Hoy no os voy a contar una mentira histórica y
destriparla, como suelo realizar en este blog. Al contrario, voy a adentrarme
en el farragoso territorio de la historiografía histórica. Este campo lo
podemos definir como el conjunto de
técnicas y métodos utilizados para describir los hechos históricos acontecidos
y registrados.
Muchas personas confunden historia (conjunto de hechos realmente acontecidos en
el pasado de la humanidad) con historiografía, pensando que el relato
histórico de determinado profesional en la materia es equiparable a la
historia. Y, lamentablemente, la búsqueda de la objetividad histórica sigue
siendo una meta inalcanzable en muchos aspectos.
Aunque hemos avanzado mucho en este aspecto,
utilizando el método científico en todas las investigaciones históricas,
sorprende que aún la historia que se enseña en las escuelas o que conocen las
personas profanas en la materia sea la anterior a la utilización de este método
objetivo o se encuentre influida poderosamente por ella.
Hoy, como dije, no os voy a enmendar una mentira
histórica, sino a abordar medias verdades. Abriros la mente histórica mediante
la inclusión, en la historia “oficial” que tenéis en la cabeza, de otros puntos
de vista basados en documentos que se pasaron por alto (en ocasiones
intencionadamente). Seguro que os trastocará un poco las ideas preconcebidas
que poseéis sobre ciertos hechos y momentos históricos.
Muchas de las entradas de este blog no dejan de ser
réplicas a interpretaciones historiográficas pasadas que aún tienen
predicamento en el público general, cuando en el ámbito profesional de la
historia ya han sido rebatidas convenientemente. Ello no quiere decir que mis argumentaciones
(basadas en conclusiones de otros historiadores mucho más sabios que yo) tengan
el valor de la verdad absoluta. Mañana pueden ser rebatidas si se encuentran
más documentos históricos. Es lo que me gusta de la historia, su capacidad de
evolucionar y de no tener un dogma. ¿O estamos equivocados y sí existe un dogma
histórico?
Gran
parte de la historia que hoy día conocemos fue creada en el siglo XIX.
La historia científica, basada en documentos y alejada de tradiciones
literarias subjetivas cobrará un nuevo sentido. Vivimos la época del
historicismo positivista, quién había creado haber encontrado, al fin, la
manera de realizar una historia objetiva. Pues los hechos son objetivos.
Leopold von Ranke fue el principal promotor de este tipo de historia y dedicó
su vida a la búsqueda exhaustiva de documentación original con la que realizar el
relato histórico.
La teoría era buena y hubiera funcionado de no
haberse creado en un momento histórico en el cual nacían los nacionalismos. Los
nuevos estados (europeos) con aspiraciones a transformarse en naciones,
surgidos al calor de la Revolución Francesa, que ya no basaban su autoridad en
la delegación divina, debían buscar nuevas fuentes de legitimación, hallándolas
en la historia.El historiador debía legitimar la nueva nación en base a su
pasado y ello provocó que la narración histórica fuese pervertida y acomodada
hacia los intereses nacionales.
La
narración histórica, aunque basada en documentos, nunca fue objetiva.
Y ello se debió a la cuidada selección de documentación que se realizó para
ello. Omitir documentación contraria a nuestros pensamientos y buscar la que
sustenta ideas preconcebidas es algo muy humano. Lo vemos todos los días en los
quioscos al elegir un periódico determinado.
Alemania colocó su génesis nacional en Lutero. Ellos
eran los buenos, como es lógico. El papado de Roma y el Imperio español que le
sostenía, contrarios a Lutero, eran los malvados. Por ello conceptos como la
hispanofobia o la maldad del catolicismo aún perviven como una leyenda negra
entre la sociedad. Veremos algunos ejemplos adelante.
Italia logra su unificación en el siglo XIX y si no
lo había logrado antes debía ser por influencia perniciosa de otros (nunca por
incapacidad propia). ¿Quién gobernó buena parte de la península italiana
durante la Edad Moderna? De nuevo el Imperio español surge como víctima propiciatoria
ideal.
