Apiano (ca. 95 d.C. – ca.165 d.C.) fue uno de los
historiadores romanos más importantes. Su Historia de Roma consta de 24
volúmenes y abarca desde su fundación hasta la época del emperador Trajano. A
nosotros nos interesa la parte que trata de Iberia, y, en concreto, de la
guerra de Numancia. A continuación os dejo el texto original sobre la Guerra de
Numancia de la obra clásica: Apiano. Historia de Roma. Sobre Iberia.
La guerra de Numancia
76¬. "Retorna ahora nuestra historia a la guerra de arevacos y numantinos, a los que Viriato había incitado a la revuelta. Cecilio Metelo fue enviado desde Roma contra ellos con un ejército más numeroso y sometió a los arevacos, cayendo sobre ellos con sobrecogedora rapidez, mientras estaban entregados a las faenas de la recolección. Sin embargo, todavía le quedaban Termancia y Numancia. Numancia era de difícil acceso, pues estaba rodeada por dos ríos, precipicios y bosques muy densos, Sólo existía un camino que descendía a la llanura, el cual estaba lleno de zanjas y empalizadas. Sus habitantes eran excelentes soldados, tanto a caballo como a pie, y en total sumaban unos ocho mil. Aun siendo tan pocos pusieron en graves aprietos a los romanos a causa de su valor. Metelo, después del invierno, entregó a Quinto Pompeyo [Aulo], su sucesor en el mando, el ejército consistente en treinta mil soldados de infantería y dos mil jinetes perfectamente entrenados. Pompeyo, cuando estaba acampado ante Pompeyo, marchó a cierto lugar, y los numantinos, descendiendo, mataron a un cuerpo de su caballería que corría detrás de él. Cuando regresó, desplegó su ejército en la llanura y los numantinos bajando a su encuentro se replegaron un poco como intentando huir hasta que Pompeyo (...) en las empalizadas y precipicios."
76¬. "Retorna ahora nuestra historia a la guerra de arevacos y numantinos, a los que Viriato había incitado a la revuelta. Cecilio Metelo fue enviado desde Roma contra ellos con un ejército más numeroso y sometió a los arevacos, cayendo sobre ellos con sobrecogedora rapidez, mientras estaban entregados a las faenas de la recolección. Sin embargo, todavía le quedaban Termancia y Numancia. Numancia era de difícil acceso, pues estaba rodeada por dos ríos, precipicios y bosques muy densos, Sólo existía un camino que descendía a la llanura, el cual estaba lleno de zanjas y empalizadas. Sus habitantes eran excelentes soldados, tanto a caballo como a pie, y en total sumaban unos ocho mil. Aun siendo tan pocos pusieron en graves aprietos a los romanos a causa de su valor. Metelo, después del invierno, entregó a Quinto Pompeyo [Aulo], su sucesor en el mando, el ejército consistente en treinta mil soldados de infantería y dos mil jinetes perfectamente entrenados. Pompeyo, cuando estaba acampado ante Pompeyo, marchó a cierto lugar, y los numantinos, descendiendo, mataron a un cuerpo de su caballería que corría detrás de él. Cuando regresó, desplegó su ejército en la llanura y los numantinos bajando a su encuentro se replegaron un poco como intentando huir hasta que Pompeyo (...) en las empalizadas y precipicios."
Termancia y Malia.
77¬. "Como fuera derrotado a diario en escaramuzas por un enemigo muy inferior, se dirigío contra Termancia por considerarlo una tarea mucho más fácil. Sin embargo también aquí cuando trabó combate perdió setecientos hombres y los termantinos pusieron en fuga al tribuno que le llevaba las provisiones, y en un tercer intento en ese mismo día, tras acorralar a los romanos en una zona escarpada, arrojaron al precipicio a muchos de ellos, soldados de infantería y de caballería con sus caballos. Los demás, llenos de temor, pasaron la noche armados y cuando al despuntar la aurora les atacaron los enemigos, combatieron el día entero ordenados en formación de combate con una suerte incierta y fueron separados por la noche. A la vista de esto, Pompeyo marchó contra una pequeña ciudad llamada Malia, que custodiaban los numantinos, y sus habitantes mataron con una emboscada a la guarnición y entregaron la ciudad a Pompeyo. Éste, después de exigirles sus armas, así como rehenes, se trasladó a Sedetania que era desvastada por un capitán de bandoleros llamado Tangino. Pompeyo lo venció y tomó muchos prisioneros. Sin embargo, la arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía."
77¬. "Como fuera derrotado a diario en escaramuzas por un enemigo muy inferior, se dirigío contra Termancia por considerarlo una tarea mucho más fácil. Sin embargo también aquí cuando trabó combate perdió setecientos hombres y los termantinos pusieron en fuga al tribuno que le llevaba las provisiones, y en un tercer intento en ese mismo día, tras acorralar a los romanos en una zona escarpada, arrojaron al precipicio a muchos de ellos, soldados de infantería y de caballería con sus caballos. Los demás, llenos de temor, pasaron la noche armados y cuando al despuntar la aurora les atacaron los enemigos, combatieron el día entero ordenados en formación de combate con una suerte incierta y fueron separados por la noche. A la vista de esto, Pompeyo marchó contra una pequeña ciudad llamada Malia, que custodiaban los numantinos, y sus habitantes mataron con una emboscada a la guarnición y entregaron la ciudad a Pompeyo. Éste, después de exigirles sus armas, así como rehenes, se trasladó a Sedetania que era desvastada por un capitán de bandoleros llamado Tangino. Pompeyo lo venció y tomó muchos prisioneros. Sin embargo, la arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía."
78¬. "Pompeyo retornó otra vez a Numancia e intentó
desviar el curso de un río hacia la llanura con objeto de reducir la ciudad por
hambre. Pero los numantinos lo atacaron mientras estaba dedicado a esta tarea,
y sin ninguna señal de trompeta, saliendo a la carrera todos juntos, asaltaron
a los que trabajaban en el río. También asaetearon a los que venían en su
auxilio desde el campamento y los encerraron dentro del mismo. Atacando a otros
que buscaban forraje, mataron a muchos y entre ellos a Opio, tribuno militar.
