del oeste.
Realizaron, sin saberlo, un completo rodeo al anticiclón de las Azores.
La razón por la cual no se encontró ningún peligroso
huracán (al final del viaje se toparon con una borrasca que separó a los dos
navíos que regresaban) era porque las aguas del Atlántico eran más frías que en
la actualidad y no llegaban a los 26ºC necesarios para que se formaran estos
fenómenos meteorológicos. Las peores tormentas se generaban más al norte (el
hielo de los polos estaba más al sur que hoy día). Grandes tempestades
afectaron a las ciudades costeras del Reino Unido entre 1421 y 1446, llegando a
morir por ellas más de 100.000 personas.
No obstante, los marineros que viajaron en esos años
al continente americano conocieron los huracanes. Aunque no existían las
mejores condiciones para formarse alguno debió existir. Como, por ejemplo, el 16
de junio de 1494, cuando el primer huracán documentado golpeó el litoral de la
isla La Española. En 1495 Colón pudo observar el efecto de un huracán, al
hundir tres navíos en las Antillas, y en 1502, durante su último viaje, otro
huracán azotó la Española, hundiendo 20 barcos y provocando unas quinientas
víctimas. Colón, al identificar la tormenta que se avecinaba como la que había
visto hacía años logró salvarse en un puerto seguro antes de verse inmerso en
ella. Por tanto, Colón pudo realizar su primer viaje con éxito debido a una
mezcla de azar y deseo emprendedor. La escasez de huracanes en aquella época le
ayudó a conseguir cruzar el Atlántico con éxito. En nuestra época puede que no
lo hubiera conseguido (tenemos una media de 12 ciclones tropicales por año).
Volvamos a la Pequeña
Edad de Hielo que sufrió Europa a
partir del siglo XVI. Centrándonos en
España era normal que los ríos se helaran en invierno (el 12 de diciembre
de 1506 se congeló la desembocadura del Ebro y se pudo pasar sobre la capa
helada montando un burro; no fue una excepción). El clima, muy frío en
invierno, era además extremadamente variable: lluvias torrenciales,
inundaciones, riadas, severas sequías en ardientes veranos… Condiciones ideales
para arruinar las cosechas con heladas tardías en mayo o falta de agua
continuada durante meses.
Las invasiones de aire frío siberiano eran mucho más
habituales en nuestro país que hoy día y las nevadas copiosas en ciudades
costeras como Barcelona, Valencia o Alicante eran frecuentes según las
crónicas. En aquellos años los cítricos no venían del levante, sino de Galicia
y Cantabria. Los ríos era normal que se helaran y tenemos constancia de ello en
el Tormes, el Ebro o el Tajo.
Mientras, en verano, el clima seguía atacando con olas
de calor y plagas de langostas debido a los vientos provenientes del Sahara.
Por si no fuera suficiente, lluvias torrenciales provocaban peligrosas riadas e
inundaciones. Por ejemplo, Murcia sufrió 30 inundaciones en el siglo XVII.
Ahora comenzará a configurarse el paisaje actual de
nuestro país. En La Mancha, por ejemplo, el pasto desaparecerá y la tierra será
ocupada por campos de cereales y viñedos, más resistentes al frío y necesitados
de pocas lluvias. La Mesta, esa organización ganadera tan importante tiempo
atrás, comenzará su declive final, mientras que nuevas oportunidades de
comercio, como el de la nieve, tendrán un auge importante en estos años. Los
vascos se beneficiaron del desplazamiento hacia el sur de los bancos de bacalao
y lograron hacerse famosos gracias a su rebosante pesca en Terranova.
Pero si en España pasamos frío y penurias en el norte
de Europa la cosa no fue mejor. Numerosas y peligrosas tormentas (ciclogénesis
explosivas diríamos hoy día) golpeaban Inglaterra y lo que hoy es Holanda. Una
de ellas se encontró la Armada Española en su regreso y la diezmó por completo
frente a Irlanda. Las tormentas, unidas a fuertes marejadas provocaron, por
ejemplo, que en 1570 Ámsterdam y Rotterdam quedaran inundadas al sobrepasar el
agua los diques. El río Támesis, a su paso por Londres, se congeló en once
ocasiones durante el siglo XVII, la última en 1684. En
el invierno de 1708 se podía ir desde Dinamarca a Suecia caminando sobre el
hielo que se había formado en el mar del Norte. Todo ello provocaba que hace
unos 300 años la gente moría por la consecuencia del frío en Europa;
directamente por el frío (solo en 1740 murieron por hipotermia 20.000 personas
en Gran Bretaña.) o por riadas, inundaciones y tormentas, así como
indirectamente por la falta de buenas cosechas que el mal tiempo provocaba
(hambrunas en Francia en 1740 y 1741, por ejemplo).
¿Qué
provocó esta Pequeña Edad de Hielo? Los científicos lo
achacan a un enfriamiento de la temperatura general del planeta debido a la
ausencia de manchas solares (Mínimo de Maunder) y el aumento de la actividad
volcánica. Menores manchas solares significan que el Sol emite menor cantidad
de energía, mientras que la expulsión de polvo, gases y dióxido de azufre a la
atmósfera por parte de las erupciones volcánicas genera un velo alrededor del
planeta que impide la llegada de parte de la radiación normal.
La confluencia de numerosas erupciones volcánicas en
un corto periodo de tiempo (media docena en el cambio de siglo) junto a la
menor radiación emitida por el Sol provocó que, dentro de este periodo tan
frío, el año 1816 fuera denominado como el
año sin verano.
La erupción del volcán indonesio Tambora el 11 de
abril de 1815 provocó que una inmensa nube de polvo y ácido sulfúrico se
extendiera por todo el planeta, provocando un verano extremadamente frío. Cuando
llegó el verano de ese año, la temperatura no logró remontar. Las medias en los
meses estivales fueron entre 2,3ºC y 4,6ºC más bajas que las normales y, en
España, los veranos frescos (con máximas de 24ºC) se mantuvieron un par de años
más).
La Pequeña Edad del Hielo podemos delimitarla entre la
gran hambruna europea de 1315 y la terrible crisis de la patata irlandesa de
1843 que mató a millón y medio de personas. A partir de mediados del siglo XIX predominaron los años templados,
alejándose de las brusquedades térmicas. Y sólo en la última década del siglo
existió un último repunte frío. Aunque no tan fuerte como para volver a helar
los ríos como antaño todos los años. La helada del río Ebro a su paso por
Tortosa en 1895 fue la última registrada.
Los glaciares comenzaron un retroceso que aún sigue su
curso, siendo el periodo entre 1950-1979 un pequeño paréntesis. La acción del
hombre y unas condiciones climáticas benignas se han aunado para provocar este
calentamiento progresivo en el que nos encaminamos y que no parece tener, de
momento, final. ¿Es bueno este calentamiento? Dejo para otro día hablaros del
cambio climático.
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