Inglaterra, el nuevo imperio de la época, debe
escribir una historia acorde con su actual poderío. En esta historia el imperio
español, al que nunca logró vencerle en el pasado, es un molesto suceso que se
debe minimizar y ocultar. Por ello, lo que fue un errático (aunque memorable)
caminar entre guerras perdidas, colonialismos fracasados, piratería, guerras
civiles y persecución religiosa se transformó en un camino de glorificación
inmaculado. Y, por supuesto, basado en la victoria ante el inmundo imperio
español. Hay que glorificar a Drake y magnificar los logros ingleses
empequeñeciendo a los de su enemigo. Para ello es necesario cambiar el relato
de la Armada Invencible, ocultar el fracaso, al año siguiente, de la Armada
Inglesa liderada por Drake o pasar por alto que ningún envío desde América con
la Flota de Indias fue interceptado. La piratería inglesa no hizo gran daño a
la economía española, pero ¿acaso la literatura histórica, las películas o las
novelas que habéis leído muestran esa realidad?
Francia, nación cuyo ego nada tiene que ver a la
realidad de su historia, construye su relato nacionalista bajo los mismos
presupuestos. España es la tierra de ignorantes a la que deben llevar la
civilización. Resulta curioso que también la rusiofobia tenga su origen en este
país. Los franceses, carentes de imperio, a pesar de haberlo intentado en
varias ocasiones (con napoleón estuvieron cerca, ¿verdad?), magnifican sus
logros y empequeñecen a los de imperios pasados (español) y futuros (ruso).
Resulta que en la génesis de todas las naciones
europeas existe un denominador común al que atacar, el imperio español que
nació con Carlos V. Y, de manera colateral, un catolicismo romano al que
denigrar (por parte de protestantes, anglicanos y ateos). Con estos
ingredientes es muy fácil realizar la sopa histórica que nos han obligado a
tragar durante décadas. Y, llevados por un derrotismo inusual, tanto españoles
como católicos, se han tragado esa historia sin replicar. ¿No es hora de
empezar a levantar la voz ante semejante injusticia? Realicemos unas breves
anotaciones que nos abran la mente sobre este trasfondo histórico tan
convenientemente instaurado.
Empecemos por Italia
y su magnífico Renacimiento. No seré yo quien minimice la importancia de tal
movimiento para la evolución cultural de la humanidad. Ahora bien, la historia
que nos intentaron hacer creer los humanistas no podemos considerarla cierta.
Los sabios renacentistas quisieron que pensáramos
que ellos habían resucitado a los clásicos desde la nada. Que la Edad Media que
les precedía había sido un lamentable paréntesis en la evolución cultural
humana. Bueno, en mi libro Mis mentiras
favoritas. Edad Media tengo un capítulo completo a desmentir esa especie de
generación espontánea, razón por la cual voy a detenerme en otro aspecto
frecuentemente olvidado de incluir en los libros de historia.
Permitirme realizar un pequeño anacronismo para
explicarlo. Si analizamos el arte prehistórico veremos que existen muestras
aisladas desde el Homo Neanderthal, e incluso antes (tenéis un amplio capítulo
sobre ello en mi primer libro Mis
mentiras favoritas). Pero la verdadera explosión de arte prehistórico la
tenemos con nuestra especie, el Homo Sapiens Sapiens, y a partir de un periodo
muy concreto, el Paleolítico Superior, hace 35.000 años. En este momento la
expansión de nuestra especie fue imparable y condujo a que todas las demás
desaparecieran. Ello sólo pudo producirse bajo unas premisas de bonanza
general. Y, volviendo al arte, su explosión desde objetos aislados a auténticos
santuarios como Altamira, debieron producirse debido a la jerarquización de
funciones.
Si existen suficientes medios para que una comunidad
prospere sin que todos sus miembros deban emplearse en tareas imprescindibles
(cazar, cuidar del grupo, en una palabra, sobrevivir), surgirán otros miembros
capaces de realizar tareas elaboradas como el arte parietal. Es decir, la
división de funciones en los grupos recolectores- cazadores llevó a la realización
de los grandes conjuntos artísticos por parte de miembros del grupo liberados
de esas tareas y especializados en realizar arte.
Mucho habréis escuchado de la genialidad de los
artistas renacentistas o de que su labor fue posible gracias a la labor de
mecenazgo de diferentes gobernantes. Labor sólo posible en un contexto de
prosperidad general que genere ingresos suficientes para invertirlos en arte y
no en necesidades básicas de subsistencia. ¿Os habéis preguntado quién daba esa
estabilidad? Sí, el imperio español era el encargado de defender las costas
italianas de los ataques musulmanes y de crear las condiciones materiales para
que su población progresara y creciera.Sin
el paraguas protector del imperio español hubiera sido muy complicado que tal
movimiento renacentista se produjera, al igual que ha pasado en todas las
épocas históricas. ¿Conocéis algún movimiento artístico y cultural de tal
calado que se realizara de espaldas al poder establecido?
