En las elecciones generales alemanas de mayo de 1928,
los nazis consiguieron, únicamente, un 2,6 % de los votos. El resultado se
podía considerar como desastroso. No obstante, en el plazo de cinco años Hitler
sería el canciller del Estado Alemán y el jefe del partido político con más
afiliados del país. ¿Qué hizo posible tamaña transformación?
Para muchas personas, este ascenso fulgurante de un
partido con nula y/o escasa representación parlamentaria a convertirse en el
rector de Alemania en tan poco espacio de tiempo les parece algo inaudito. Pero
si analizamos el contexto histórico de los años 30 del siglo XX veremos que no
fue nada extraño.
Aunque la historia nunca se repite, el ser humano es
el único animal capaz de tropezarse dos veces con la misma piedra. Por ello,
explicaré sucintamente el ascenso nazi y pondremos puentes con la situación
política actual europea. ¿Os interesa el asunto?
La principal
razón del ascenso del partido nazi al poder en Alemania fue la profunda crisis económica que generó el
crack del 29 en los Estados Unidos. Tal como indica Laurence Rees en su
libro El Holocausto:
“La economía de
Weimar, levantada sobre los préstamos de Estados Unidos, resultó devastada por
el hundimiento de Wall Street de octubre de 1929. En tan solo un año —entre
septiembre de 1929 y septiembre de 1930— el desempleo del país ascendió a más
del doble: de 1,3 millones a 3 millones de personas. En Alemania, el gobierno
democrático cayó de hecho en marzo de 1930, cuando se derrumbó la gran
coalición que agrupaba a populares y socialdemócratas”.
En las elecciones posteriores de aquel año 1930, el
partido nazi obtuvo más de seis millones de votos y se consolidó como la
segunda fuerza política del país. ¿Qué convenció a tantas personas para votar a
Hitler?
“Hitler pasó a
centrarse en la necesidad de regenerar Alemania de acuerdo con las líneas de un
Estado nacionalsocialista. Pidió rechazar las medidas de castigo que los
Aliados habían impuesto al país a la conclusión de la primera guerra mundial, y
advirtió de los peligros del «bolchevismo»”.
Aunque en esta época rebajó sus proclamas antisemitas
(las cuales no eran del agrado de muchos de sus votantes), la cuestión judía
seguía muy presente. Para los nazis “los
judíos eran los responsables del «bolchevismo», el odiado tratado de Versalles
y, por último, la corrupción del capitalismo que había provocado la depresión
económica”.
Y para el resto de la población alemana no judía lo
importante no era el tema antisemita del programa nazi, sino la posibilidad de
salir de la penosa situación económica que existía en el país.
Y en pocos años Hitler lo consiguió, lo que le valió
el apoyo, aún más firme, de los votantes alemanes. Para el año 1933 Hitler
había logrado convertir el rayo de esperanza inicial en un hecho consumado. Los
parados disminuyeron drásticamente, los salarios aumentaron y, a base de
préstamos, se invirtió en expandir descomunalmente el gasto militar y en crear
nuevas infraestructuras, como carreteras. El grueso de los alemanes mejoraron
sus condiciones de vida y miraron hacia otro lado respecto a ciertas licencias
nazis con sus enemigos políticos o con los judíos.
Otra poderosa razón por la que los nazis ascendieron
al poder fue por la debilidad de la
República de Weimar. Impuesta a la población tras la derrota alemana en la
Primera Guerra Mundial, desde el principio no contó con un apoyo mayoritario (a
pesar del deseo de democracia del pueblo alemán). Tal como indicó el novelista
Heinrich Mann en 1931: “Lo que favorece
la victoria del nacionalsocialismo, por encima de todo, es el hecho de que en
este país la democracia nunca ha salido vencedora de una batalla sangrienta […].
En determinado momento histórico, tras la
derrota en la guerra, pareció que eso sería una salida, en comparación con el
desastre de la monarquía y la amenaza del bolchevismo; tan solo una salida, no
un objetivo en sí, ni menos aún una experiencia apasionada”.
Una hiperinflación galopante que arruinó los ahorros
de los alemanes, una impotencia internacional que favoreció la humillante
ocupación de Renania por los franceses (como compensación de los pagos
contraídos por las reparaciones de guerra tras el Tratado de Versalles), una
inestabilidad política y social crónica. La democracia no parecía ser ninguna
solución para el pueblo alemán.
El
peligro a la revolución comunista también influyó
poderosamente en la ascendencia del partido nazi en Alemania. Un testimonio de
la época, recogido por Rees lo deja muy patente:
“Seis millones
de desempleados significa, con tres personas por familia, pues 6 × 3 = 18
millones de personas sin comida —dijo Johannes Zahn—. Y cuando un hombre se
quedaba sin trabajo en esa época, solo le quedaba un remedio: o se hacía
comunista o se hacía [Sturmmann] de
la SA. Y la gente de los negocios pensó que era mejor que todos esos se
hicieran de la SA, porque había disciplina y orden”.
El país parecía estar fracturándose en dos bandos
controlados por extremos opuestos: comunistas y nacionalsocialistas. Y ante la
quiebra e imposibilidad del resto de partidos democráticos de atraer a la
población, la elección era sencilla para todos aquellos que deseaban mantener
sus bienes y cierto orden social.