En otro lugar atacaron a los romanos cuando cavaban una zanja y dieron muerte a
cuatrocientos y a su jefe. Después de estos sucesos vinieron a Pompeyo desde
Roma consejeros, y para los soldados, que llevaban ya seis años de campaña,
nuevos reemplazos recién reclutados, todavía sin entrenar y sin experiencia de la guerra. Pompeyo,
avergonzado por sus desastres y ardiendo en deseos de recuperar su honor,
permaneció con éstos en el campamento durante el invierno. Los soldados,
acampados al aire libre en medio de un frío gélido y poco habituados aún al
agua y el clima del país, enfermaron del vientre y algunos perecieron. A un
destacamento que había salido en busca de forraje, los numantinos, ocultándose,
le tendieron una emboscada muy cerca del campamento romano y les dispararon
dardos para provocarles, hasta que algunos, sin poder soportarlo salieron
contra ellos, y los que estaban emboscados salieron de su escondite y les
hicieron frente. Muchos soldados y oficiales romanos perecieron y los
numantinos salieron al encuentro de los que llevaban el forraje y mataron a
muchos.
79¬. "Pompeyo, aquejado por tan graves reveses, se
retiró a las ciudades en compañía de sus consejeros para pasar el resto del
invierno, a la espera de que llegara su sucesor en primavera. Temeroso de ser
llamado para una rendición de cuentas, entabló negociaciones a ocultas con los
numantinos con vistas de poner fin a la guerra. Y éstos, a su vez, cansados por la gran
mortandad de sus mejores hombres, por la falta de productividad de la tierra,
por la escasez de alimentos y por la duración de la guerra, que se prolongaba
más de los esperado, enviaron emisarios a Pompeyo. Éste les ordenó públicamente
entregarse a los romanos pues no conocía otra forma de pactar digna de Roma¬,
pero en secreto les prometió lo que pensaba hacer. Cuando hubieron llegado a un
acuerdo y se entregaron, les exigió rehenes, prisioneros de guerra y a los desertores,
y lo obtuvo todo. También pidió treinta talentos de plata. Los numantinos
entregaron una parte de esta suma de inmediato y Pompeyo estuvo de acuerdo en
esperar para el resto. Cuando se presentó su sucesor, Marco Popilio Lena, ellos
llevaron el resto del dinero, y Pompeyo, al sentirse liberado del miedo a la
guerra a causa de la presencia de su sucesor y siendo consciente de que el
tratado era vergonzoso y se había realizado sin el consenso de Roma, negó haber
llevado a cabo pacto alguno con los numantinos. Entonces, éstos probaron su
falsedad mediante los testigos que estaban presentes en aquella ocasión,
pertenecientes al senado y los prefectos de caballería y tribunos militares de
Pompeyo. Popilio los envió a Roma para que se querellaran allí con Pompeyo.
Celebrado el juicio en el senado, los numantinos y Pompeyo dirimieron su
querella y el senado decidió continuar la guerra con los numantinos. Popilio
atacó a los lusones, un pueblo vecino de aquéllos, pero sin haber obtenido
ningún resultado¬ pues llegó Hostilio Mancino, su sucesor en el mando, regresó
a Roma."
80¬. "Mancino sostuvo frecuentes combates con los
numantinos y fue derrotado muchas veces; finalmente, habiendo sufrido numerosas
bajas se retiró a su campamento. Al propalarse el rumor de que los cántabros y
vacceos venían en socorro de los numantinos, pasó toda la noche, lleno de
temor, en la oscuridad sin encender fuego y huyó a un descampado que había
servido, en cierta ocasión, de campamento a Nobílior. Al llegar el día y verse
encerrado con su ejército en este lugar sin preparación ni fortificación,
cercado por los numantinos que amenazaban con matar a todos, a menos que
hicieran la paz, consintió en firmar un pacto sobre una base de equidad e
igualdad para romanos y numantinos. Él se comprometió a este pacto con los
numantinos mediante un juramento. Sin embargo, cuando se conoció esto en Roma,
lo tomaron muy a mal por considerar el tratado como el más vergonzoso de todos,
y enviaron a Iberia al otro cónsul, Emilio Lépido. A Mancino lo llamaron para
juicio, y lo siguieron embajadores de los numantinos. Emilio, entre tanto,
cansado de la inactividad mientras aguardaba la respuesta de Roma¬ puesto que,
en efecto, algunos accedían al mando buscando gloria, botín o el honor del
triunfo mas bien que el provecho de su ciudad, acusó falsamente a los vacceos
de haber suministrado víveres a los numantinos en el transcurso de esta guerra,
de modo que llevó a cabo una incursión contra su país y puso cerco a la ciudad
de Palantia, que era la más importante de los vacceos y que en nada había
faltado al tratado. También convenció a su cuñado Bruto, que había sido enviado
a la otra parte de Iberia, según ya dije antes, a tomar parte en esta
empresa."
Palantia.
81¬. "Le dieron alcance Cinna y Cecilio, embajadores procedentes de Roma, quienes dijeron que el senado estaba en duda de si, después de los desastres tan grandes que habían sufrido en Iberia, Emilio iba a provocar otra guerra, y le entregaron un decreto prohibiendo que Emilio hiciera la guerra a los vacceos. Pero él, como había comenzado ya la guerra y creía que el senado desconocía este hecho, así como que le acompañaba Bruto y que los vacceos habían proporcionado trigo, dinero y tropas a los numantinos, y puesto que sospechaba también que la retirada de la guerra sería peligrosa y casi entrañaría la perdida de toda Iberia, si sus habitantes llegaban a despreciarles por cobardes, despachó a Cinna y a los suyos sin haber conseguido su misión y puso en conocimiento de todos estos hechos al senado por medio de cartas. Él, por su parte, después de haber construido un fortín, fabricó en su interior máquinas de guerra y almacenó trigo. Flaco, que había salido a recoger forraje, cayó en un emboscada e hizo correr muy hábilmente el rumor de que Emilio se había apoderado de Palantia. El ejército prorrumpió en alaridos para festejar la victoria y los bárbaros, al enterarse y creer que era verdad, se retiraron. De esta forma, salvó Flaco del peligro a las provisiones."