¿Por qué entonces no tenemos este concepto asumido
en nuestro relato histórico? Pues porque al igual que los humanistas se
ocuparon de definir al hombre medieval como un ignorante, lo mismo hizo con los
españoles que les dominaban. No en vano nos veían como anclados en la Edad
Media. Muchos nos denominaron godos en sentido peyorativo e ilustrativo de su
prejuicio moral. Por tanto, al hablar sobre la génesis del Renacimiento veremos
que, según la bondad del humanista, será a pesar de la barbarie del imperio
español o actuando aquel como un convidado de piedra que en nada influyó.
Si analizamos ahora la historiografía de corte
protestante veremos que la imagen que tenemos del imperio español está
mediatizada por su función como brazo
armado del catolicismo. El
protestantismo fue un movimiento nacionalista que surgió en contra del
catolicismo. Su génesis parte de esa lucha y la denigración del enemigo es
parte fundamental de su existencia. Por ello, fue un creador e impulsor
principal de la leyenda negra española. Para demostrar un poco la influencia
perniciosa que esta historiografía ha tenido (y sigue teniendo) en la población
profana vamos a analizar la institución de la Inquisición.
Para cualquier persona la Inquisición era un tribunal horrendo. Se acusaba a los reos de
manera injusta, se utilizaba la tortura de manera sistemática, se quemaban a
las personas de manera frecuente y atemorizaba al pueblo, al que mantenía
inculto y adoctrinado.
En un capítulo del libro Mis mentiras favoritas. Edad Media desmiento todas y cada una de
las anteriores afirmaciones. Los investigadores no sólo han demostrado que son
falsas, sino que las han contextualizado con otras instituciones y costumbres de
otros países europeos y se han llevado una sorpresa mayúscula. Es lo que tiene
analizar toda la documentación.
Por ejemplo, la inquisición no utilizó la tortura de
forma sistemática y su porcentaje se situó en torno al 3% (un valor minúsculo
comparándolo son la justicia ordinaria). Además, jamás se utilizó para infligir
daño, sino para sacar confesiones. Como bien sabemos, la tortura no es un
método eficaz para lograr confesiones veraces, razón por la cual es lógico que
apenas se utilizara.
Quitando los primeros años de su creación, en donde
se produjeron numerosas condenas a muerte debido a la gran extensión de
criptojudíos, la mayor parte de inculpados no eran “relajados” (eufemismo que indicaba el traslado a la autoridad para
aplicar la pena capital). Y ello era así porque el objetivo del inquisidor era
localizar delitos y lograr que el acusado se arrepintiera para volver a
introducirlo en la sociedad cristiana. El objetivo no era realizar una limpieza
a sangre y fuego, como fueron las persecuciones de brujería perpetradas en el
ámbito protestante. Por ello, mientras que la inquisición condenó a 27 brujas,
Henningsen estima que en Edad Moderna fueron ejecutadas unas 50.000 personas
acusadas de brujería.
Para la Inquisición, García Cárcel estima que el
total de procesados por la Inquisición a lo largo de toda su historia fue de
unos 150.000. Aplicando el porcentaje de ejecutados que aparece en las causas
de 1560-1700, cerca de un 2 %, podría pensarse que una cifra aproximada puede
estar en torno a las 3.000 víctimas mortales. Puesto que el momento más
sangriento de la Inquisición fue anterior a 1560 debemos aumentar esa cifra. La
dificultad existente para comprobar esos datos impide asegurar nada a ciencia
cierta aunque Joseph Pérez estima que pudieron alcanzar los 10.000. Con todo
una cifra bastante alejada del mundo protestante que no justifica, salvo por
una deformación histórica, que la Inquisición tenga fama de sanguinaria y el
mundo protestante no tenga nada similar.
Pero aún podemos contextualizar más la situación. Se
acusó a la Inquisición de ser un tribunal sin garantías cuando en verdad no era
así. El miedo que se tenía a la Inquisición era porque cualquier acusación
(anónima) podía llevar a la detención. Ahora bien, los inquisidores se
aseguraban de encontrar pruebas para culpabilizar al reo o era puesto en libertad.
