Muchas personas equiparan el mundo de la óptica al
del comercio. Olvidan la parte sanitaria y técnica de nuestra profesión y nos
observan como meros despachadores de gafas o lentillas.
Y mucha culpa de lo anterior la tenemos muchos de
nosotros, ópticos que nos auto-limitamos a despachar la oferta o el producto de
turno. Las grandes cadenas, con sus políticas centradas en el precio, no ayudan
a mejorar esta imagen final que el cliente-paciente tiene sobre nosotros.
Pero, en general, los ópticos somos muy malos
vendedores. Y no me refiero a que no sepamos aconsejar convenientemente a
nuestros clientes sobre sus necesidades. Al contrario, me refiero que somos
malos vendedores porque no logramos hacer llegar a la gente la gran variedad de
soluciones ópticas que hoy día existen en el mercado.
Actualmente podemos hacernos una gafa tan
personalizada que su aspecto final dependerá del uso que vayamos a darle. No
existen gafas “para todo” y, en este sentido, debemos empezar a descubrir a
nuestros pacientes el amplio abanico de opciones disponibles en el mercado.
Hoy me voy a centrar en las gafas para conducir.