81¬. "Le dieron alcance Cinna y Cecilio, embajadores procedentes de Roma, quienes dijeron que el senado estaba en duda de si, después de los desastres tan grandes que habían sufrido en Iberia, Emilio iba a provocar otra guerra, y le entregaron un decreto prohibiendo que Emilio hiciera la guerra a los vacceos. Pero él, como había comenzado ya la guerra y creía que el senado desconocía este hecho, así como que le acompañaba Bruto y que los vacceos habían proporcionado trigo, dinero y tropas a los numantinos, y puesto que sospechaba también que la retirada de la guerra sería peligrosa y casi entrañaría la perdida de toda Iberia, si sus habitantes llegaban a despreciarles por cobardes, despachó a Cinna y a los suyos sin haber conseguido su misión y puso en conocimiento de todos estos hechos al senado por medio de cartas. Él, por su parte, después de haber construido un fortín, fabricó en su interior máquinas de guerra y almacenó trigo. Flaco, que había salido a recoger forraje, cayó en un emboscada e hizo correr muy hábilmente el rumor de que Emilio se había apoderado de Palantia. El ejército prorrumpió en alaridos para festejar la victoria y los bárbaros, al enterarse y creer que era verdad, se retiraron. De esta forma, salvó Flaco del peligro a las provisiones."
82¬. "Al prolongarse el asedio de Palantia, comenzaron
a faltar los alimentos a los romanos y el hambre hizo presa en ellos, todos sus
animales de carga perecieron y muchos hombres empezaron a morir de necesidad.
Los generales Emilio y Bruto resistieron con paciencia durante mucho tiempo,
pero, vencidos por la mala situación, dieron la orden de retirarse, de manera
repentina, una noche alrededor de la última guardia. Los tribunos militares y
los centuriones corrían de un lado a otro apremiando a todos a hacer esto antes
del amanecer. Y ellos, en medio del tumulto, lo abandonaron todo, incluso a los
heridos y enfermos que se abrazaban a ellos y les suplicaban que no los
abandonasen. Como la retirada se llevó a cabo de forma confusa y desordenada y
muy semejante a una huida, los habitantes de Palantia atacando desde todos los
lugares les causaron muchas heridas desde el amanecer hasta la tarde. Cuando llegó
la noche, lo romanos, hambrientos y exhaustos, se dejaron caer al suelo
agrupados, según cayó cada uno, y los de Palantia se retiraron gracias a una intervención
de la divinidad. Y
esto fue lo que ocurrió a Emilio."
83¬. "Cuando los romanos se enteraron de ello,
separaron a Emilio del mando y del consulado; retornó a Roma como ciudadano
privado y se le impuso una multa. Todavía se estaba dirimiendo la querella
entre Mancino y los embajadores numantinos. Estos últimos mostraron
públicamente el tratado que habían realizado con Mancino y éste transfirió la
culpa del mismo a Pompeyo, su predecesor en el mando, imputándole que había
puesto en sus manos un ejército inactivo y mal equipado y que, por esto mismo,
también aquél había sido derrotado muchas veces y había efectuado tratados
similares con los numantinos. En consecuencia, afirmó que esta guerra,
decretada por los romanos en violación de estos tratados, había sido llevada
bajo auspicios funestos. Los senadores se irritaron con ambos por igual, pero
Pompeyo escapó, debido a que ya antes había sido juzgado por estos hechos. Y
decidieron entregar a Mancino a los numantinos por haber llevado a cabo un tratado
vergonzoso sin su autorización, argumentando que también sus antepasados habían
entregado a los samnitas a veinte generales que habían tratado en semejantes
condiciones sin su consentimiento. Por tanto, Furio, llevando a Mancino de
vuelta a Iberia, lo entregó, inerme, a los numantinos, pero ellos no lo
aceptaron. Elegido general contra ellos Calpurnio Pisón no realizó ningún
intento contra Numancia, sino que hizo una incursión contra territorio de
Palantia y, tras haberlo desvastado un poco, pasó el resto de su mandato en sus
cuarteles de invierno en Carpetania."
Escipión.
84¬. "En Roma, el pueblo, cansado ya de la guerra contra los numantinos, que se alargaba y les resultaba mucho más difícil de lo que esperaban, eligió a Cornelio Escipión, el conquistador de Cartago, para desempeñar de nuevo el consulado, en la idea de que era el único capaz de vencer a los numantinos. Éste también en la presente ocasión tenía menos edad de la establecida por la ley para acceder al consulado, por consiguiente el senado, una vez más, como cuando fue elegido este mismo Escipión contra los cartagineses, decretó que los tribunos de la plebe dejaran en suspenso la ley referente a la edad y la pusieran de nuevo en vigor al año siguiente. De esta manera Escipión, cónsul por segunda vez, se apresuró contra Numancia. Él no formó ningún ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus hombres a la disciplina más férrea."
84¬. "En Roma, el pueblo, cansado ya de la guerra contra los numantinos, que se alargaba y les resultaba mucho más difícil de lo que esperaban, eligió a Cornelio Escipión, el conquistador de Cartago, para desempeñar de nuevo el consulado, en la idea de que era el único capaz de vencer a los numantinos. Éste también en la presente ocasión tenía menos edad de la establecida por la ley para acceder al consulado, por consiguiente el senado, una vez más, como cuando fue elegido este mismo Escipión contra los cartagineses, decretó que los tribunos de la plebe dejaran en suspenso la ley referente a la edad y la pusieran de nuevo en vigor al año siguiente. De esta manera Escipión, cónsul por segunda vez, se apresuró contra Numancia. Él no formó ningún ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus hombres a la disciplina más férrea."