Y el acusado, aunque desconocía al acusador, podía mostrar listas de enemigos o
realizar su defensa para desacreditar la infamia si intuía por los cargos la
persona que le había acusado. El bajo nivel de condenas muestra que muchos
fueron liberados, aunque la mancha para su familia era imborrable (con los
daños colaterales de no poder ejercer cargos públicos, por ejemplo).
Ahora que sabemos que la Inquisición no era un
tribunal tan arbitrario como nos quisieron hacer creer, ¿existieron instituciones
similares en otros países? Algunos se sorprenderán al encontrar justicia arbitraria en Inglaterra o Francia,
supuestamente naciones que en nada parecían lugares inhóspitos.
Los ingleses aún utilizan la expresión Star Chamber (Cámara de la Estrella)
para referirse a un proceso judicial arbitrario y carente de las garantías
legales. Según la Enciclopedia Británica: “La
Corte de la Cámara de la Estrella, en La ley inglesa, fue la corte compuesta de
jueces y consejeros privados que surgieron del consejo del rey medieval, como
un complemento a la justicia ordinaria de los tribunales de derecho común.
Alcanzó gran popularidad bajo Enrique VIII por su capacidad de hacer cumplir la
ley cuando otras cortes no podían hacerlo debido a la corrupción y a la
influencia, y para proveer remedios cuando otros eran inadecuados.
Cuando,
sin embargo, fue utilizado por Carlos I para hacer cumplir las políticas
eclesiásticas impopulares, se convirtió en un símbolo de opresión a los
opositores parlamentarios y puritanos de Carlos y el arzobispo William Laud.
Por lo tanto, fue abolida por la Parlamento largo en 1641”.
Es decir, en el siglo XVII, cuando la Inquisición
apenas juzgaba, existía en Inglaterra un temible órgano judicial por el que
podían acusarte y condenarte de forma arbitraria. No condenaban a muerte, pero
podían mutilarte, lo que tampoco era agradable. Y todo bajo la más estricta
indefensión. Un sentimiento que no existía en los tribunales inquisitoriales,
por cierto.
En Francia, este tipo de conductas las tenemos
reflejadas en el término Lettre de Cachet.
Era el procedimiento, al margen de toda legalidad, por el que se privaba de
libertad a cualquiera sin juicio en la Francia del siglo XVIII. Se trataba de
una prerrogativa real, al margen de la justicia ordinaria, por la que podía
encarcelar o exiliar a cualquiera sin derecho alguno de defensa. Voltaire y
Diderot, por ejemplo, las sufrieron en sus carnes, siendo curioso que
divulgaran los males de la antigua Inquisición española y no los contemporáneos
de su propio país.
Como vemos, en todos los países cocieron habas, pero
parece que sólo en España esa situación fue anormal. Lo fue la expulsión de los
judíos. Expulsados de todos los lugares, la española siempre se toma como
ejemplo de intolerancia. ¿La inglesa, la francesa, la italiana o la alemana,
por indicar alguna, no tuvieron la misma categoría moral?
Y ligándolo con lo anterior, la intolerancia hacia otras religiones parece que se tratara de un
asunto en exclusiva español. Veamos algunas muestras de intolerancia hacia los
católicos en un país tan civilizado como Inglaterra.
Isabel I creó en Irlanda una especie de Cámara de la
Estrella (Court of Castle Chamber) que
dejó en la isla un terrible recuerdo por la arbitrariedad de sus sentencias. No
fue lo peor que hicieron los ingleses en Irlanda, de mayoría católica.
Desde 1695 estuvo vigente la Ley Popery, que prohibía a los irlandeses católicos ejercer cargos
públicos y formar parte de la Administración, ingresar en el Ejército, poseer
tierras y educar a sus hijos en la fe católica. Hasta 1829 no se permitió la
entrada de delegados irlandeses en el Parlamento inglés. Y años después ocurrió
uno de los episodios más negros y silenciados por la historiografía inglesa: la
gran hambruna en Irlanda del año 1846.
