Páginas

martes, 8 de enero de 2019

El ascenso de Hitler a canciller fue algo sorprendente


En las elecciones generales alemanas de mayo de 1928, los nazis consiguieron, únicamente, un 2,6 % de los votos. El resultado se podía considerar como desastroso. No obstante, en el plazo de cinco años Hitler sería el canciller del Estado Alemán y el jefe del partido político con más afiliados del país. ¿Qué hizo posible tamaña transformación?

Para muchas personas, este ascenso fulgurante de un partido con nula y/o escasa representación parlamentaria a convertirse en el rector de Alemania en tan poco espacio de tiempo les parece algo inaudito. Pero si analizamos el contexto histórico de los años 30 del siglo XX veremos que no fue nada extraño.

Aunque la historia nunca se repite, el ser humano es el único animal capaz de tropezarse dos veces con la misma piedra. Por ello, explicaré sucintamente el ascenso nazi y pondremos puentes con la situación política actual europea. ¿Os interesa el asunto?


La principal razón del ascenso del partido nazi al poder en Alemania fue la profunda crisis económica que generó el crack del 29 en los Estados Unidos. Tal como indica Laurence Rees en su libro El Holocausto:

La economía de Weimar, levantada sobre los préstamos de Estados Unidos, resultó devastada por el hundimiento de Wall Street de octubre de 1929. En tan solo un año —entre septiembre de 1929 y septiembre de 1930— el desempleo del país ascendió a más del doble: de 1,3 millones a 3 millones de personas. En Alemania, el gobierno democrático cayó de hecho en marzo de 1930, cuando se derrumbó la gran coalición que agrupaba a populares y socialdemócratas”.

En las elecciones posteriores de aquel año 1930, el partido nazi obtuvo más de seis millones de votos y se consolidó como la segunda fuerza política del país. ¿Qué convenció a tantas personas para votar a Hitler?

Hitler pasó a centrarse en la necesidad de regenerar Alemania de acuerdo con las líneas de un Estado nacionalsocialista. Pidió rechazar las medidas de castigo que los Aliados habían impuesto al país a la conclusión de la primera guerra mundial, y advirtió de los peligros del «bolchevismo»”.

Aunque en esta época rebajó sus proclamas antisemitas (las cuales no eran del agrado de muchos de sus votantes), la cuestión judía seguía muy presente. Para los nazis “los judíos eran los responsables del «bolchevismo», el odiado tratado de Versalles y, por último, la corrupción del capitalismo que había provocado la depresión económica”.

Y para el resto de la población alemana no judía lo importante no era el tema antisemita del programa nazi, sino la posibilidad de salir de la penosa situación económica que existía en el país.

Y en pocos años Hitler lo consiguió, lo que le valió el apoyo, aún más firme, de los votantes alemanes. Para el año 1933 Hitler había logrado convertir el rayo de esperanza inicial en un hecho consumado. Los parados disminuyeron drásticamente, los salarios aumentaron y, a base de préstamos, se invirtió en expandir descomunalmente el gasto militar y en crear nuevas infraestructuras, como carreteras. El grueso de los alemanes mejoraron sus condiciones de vida y miraron hacia otro lado respecto a ciertas licencias nazis con sus enemigos políticos o con los judíos.

Otra poderosa razón por la que los nazis ascendieron al poder fue por la debilidad de la República de Weimar. Impuesta a la población tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, desde el principio no contó con un apoyo mayoritario (a pesar del deseo de democracia del pueblo alemán). Tal como indicó el novelista Heinrich Mann en 1931: “Lo que favorece la victoria del nacionalsocialismo, por encima de todo, es el hecho de que en este país la democracia nunca ha salido vencedora de una batalla sangrienta […]. En determinado momento histórico, tras la derrota en la guerra, pareció que eso sería una salida, en comparación con el desastre de la monarquía y la amenaza del bolchevismo; tan solo una salida, no un objetivo en sí, ni menos aún una experiencia apasionada”.

Una hiperinflación galopante que arruinó los ahorros de los alemanes, una impotencia internacional que favoreció la humillante ocupación de Renania por los franceses (como compensación de los pagos contraídos por las reparaciones de guerra tras el Tratado de Versalles), una inestabilidad política y social crónica. La democracia no parecía ser ninguna solución para el pueblo alemán.

El peligro a la revolución comunista también influyó poderosamente en la ascendencia del partido nazi en Alemania. Un testimonio de la época, recogido por Rees lo deja muy patente:

Seis millones de desempleados significa, con tres personas por familia, pues 6 × 3 = 18 millones de personas sin comida —dijo Johannes Zahn—. Y cuando un hombre se quedaba sin trabajo en esa época, solo le quedaba un remedio: o se hacía comunista o se hacía [Sturmmann] de la SA. Y la gente de los negocios pensó que era mejor que todos esos se hicieran de la SA, porque había disciplina y orden”.

El país parecía estar fracturándose en dos bandos controlados por extremos opuestos: comunistas y nacionalsocialistas. Y ante la quiebra e imposibilidad del resto de partidos democráticos de atraer a la población, la elección era sencilla para todos aquellos que deseaban mantener sus bienes y cierto orden social.