85¬. "Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y
prostitutas, así como a los adivinos y sacrificadores, a quienes los soldados,
atemorizados a causa de las derrotas, consultaban continuamente. Asimismo les
prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas
sacrifícales con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos
todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y
las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran. A nadie le fue
autorizado a tener utensilios para su vida cotidiana, exceptuando un asador,
una marmita de bronce y una sola taza. Les limitó la alimentación a carne
hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y él fue el primero en descansar
sobre un lecho de yerba. Impidió también que cabalgaran sobre mulas cuando iban
de marcha, pues: "Qué se puede esperar, en la guerra dijo, de un hombre
que es incapaz de ir a pie?". Tuvieron que lavarse y untarse con aceite
por sí solos, diciendo en son de burla Escipión que únicamente las mulas, al
carecer de manos, tenían necesidad de quienes las frotaran. De esta forma, los
reintegró a la disciplina a todos en conjunto y también los acostumbró a que lo
respetaran y temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de
otorgar favores y, de modo especial, en aquellos que iban contra las
ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales austeros y estrictos
en la observancia de la ley eran útiles para sus propios hombres, mientras que
los dúctiles y amigos de regalos lo eran para sus enemigos, pues, decía, los
soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los
de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y
están dispuestos a todo."
86¬. "Pero con todo, ni aun así se atrevió a entablar
combate hasta que los ejército con muchos trabajos. Así que, recorriendo a
diario todas las llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un
campamento tras otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar,
edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en
persona desde la aurora hasta el atardecer. Las marchas, con objeto de que
nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en
formación cuadrada sin que estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la
formación que le había sido asignado. Recorría la línea de marcha y,
presentándose muchas veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los
soldados desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban
sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si acampaban al
aire libre, los que habían formado la vanguardia durante el día debían
colocarse en torno al campamento después de la marcha y un cuerpo de jinetes
recorrer los alrededores. Los demás, por su parte, realizaban las tareas
encomendadas a cada uno, unos cavaban las trincheras, otros hacían trabajos de fortificación,
otros levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el tiempo de
realización de todos estos menesteres."
87¬. "Cuando calculó que el ejército estaba presto,
obediente a él y capaz de soportar el trabajo, trasladó su campamento a las
cercanías de los numantinos. Pero no estableció, como algunos, avanzadillas en
puestos de guardia fortificados ni dividió por ningún concepto su ejército a
fin de que, en caso de ocurrir algún contratiempo en un principio, no se ganara
el desprecio de los enemigos, que, incluso entonces, ya los menospreciaban. No
llevó a cabo tampoco ningún intento contra aquéllos, pues todavía estudiaba la
naturaleza de la guerra, su momento favorable y cuáles serían los planes de los
numantinos. Recorrió, en busca de forraje, toda la zona situada detrás del
campamento y segó el trigo todavía verde. Cuando hubo segado todos estos
campos, se hizo preciso marchar hacia delante. Había un atajo que pasaba junto
a Numancia en dirección a la llanura y muchos le aconsejaban que lo tomara.
Manifestó, sin embargo, que temía el retorno, pues los enemigos estarían,
entonces, descargados y tendrían a su ciudad como base desde donde atacar y a
la que poder retirarse. Y añadió: "En cambio, los nuestros retornarán
cargados, como es natural en una expedición que viene de recoger trigo, y
exhaustos, y llevarán animales de carga, carros y vituallas. El combate será
muy difícil y desigual; arrostraremos un gran peligro, si somos vencidos, y sin
embargo, en caso de vencer, no obtendremos una gloria grande ni provechosa. Es
ilógico exponerse al peligro por un resultado pequeño y es incauto el general
que acepta el combate antes del momento propicio; bueno, en cambio, lo es el
que sólo se arriesga en el momento necesario". Y prosiguió, a modo de
comparación, que tampoco los médicos echan mano de amputaciones o
cauterizaciones antes que de fármacos. Después de haber dicho esto, ordenó a
sus oficiales que hicieran la ruta por el camino más largo. Acompañó, entonces,
a la expedición hasta el limite del campamento y se dirigió a continuación al
territorio de los vacceos, de donde los numantinos compraban sus provisiones,
segando todo lo que encontraba y reuniendo lo que era útil para su
alimentación, mientras que lo sobrante lo amontonaba en pilas y le prendía
fuego."
88¬. "En una cierta llanura de Palantia, llamada
Coplanio, los palantinos habían ocultado un grueso contingente de tropas en las
estribaciones boscosas de las montañas y, con otros, atacaron abiertamente a
los romanos mientras recogían trigo. Escipión ordenó a Rutilio Rufo,
historiador de estos sucesos y, a la sazón, tribuno militar, que tomase cuatro
cuerpos de caballería y pusiera en retirada a los asaltantes. Rufo los siguió,
en efecto, cuando se retiraban con excesiva torpeza y alcanzó con los fugitivos
la espesura.
Entonces, al descubrir la emboscada, ordenó a los jinetes que
no entablaran una persecución ni atacaran todavía, sino que se quedaran quietos
presentando las lanzas y se limitaran a rechazar el ataque. Escipión, al correr
Rufo hacia la colina contra lo ordenado, lleno de temor lo siguió con rapidez
y, cuando descubrió la emboscada, dividió su caballería en dos cuerpos y les
ordenó a cada uno que cargaran contra el enemigo alternativamente, y que se
retiraran al punto después de disparar sus jabalinas todos a la vez, pero no
hacia el mismo lugar, sino colocándose en cada ocasión un poco más atrás y
retrocediendo. De esta forma, consiguió llevar a salvo a los jinetes a la llanura. Cuando
estaba levantando el campamento y emprendía la retirada, se interponía un río
difícil de atravesar y cenagoso, y junto a él, le esperaban emboscados los
enemigos. Escipión, al enterarse, se desvió de la ruta y tomó otra más larga y
menos propicia para las emboscadas, haciendo el viaje de noche a causa del
calor y la sed, y cavando pozos, la mayoría de los cuales resultaron ser de
agua amarga. Logró salvar a sus hombres con extrema dificultad, pero algunos de
los caballos y bestias de carga murieron de sed."