La gran hambruna de Irlanda no se produjo, como
habitualmente se considera, por culpa del escarabajo de la patata, sino por
falta de alimentos. Mientras que Irlanda continuaba exportando alimentos
durante la crisis, en Escocia, de mayoría protestante, se anularon las
exportaciones. La crisis humanitaria hizo que el sultán otomano o los EEUU
intentaran enviar fondos para paliarla, pero Inglaterra se negó. La emigración
fue la única salida a la muerte: de 8 millones de personas murieron más de 2
millones. Pasó final inglés para la conquista definitiva de la isla, esta
victoria pírrica logró lo contrario: insuflar de fuerza los movimientos
nacionalistas que terminarían creando el país de Irlanda en el siglo XX.
Además de por este tipo de acciones, Inglaterra
destacó por la persecución religiosa de los católicos. Se ha exagerado hasta la
extenuación la persecución católica de María I Tudor y, por el contrario,
apenas se ha aireado la persecución católica existente desde Isabel I. Curioso,
¿verdad? ¿Por qué tenemos el concepto del mundo católico español intransigente
y del anglicano tolerante cuando la persecución de católicos en Inglaterra fue
tan sangrienta e intensa como la de protestantes en España?
Isabel I unió definitivamente anglicanismo con la
corona y ello significó que el católico era el enemigo. Ser católico e inglés
pasó a ser considerado como un traidor a la patria. En verdad, todos los que no
fueran anglicanos fueron perseguidos y expulsados. Así, por cierto, llegaron
los puritanos del Mayflower a los futuros EEUU. En diez años, los que van desde
1559 a 1569, la represión isabelina mandó matar a unos 800 católicos.
Allí no realizaban hogueras pero el espectáculo de
las ejecuciones no podía faltar como medida aleccionadora. A los reos se les condenaba
a ser hanged, drawn and quartered,
esto es, ahorcado, arrastrado y desmembrado. En cada lugar tienen sus costumbres.
En 1585 el Parlamento de Londres dio cuarenta días
de plazo para que los últimos sacerdotes católicos abandonaran el país. Se
prohíbe la misa católica pública y privadamente. A partir de esta fecha ser
sacerdote católico se considera delito de traición y se condena con la pena de
muerte. También se considera traición acoger, proteger o alimentar a los
sacerdotes. Existe en las casas inglesas antiguas una especie de zulo que se
denomina genéricamente priesthole,
que las familias criptocatólicas construían para ocultar a los sacerdotes.
El gran incendio de Londres de 1666 fue achacado a
los católicos, en una actualización de los desmanes perpetrados por el
Emperador Nerón. Al igual que entonces, los católicos fueron perseguidos. Y
esta costumbre se repetía periódicamente, pues a los católicos se les
culpabilizaba de cualquier mal que ocurriera. Y ello conllevaba las
persecuciones que tan bien conocieron los judíos. En 1778 se intentó aprobar
una ley que pretendía mitigar las penas contra los católicos. Las revueltas que
la propuesta supuso crearon numerosos tumultos que costaron la vida de unos 700
sospechosos de ser católicos o tolerantes con ellos. Hasta el año 1829 no
comenzaron a derogarse, en el código legal inglés, las primeras leyes
represivas contra el catolicismo.
Por contextualizar, la Inquisición española fue
abolida en 1834, aunque mucho antes ya había perdido todo su poder. Mientras,
en Inglaterra, hasta 1850 los católicos eran perseguidos por ley en las islas
británicas. Y cuando se levantó tal ley se produjeron fuertes debates y actos
de un fanatismo inusitado y desconocido en España (cuando se permitió el
protestantismo). Todavía hoy sigue vigente el Acta de Establecimiento de 1701 que obliga a los miembros de la
familia real británica a renunciar a cualquier derecho al trono si se hacen
católicos o se casan con un católico.
Analizando todo lo anterior sorprende que en el
pensamiento común general siga manteniéndose la idea de una España católica
intransigente y una Inglaterra tolerante en temas religiosos. Sólo una
propaganda muy bien dirigida puede haber instaurado este falso pensamiento.
Y esa propaganda fue fomentada, de forma
especialmente eficaz por los rebeldes flamencos que, a la postre, terminarían
desgajando del Imperio español un tercio del territorio flamenco. Holanda ha
sido un estado nacido del nacionalismo más extremo y ha sabido vender una
imagen histórica determinada que dignifica su lucha y convierte a los españoles
en auténticos diablos.
Dejo para otro post un par de verdades incómodas sobre
Holanda y las consecuencias que en el futuro tuvieron (aquí).
No hay comentarios:
Publicar un comentario