¿Cuáles
fueron los principales argumentos del partido nazi para convencer a los
alemanes de su programa electoral?
Lo primero fue crear un enemigo en el que hacer fluir
todos los males que afectaban a Alemania, aprovechándose de un prejuicio social
hacia los judíos cuyo origen se remonta a la época de la reforma luterana (más
información aquí).
Teniendo en cuenta que los judíos en Alemania eran una minoría (menos del 1% de
unos 60 millones de personas), poner el foco sobre ellos de los males generales
del país era garantía de no provocar grandes descalabros electorales.
La identificación de la República de Weimar, de la
revolución rusa comunista y el bolchevismo con los judíos fue la cuadratura del
círculo nazi para enfocar el malestar general contra la institución que querían
destruir y contra el temor social imperante en la época.
Lo segundo fue fomentar un nacionalismo extremo. Con
la creación de una nueva Alemania sin diferencias de clase, uniendo a la clase
trabajadora con la burguesía y las clases medias, se pretendía acabar con el
malestar de todos los alemanes. La burguesía veía alejado el peligro del
comunismo y las clases bajas confiaban en mejorar su situación social
equiparándose con las clases superiores.
Lo tercero fue fomentar que lo principal era lo
público, subordinando el interés individual al general. Gracias a ello se logra
obtener a unos seguidores fieles que tienen un objetivo mayor al de sus
personas y existencia vital. Formar parte de algo importante es siempre un
poderoso estímulo vital.
Tampoco podemos olvidar la influencia en la educación infantil, en la que los maestros insistían en la superioridad de la raza aria sobre el resto y en lo pernicioso que era para el desarrollo alemán la existencia de judíos. Esta especie de lavado de cerebro colectivo provocó que en los años siguientes se lograran alemanes dispuestos a obedecer a Hitler. Tanto les repitieron que eran superiores que se lo terminaron creyendo. Y de esa forma tan sutil la población justificó las medidas discriminatorias sobre los judíos (que eran inferiores).
¿Cuáles
eran las intenciones verdaderas de los nazis tras este programa?
La creación de una comunidad nacional genuinamente
alemana conllevaba implícito el concepto
de raza. Tal como indicaban, “donde
hay clases hay castas, y donde hay castas, hay raza”. Los judíos, como raza
contraria a la raza aria, se señalaron como los enemigos a destruir para
conseguir la felicidad alemana.
La esencia del pensamiento era funestamente
cautivadora para los alemanes. El origen de sus males estaba en la mezcla
racial provocada por los judíos. Una raza nefasta que, por otra parte,
encarnaba todos los males de Alemania. Se dijo, de manera falsa, que la
República de Weimar era un producto judío; que los judíos incitaban a la
revolución comunista; que los grandes almacenes judíos arruinaban a los
pequeños empresarios alemanes; que los banqueros judíos arruinaban a los
alemanes; que existía una conjura internacional judía para perjudicar a
Alemania.
Lo importante fue canalizar el descontento popular
hacia un objetivo que englobara todos los males que sufría la población. Hitler
apaciguó al pueblo alemán, le tranquilizó indicando que ellos no tenían la
culpa de lo que les pasaba y les dio una esperanza de mejorar acabando con todo
lo que impedía el ascenso de la raza aria.
En definitiva, se aprovechó de la crisis económica y
social, del miedo a la revolución comunista, del antisemitismo social
instaurado desde época luterana en el ambiente (leve pero siempre presente) y
de la necesidad internacional de apaciguamiento para consolidarse en el poder y
llevar a Alemania a la Segunda Guerra Mundial.
Sería en la guerra el momento en el cual Hitler podría
hacer realidad los sueños expresados en su obra Mein Kampf: la eliminación física de los judíos y la expansión del
pueblo alemán hacia el Este.
Hoy
día, el ascenso de partidos de extrema derecha en el ámbito europeo se está
produciendo de una manera escandalosamente peligrosa.
Son partidos que, al igual que antaño, se aprovechan de ciertas corrientes de
pensamiento generales (prejuicios al fin y al cabo) que les sirven para lograr
adeptos.
Si cambiamos el término judío por el de inmigrante, el
de la conspiración internacional por las medidas de austeridad impuestas por la
hacienda europea, el de la República de Weimar por la UE, el de control externo
del Estado nacional por fuerzas foráneas (control económico de la UE) y
mantenemos en boga el odio hacia los ricos en general, los banqueros usureros,
las grandes compañías deslocalizadoras del trabajo nacional y la importancia de
fomentar el nacionalismo (en esta caso basado en una bandera y no en una raza)
tendremos unos ingredientes muy similares a los que se estaban cocinando hace
unos 90 años en Europa.
Por poner un ejemplo numérico, en España se censaron
en 2018 46.698.569 personas. De todas ellas, 4.719.418 personas (10,1%) tienen nacionalidad extranjera. De
este último grupo, 2.794.818 son extracomunitarios (59% del total extranjeros).
Y dentro de este grupo, los marroquíes suponen 769.050 personas (27,5% del
total extranjeros y el 1,6% del total personas censadas en España) y los chinos
215.748 personas (7,7% del total extranjeros y el 0.4% del total personas
censadas en España).
¿Realmente existe, tal como indican los partidos de
extrema derecha, una invasión musulmana silenciosa en España o un deterioro
comercial nacional por la actividad de la población china?
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