89¬. "Mientras atravesaba el territorio de los cauceos,
cuyo tratado había violado Lúculo, les hizo saber por medio de un heraldo que
podían regresar sin peligro a sus hogares. Y prosiguió hasta el territorio de
Numancia para pasar el invierno. Allí se le unió también, procedente de África,
Yugurta, el nieto de Masinissa, con doce elefantes y los arqueros y honderos
que habitualmente le acompañaban en la guerra. A Escipión,
entregado al saqueo y la devastación constante de las zonas de alrededor, le
pasó inadvertida una emboscada en una aldea que estaba circundada, en su mayor
parte, por una laguna cenagosa y, por el otro lado, por un barranco en el que
estaba escondida la tropa emboscada. Escipión dividió a su ejército, unos
penetraron en la aldea para saquearla, dejando fuera las insignias, y otros, en
número pequeño, recorrían los alrededores a caballo. Contra estos se lanzaron
los emboscados. Ellos trataron de rechazarlos, pero Escipión, que se encontraba
por casualidad junto a las insignias delante de la aldea, llamó a toque de
trompeta a los de dentro y, antes de llegar a contar con mil hombres, corrió en
auxilio de los jinetes que estaban en situación difícil. El grueso del ejército
se lanzó fuera de la aldea y puso en fuga a los enemigos, pero no persiguió a
los que huían, sino que se retiró al campamento tras haber sufrido pocas bajas
ambas partes."
El asedio a Numancia.
90¬. "No mucho después, estableció dos campamentos muy próximos a Numancia y puso al frente de uno de ellos a su hermano Máximo, en tanto él en persona se encargaba del otro. A los numantinos, que con frecuencia salían fuera de la ciudad en orden de combate y le provocaban a la lucha, no les hacía caso alguno, porque consideraba más conveniente cercarlos y reducirlos por hambre que entablar un combate con hombres que luchaban en situación desesperada. Y después de establecer siete fuertes en torno a la ciudad, (comenzó) el asedio y escribió cartas a cada una (de las tribus aliadas indicando el número de tropas) que debían enviar. Tan pronto como llegaron, las dividió en muchas partes y también subdividió a su propio ejército. A continuación, designó un jefe para cada una de esas partes y ordenó rodear la ciudad de una zanja y una empalizada. La circunferencia de Numancia era de veinticuatro estadios, y aquélla de los trabajos de circunvalación, de más del doble de esa cifra. Todo este espacio de terreno fue dividido y asignado a cada una de esas partes y se les ordenó que, si los enemigos lanzaban un ataque contra un punto determinado, se lo indicaran con una señal; durante el día, con un trapo rojo colocado sobre la punta de una alta pica, y de noche, con fuego, a fin de que, tanto él como Máximo, pudieran ayudar a los necesitados corriendo junto a ellos. Una vez que tuvo adoptadas todas las medidas y podía ya rechazar eficazmente a los que trataban de impedirlo, cavó otro foso detrás, no lejos de aquél, lo fortificó con una empalizada y construyó un muro de ocho pies de ancho y diez de alto sin contar la almenas. Erigió torreones a lo largo de todo este muro, a intervalos de cien pies. Como no le fue posible prolongar el muro de circunvalación alrededor de la laguna adyacente, la rodeó de un terraplén de igual anchura y altura que las de la muralla para que sirviera a manera de muralla."
90¬. "No mucho después, estableció dos campamentos muy próximos a Numancia y puso al frente de uno de ellos a su hermano Máximo, en tanto él en persona se encargaba del otro. A los numantinos, que con frecuencia salían fuera de la ciudad en orden de combate y le provocaban a la lucha, no les hacía caso alguno, porque consideraba más conveniente cercarlos y reducirlos por hambre que entablar un combate con hombres que luchaban en situación desesperada. Y después de establecer siete fuertes en torno a la ciudad, (comenzó) el asedio y escribió cartas a cada una (de las tribus aliadas indicando el número de tropas) que debían enviar. Tan pronto como llegaron, las dividió en muchas partes y también subdividió a su propio ejército. A continuación, designó un jefe para cada una de esas partes y ordenó rodear la ciudad de una zanja y una empalizada. La circunferencia de Numancia era de veinticuatro estadios, y aquélla de los trabajos de circunvalación, de más del doble de esa cifra. Todo este espacio de terreno fue dividido y asignado a cada una de esas partes y se les ordenó que, si los enemigos lanzaban un ataque contra un punto determinado, se lo indicaran con una señal; durante el día, con un trapo rojo colocado sobre la punta de una alta pica, y de noche, con fuego, a fin de que, tanto él como Máximo, pudieran ayudar a los necesitados corriendo junto a ellos. Una vez que tuvo adoptadas todas las medidas y podía ya rechazar eficazmente a los que trataban de impedirlo, cavó otro foso detrás, no lejos de aquél, lo fortificó con una empalizada y construyó un muro de ocho pies de ancho y diez de alto sin contar la almenas. Erigió torreones a lo largo de todo este muro, a intervalos de cien pies. Como no le fue posible prolongar el muro de circunvalación alrededor de la laguna adyacente, la rodeó de un terraplén de igual anchura y altura que las de la muralla para que sirviera a manera de muralla."