¿Cuáles fueron los principales argumentos del partido nazi para convencer a los alemanes de su programa electoral?

Lo primero fue crear un enemigo en el que hacer fluir todos los males que afectaban a Alemania, aprovechándose de un prejuicio social hacia los judíos cuyo origen se remonta a la época de la reforma luterana (más información aquí). Teniendo en cuenta que los judíos en Alemania eran una minoría (menos del 1% de unos 60 millones de personas), poner el foco sobre ellos de los males generales del país era garantía de no provocar grandes descalabros electorales.

La identificación de la República de Weimar, de la revolución rusa comunista y el bolchevismo con los judíos fue la cuadratura del círculo nazi para enfocar el malestar general contra la institución que querían destruir y contra el temor social imperante en la época.

Lo segundo fue fomentar un nacionalismo extremo. Con la creación de una nueva Alemania sin diferencias de clase, uniendo a la clase trabajadora con la burguesía y las clases medias, se pretendía acabar con el malestar de todos los alemanes. La burguesía veía alejado el peligro del comunismo y las clases bajas confiaban en mejorar su situación social equiparándose con las clases superiores.

Lo tercero fue fomentar que lo principal era lo público, subordinando el interés individual al general. Gracias a ello se logra obtener a unos seguidores fieles que tienen un objetivo mayor al de sus personas y existencia vital. Formar parte de algo importante es siempre un poderoso estímulo vital.

Tampoco podemos olvidar la influencia en la educación infantil, en la que los maestros insistían en la superioridad de la raza aria sobre el resto y en lo pernicioso que era para el desarrollo alemán la existencia de judíos. Esta especie de lavado de cerebro colectivo provocó que en los años siguientes se lograran alemanes dispuestos a obedecer a Hitler. Tanto les repitieron que eran superiores que se lo terminaron creyendo. Y de esa forma tan sutil la población justificó las medidas discriminatorias sobre los judíos (que eran inferiores).

¿Cuáles eran las intenciones verdaderas de los nazis tras este programa?

La creación de una comunidad nacional genuinamente alemana conllevaba implícito el concepto de raza. Tal como indicaban, “donde hay clases hay castas, y donde hay castas, hay raza”. Los judíos, como raza contraria a la raza aria, se señalaron como los enemigos a destruir para conseguir la felicidad alemana.

La esencia del pensamiento era funestamente cautivadora para los alemanes. El origen de sus males estaba en la mezcla racial provocada por los judíos. Una raza nefasta que, por otra parte, encarnaba todos los males de Alemania. Se dijo, de manera falsa, que la República de Weimar era un producto judío; que los judíos incitaban a la revolución comunista; que los grandes almacenes judíos arruinaban a los pequeños empresarios alemanes; que los banqueros judíos arruinaban a los alemanes; que existía una conjura internacional judía para perjudicar a Alemania.

Lo importante fue canalizar el descontento popular hacia un objetivo que englobara todos los males que sufría la población. Hitler apaciguó al pueblo alemán, le tranquilizó indicando que ellos no tenían la culpa de lo que les pasaba y les dio una esperanza de mejorar acabando con todo lo que impedía el ascenso de la raza aria.

En definitiva, se aprovechó de la crisis económica y social, del miedo a la revolución comunista, del antisemitismo social instaurado desde época luterana en el ambiente (leve pero siempre presente) y de la necesidad internacional de apaciguamiento para consolidarse en el poder y llevar a Alemania a la Segunda Guerra Mundial.

Sería en la guerra el momento en el cual Hitler podría hacer realidad los sueños expresados en su obra Mein Kampf: la eliminación física de los judíos y la expansión del pueblo alemán hacia el Este.

Hoy día, el ascenso de partidos de extrema derecha en el ámbito europeo se está produciendo de una manera escandalosamente peligrosa. Son partidos que, al igual que antaño, se aprovechan de ciertas corrientes de pensamiento generales (prejuicios al fin y al cabo) que les sirven para lograr adeptos.

Si cambiamos el término judío por el de inmigrante, el de la conspiración internacional por las medidas de austeridad impuestas por la hacienda europea, el de la República de Weimar por la UE, el de control externo del Estado nacional por fuerzas foráneas (control económico de la UE) y mantenemos en boga el odio hacia los ricos en general, los banqueros usureros, las grandes compañías deslocalizadoras del trabajo nacional y la importancia de fomentar el nacionalismo (en esta caso basado en una bandera y no en una raza) tendremos unos ingredientes muy similares a los que se estaban cocinando hace unos 90 años en Europa.

Por poner un ejemplo numérico, en España se censaron en 2018 46.698.569 personas. De todas ellas, 4.719.418 personas  (10,1%) tienen nacionalidad extranjera. De este último grupo, 2.794.818 son extracomunitarios (59% del total extranjeros). Y dentro de este grupo, los marroquíes suponen 769.050 personas (27,5% del total extranjeros y el 1,6% del total personas censadas en España) y los chinos 215.748 personas (7,7% del total extranjeros y el 0.4% del total personas censadas en España).

¿Realmente existe, tal como indican los partidos de extrema derecha, una invasión musulmana silenciosa en España o un deterioro comercial nacional por la actividad de la población china?



No hay comentarios:

Publicar un comentario