91¬. "De este modo, Escipión fue el primero, según
creo, que cercó con un muro a una ciudad que no rehuía el combate. El río Duero
fluía a lo largo del cinturón de fortificaciones y resultaba de mucha utilidad
a los numantinos para el transporte de víveres y para la entrada y salida de sus
hombres. Éstos, buceando o navegando por él en pequeños botes, pasaban
inadvertidos o bien lograban romper el cerco con ayuda de la vela, cuando
soplaba un fuerte viento, o sirviéndose de los remos a favor de la corriente. Como no
podía unir sus orillas por ser ancho y muy impetuoso, construyó dos torreones,
en vez de un puente, uno en cada orilla y desde cada uno colgó, con cuerdas,
grandes tablones de madera que dejó flotar a lo ancho del río, y que llevaban
clavado numerosos dardos y espadas. Estos tablones, entrechocando
continuamente, debido al corriente que se precipitaba contra las espadas y los
dardos, no permitían pasar a ocultas ni a quienes lo intentaban nadando,
sumergidos o en botes. Y esto era lo que en especial deseaba Escipión que, al
no poder establecer contacto nadie con ellos ni tampoco entrar, no tuviesen
conocimiento de lo que sucedía en el exterior. De este modo, en efecto,
llegarían a estar faltos de provisiones y de material de todo tipo."
92¬. "Cuando todo estuvo dispuesto y las catapultas,
las ballestas y las máquinas para lanzar piedras se hallaban apostadas sobre
las torres, y estaban apilados junto a las almenas piedras, dardos y jabalinas,
y los arqueros y honderos ocupaban sus lugares respectivos en los fuertes,
colocó a lo largo de toda la obra de fortificación numerosos mensajeros, que de
día y de noche debían comunicarle lo que ocurriera transmitiéndose unos a otros
las noticias. Cursó órdenes por cada torre, en el sentido de que, si ocurría
algo, hiciera una señal el primero que tuviera problemas y que todos los demás
le secundaran de igual modo cuando la vieran, a fin de que pudiera enterase más
rápidamente, por medio de la señal, de la perturbación, y, por medio de los
mensajeros, de los detalles. El ejército estaba integrado por sesenta mil
hombres, incluyendo las fuerzas indígenas. Dispuso que la mitad se encargara de
la guardia de la muralla y de acudir a donde fuera necesaria su presencia;
veinte mil hombres debían combatir desde los muros, cuando la ocasión lo
requiriese, y otros diez mil constituirían un cuerpo de reserva de éstos.
También a cada una de estas tropas le fue asignada una posición y no les estaba
permitido intercambiarla sin órdenes previas. Sin embargo, debían lanzarse de
inmediato al puesto ya asignado, tan pronto como se diera una señal de ataque.
Tan concienzudamente tenía dispuesta Escipión todas las cosas."
93¬. "Los numantinos, en muchas ocasiones, atacaron a
las fuerzas que vigilaban la muralla por diferentes lugares, y la aparición de
los defensores era fugaz y sobrecogedora; las señales eran izadas en alto desde
todos los lugares, los mensajeros corrían de un lado a otro, los encargados de
combatir desde los muros saltaban hacia sus lugares en oleadas, las trompetas
resonaban en cada torre de tal modo que el círculo completo presentaba para
todos el aspecto más temible a lo largo de sus cincuenta estadios de perímetro.
Y Escipión recorría este círculo para inspeccionarlo cada día y cada noche.
Estaba firmemente convencido de que los enemigos, así copados, no podrían
resistir por mucho tiempo al no poder recibir ya armas ni alimentos ni
socorro." 94¬. "Pero Retógenes, un numantino apodado Caraunio, el más
valiente de su pueblo, después de convencer a cinco amigos, cruzó sin ser
descubierto, en una noche de nieve, el espacio que mediaba entre ambos
ejércitos en compañía de otros tantos sirvientes y caballos. Llevando una
escala plegable y apresurándose hasta el muro de circunvalación, saltaron sobre
él, Retógenes y sus compañeros, y después de matar a los guardianes de cada
lado, enviaron de regreso a sus criados y, haciendo subir a los caballos por
medio de la escala, cabalgaron hacia las ciudades de los arevacos con ramas de
olivo de suplicantes, solicitando su ayuda para los numantinos en virtud de los
lazos de sangre que unían a ambos pueblos. Pero algunos de los arevacos no les
escucharon, sino que les hicieron partir de inmediato, llenos de temor. Había,
sin embargo, una ciudad rica, Lutia, distante de los numantinos unos
trescientos estadios, cuyos jóvenes simpatizaban vivamente con la causa
numantina e instaban a su ciudad a concertar una alianza, pero los de más edad
comunicaron este hecho, a ocultas, a Escipión. Éste, al recibir la noticia
alrededor de la hora octava, se puso en marcha de inmediato con lo mejor de sus
tropas ligeras y, al amanecer, rodeando a Lutia con sus tropas, exigió a los
cabecillas de los jóvenes. Pero, después que le dijeron que éstos habían huido
de la ciudad, ordenó decir por medio de un heraldo que saquearía la ciudad, a
no ser que le entregaran a los hombres. Y ellos, por temor, los entregaron en
número de cuatrocientos. Después de cortarles las manos, levantó la guardia y,
marchando de nuevo a la carrera, se presentó en su campamento al amanecer del
día siguiente."
95¬. "Los numantinos, agobiados por el hambre, enviaron
cinco hombres a Escipión con la consigna de enterarse de si los trataría con
moderación, si se entregaban voluntariamente. Y Avaro, su jefe, habló mucho y
con aire solemne acerca dél comportamiento y valor de los numantinos, y afirmó
que ni siquiera en aquella ocasión habían cometido ningún acto reprochable,
sino que sufrían desgracias de tal magnitud por salvar la vida de sus hijos y
esposas y la libertad de la patria. "Por lo que muy en especial dijo, Escipión,
es digno que tú, poseedor de una virtud tan grande, te muestres generoso para
con un pueblo lleno de ánimo y valor y nos ofrezcas, como alternativas de
nuestros males, condiciones más humanas, que seamos capaces de sobrellevar, una
vez acabamos de experimentar un cambio de fortuna. Así que no está ya en
nuestras manos, sino en las tuyas, o bien aceptar la rendición de la ciudad, si
concedes condiciones mesuradas, o consentir que perezca totalmente en la
lucha". Avaro habló de esta manera, y Escipión, que conocía la situación
interna de la ciudad a través de los prisioneros, se limitó a decir que debían
ponerse en sus manos junto con sus armas y entregarle la ciudad. Cuando le
comunicaron esta respuesta, los numantinos, que ya de siempre tenían un espíritu
salvaje debido a su absoluta libertad y a su falta de costumbre de recibir
órdenes de nadie, en aquella ocasión aún más enojados por las desgracias y tras
haber sufrido una mutación radical en su carácter, dieron muerte a Avaro y a
los cinco embajadores que le habían acompañado, como portadores de malas nuevas
y, porque pensaban que, tal vez, habían negociado con Escipión su seguridad
personal." 96¬. "No mucho después, al faltarles la totalidad de las
cosas comestibles, sin trigo, sin ganados, sin hierba, comenzaron a lamer
pieles cocidas, como hacen algunos en situaciones extremas de guerra. Cuando
también les faltaron las pieles, comieron carne humana cocida, en primer lugar
la de aquellos que habían muerto, troceada en las cocinas; después, menospreciaron
a los que estaban enfermos y los más fuertes causaron violencia a los más
débiles. Ningún tipo de miseria estuvo ausente. Se volvieron salvajes de
espíritu a causa de los alimentos y semejantes a las fieras, en sus cuerpos, a
causa del hambre, de la peste, del cabellos largo y del tiempo transcurrido. Al
encontrarse en una situación tal, se entregaron a Escipión. Éste les ordenó que
en ese mismo día llevara sus armas al lugar que había designado y que al día
siguiente acudieran a otro lugar. Ellos, en cambio, dejaron transcurrir el día,
pues acordaron que muchos gozaban aún de la libertad y querían poner fin a sus
vidas. Por consiguiente, solicitaron un día para disponerse a morir."
La caida de Numancia.
97¬. "Tan grande fue el amor a la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara. Pues, a pesar de no haber en ella en tiempos de paz más de ocho mil hombres, ¡cuántas y qué terribles derrotas infligieron a los romanos! ¡Qué tratados concluyeron con ellos en igualdad de condiciones, tratados que hasta entonces a ningún otro pueblo habían concedido los romanos! ¡Cuán grande no era el último general que les cercó con sesenta mil hombres y al que invitaron al combate en numerosas ocasiones! Pero éste se mostró mucho más experto que ellos en el arte de la guerra, rehusando llegar a las manos con fieras y rindiéndoles por hambre, mal contra el que no se puede luchar y con el que únicamente, en verdad, era posible capturar a los numantinos, y con el único que fueron capturados. A mí, precisamente, se me ocurrió narrar estos sucesos relativos a los numantinos, al reflexionar sobre su corto número y su capacidad de resistencia, sobre sus muchos hechos de armas y el largo tiempo que se opusieron. En primer lugar se dieron muerte aquellos que lo deseaban, cada uno de una forma. Los restantes acudieron al tercer día al lugar convenido, espectáculo terrible y prodigioso, sus cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas, cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos malolientes. Por estas razones aparecieron ante sus enemigos dignos de compasión, pero temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse devorado los unos a los otros."
97¬. "Tan grande fue el amor a la libertad y el valor existentes en esta pequeña ciudad bárbara. Pues, a pesar de no haber en ella en tiempos de paz más de ocho mil hombres, ¡cuántas y qué terribles derrotas infligieron a los romanos! ¡Qué tratados concluyeron con ellos en igualdad de condiciones, tratados que hasta entonces a ningún otro pueblo habían concedido los romanos! ¡Cuán grande no era el último general que les cercó con sesenta mil hombres y al que invitaron al combate en numerosas ocasiones! Pero éste se mostró mucho más experto que ellos en el arte de la guerra, rehusando llegar a las manos con fieras y rindiéndoles por hambre, mal contra el que no se puede luchar y con el que únicamente, en verdad, era posible capturar a los numantinos, y con el único que fueron capturados. A mí, precisamente, se me ocurrió narrar estos sucesos relativos a los numantinos, al reflexionar sobre su corto número y su capacidad de resistencia, sobre sus muchos hechos de armas y el largo tiempo que se opusieron. En primer lugar se dieron muerte aquellos que lo deseaban, cada uno de una forma. Los restantes acudieron al tercer día al lugar convenido, espectáculo terrible y prodigioso, sus cuerpos estaban sucios, llenos de porquería, con las uñas crecidas, cubiertos de vello y despedían un olor fétido; las ropas que colgaban de ellos estaban igualmente mugrientas y no menos malolientes. Por estas razones aparecieron ante sus enemigos dignos de compasión, pero temibles en su mirada, pues aún mostraban en sus rostros la cólera, el dolor, la fatiga y la conciencia de haberse devorado los unos a los otros."
98¬. "Escipión, después de haber elegido cincuenta de
entre ellos para su triunfo, vendió a los restantes y arrasó hasta los
cimientos a la ciudad. Así,
este general romano se apoderó de las dos ciudades más difíciles de someter: de
Cartago, por propia decisión de los romanos a causa de su importancia como
ciudad y cabeza de un imperio, por su situación favorable por tierra y por mar;
y de Numancia, ciudad pequeña y de escasa población, sin que aún hubieran
decidido nada sobre ella los romanos, ya sea porque lo considerara una ventaja
para éstos, o bien porque era un hombre de natural apasionado y vengativo para
con los prisioneros o, como algunos piensan, porque consideraba que la gloria
inmensa se basaba sobre grandes calamidades. Sea como fuere, lo cierto es que
los romanos, hasta hoy en día, lo llaman "Africano" y
"Numantino" a causa de la ruina que llevó sobre estas ciudades. En
aquella ocasión, después de repartir el territorio de Numancia entre los
pueblos vecinos, llevar a cabo transacciones comerciales con otras ciudades y
reprimir e imponer una multa a cualquier otro que le resultara sospechoso, se
hizo a la mar de regreso a su patria."
Después de Numancia.
99¬. "Los romanos, como era su costumbre, enviaron a diez senadores a las zonas de Iberia recién adquiridas, que Escipión o Bruto antes que él habían recibido bajo rendición o habían tomado por la fuerza, a fin de organizarlas sobre una base de paz. Posteriormente, al haberse producido otras revueltas en Iberia, fue elegido como general Calpurnio Pisón. A él le sucedió en el mando Servio Galba. Sin embargo, cuando los cimbrios invadieron Italia, y Sicilia se debatía en la segunda guerra de los esclavos, no enviaron ningún ejército a Iberia a causa de sus múltiples preocupaciones, pero enviaron legados para que llevaran la guerra del modo que les fuera posible. Después de la expulsión de los cimbrios, llegó Tito Didio y dio muerte hasta veinte mil arevacos. A Termeso, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la trasladó desde la posición sólida que ocupaba a la llanura y ordenó que sus habitantes vivieran sin murallas. Después de poner sitio a Colenda, la tomó a los ocho meses de asedio por rendición voluntaria y vendió a todos sus habitantes con los niños y las mujeres."
99¬. "Los romanos, como era su costumbre, enviaron a diez senadores a las zonas de Iberia recién adquiridas, que Escipión o Bruto antes que él habían recibido bajo rendición o habían tomado por la fuerza, a fin de organizarlas sobre una base de paz. Posteriormente, al haberse producido otras revueltas en Iberia, fue elegido como general Calpurnio Pisón. A él le sucedió en el mando Servio Galba. Sin embargo, cuando los cimbrios invadieron Italia, y Sicilia se debatía en la segunda guerra de los esclavos, no enviaron ningún ejército a Iberia a causa de sus múltiples preocupaciones, pero enviaron legados para que llevaran la guerra del modo que les fuera posible. Después de la expulsión de los cimbrios, llegó Tito Didio y dio muerte hasta veinte mil arevacos. A Termeso, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la trasladó desde la posición sólida que ocupaba a la llanura y ordenó que sus habitantes vivieran sin murallas. Después de poner sitio a Colenda, la tomó a los ocho meses de asedio por rendición voluntaria y vendió a todos sus habitantes con los niños y las mujeres."
100¬. "Existía otra ciudad próxima a Colenda, habitada
por tribus mezcladas de los celtíberos , a quienes Marco Mario había a sentado
allí hacía cinco años con la aprobación del senado, por haber combatido como
aliados suyos contra los lusitanos. Pero éstos a causa de su pobreza se
dedicaron al bandidaje. Didio, tras tomar la decisión de destruirlos, con el
beneplácito de los diez legados todavía presentes, comunicó a los notables que
quería repartirles el territorio de Colenda en razón de su pobreza. Cuando los
vio alegres, les ordenó que comunicaran al pueblo esta decisión y acudieran con
sus mujeres e hijos a la repartición del terreno. Después que llegaron, ordenó
a sus soldados que evacuaran el campamento y, a los que iban a recibir el nuevo
asentamiento, que penetraran en su interior so pretexto de inscribir en un
registro a la totalidad de ellos, en una lista los hombres y en otra las
mujeres y los niños para conocer qué cantidad de tierra era necesario
repartirles. Cuando hubieron penetrado en el interior de la zanja y empalizada,
Didio, rodeándoles con el ejército, les dio muerte a todos. Y por estos hechos
también celebró su triunfo Didio. De nuevo se sublevaron los celtíberos y,
enviado Flaco contra ellos, mató a veinte mil. En la ciudad de Belgeda, el
pueblo, presto a la revuelta, prendió fuego al consejo, que se hallaba
indeciso, en el mismo lugar de su reunión. Flaco marchó contra ellos y dio
muerte a los culpables."
101¬. "Éstos son los hechos que encontré dignos de
mención en las relaciones de los romanos con los iberos, como pueblo, hasta
este momento. En un período posterior, cuando surgieron en Roma las disensiones
entre Sila y Cinna, y el suelo patrio se vio dividido por guerras civiles y
campamentos, Quinto Sertorio, del partido de Cinna, elegido para mandar en
Iberia, sublevó a esta última contra los romanos. Después de reunir un gran
ejército y crear un senado de sus propios amigos a imitación del senado romano,
marchó contra roma con atrevimiento y una moral elevada. También en lo demás
era renombrado por su celo extremado, hasta tal punto que el senado, lleno de
temor, eligió contra él a aquellos de sus generales que gozaban de la máxima
fama entonces: Cecilio Metelo con un gran ejército y Gneo Pompeyo con otro
ejército, para que repelieran de cualquier manera posible esta guerra fuera de
Italia, gravemente aquejada por la guerra civil. Pero a Sertorio lo mató
Perpenna, uno de sus partidarios, que se plocamó a sí mismo general de la
facción en su lugar, y Pompeyo dio muerte en el combate a Perpenna, de modo que
esta guerra que había causado gran alarma a los romanos por el miedo llegó a su
fin. Los pormenores de la misma los mostrará el libro de la guerra civil
concerniente a Sila."
102¬. "Después de la muerte de Sila, fue elegido como
pretor para Iberia, Gayo César, con poder incluso para hacer la guerra a
quienes fuera necesario. Sometió por la fuerza de las armas a todos aquellos
pueblos iberos que estaban agitados o faltaban por someter a los romanos. A algunos
que se sublevaron los sometió Octavio César, el hijo de Gayo, llamado Augusto.
Y me parece a mí que desde aquel tiempo los romanos dividieron Iberia a la que
precisamente ahora llaman Hispania en tres partes y comenzaron a enviar, cada
año, gobernadores a cada una de ellas, dos elegidos por el senado y el tercero
por el emperador por el tiempo que estimase oportuno."
Fuente: www.imperium.org
Para leer la obra completa podéis consultar aquí.
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